Anora 8 puntos

Estados Unidos, 2024

Dirección y guion: Sean Baker

Duración: 138 minutos

Intérpretes: Mikey Madison, Mark Eydelshteyn, Yura Borisov, Karren Karagulian, Vache Tovmasyan, Luna Sofía Miranda.

Estreno en salas.

La Navidad es una fiesta que se nutre de la fe. No solo desde su manifestación más obvia, la religiosa, como conmemoración del nacimiento de Jesús, el hijo de Dios para los creyentes. También hay una muestra de fe más simple y tierna: la de los chicos que confían en la llegada de Papá Noel. No importa si llueve o hace un calor de morirse, ellos saben que a la medianoche el viejo barrigón de la barba blanca llegará cargado de regalos y los hará felices al menos por un rato, hasta la próxima Navidad. Para los cinéfilos Sean Baker es como Papá Noel, uno de esos directores cuyas nuevas películas se esperan con esa misma fe infantil, seguros de que con cada una volverán a ser felices en una sala de cine. La comparación no puede ser más oportuna con el estreno de Anora, su último trabajo, que llega las salas locales con el espíritu de las fiestas de fin de año aún fresco. Pura fe.

Incluso, a su modo -el modo Sean Baker-, Anora tiene algo de película navideña. No solo porque transcurre en el invierno boreal y en una ciudad de Nueva York cruzada por la nieve típica de las navidades made in Hollywood. También ayuda el clima de cuento de hadas que rodea a la historia de su protagonista, la Anora del título, o Ani, como prefiere que la llamen. Ella es una joven que trabaja en uno de esos puticlubs donde las chicas hacen bailes eróticos privados para los clientes, pero si quieren también ofrecen un “servicio más completo” de forma particular. Alguno se preguntará dónde podría estar el cuento de hadas en ese contexto. De eso se trata el aludido “modo Sean Baker”, quien partiendo de esa base construye su propia versión de La Cenicienta.

En su filmografía, Baker suele moverse con comodidad en espacios y situaciones que registran el lado B del sueño americano, contando historias en las que cierta sordidez puede ser el elemento más fácil de identificar a priori. Pero lejos de regodearse en los aspectos más miserables, el director siempre encuentra un costado luminoso para hacer avanzar sus relatos. Eso no significa que estos fluyan inevitáblemente hacia el típico final feliz del cine, ese que va en contra de la lógica que esas mismas situaciones tendrían en la realidad. Por el contrario, Baker se muestra muy hábil a la hora de encontrar magia sin lesionar el realismo y Anora no es la excepción.

Ani entabla una relación con un cliente que en los detalles se parece bastante a la que Julia Roberts mantenía con Richard Gere en Mujer Bonita. La historia de una cenicienta prostituta que encuentra en su cliente millonario la posibilidad de salir por arriba del laberinto de una vida que, el espectador también lo sabe, la condenaría a un destino ruin. Solo que acá la cosa se complica mucho y mucho antes, poniendo en riesgo el sueño de Ani. Pero si el comienzo de Anora está atravesado por una sensación de peligro que es una marca de época (la vulnerabilidad de la mujer ante el poder masculino), Baker se ocupa no solo de mostrar las fortalezas de su protagonista, sino que además convierte su historia en una comedia que, pase lo que pase, nunca deja de afirmarse en la ternura.

El director incluso se permite jugar con el desprestigiado arquetipo del principe azul, para esbozar la posibilidad de una historia de amor surgiendo en el lugar menos pensado (o quizás no tanto). En concordancia con la empatía que Baker exhibe al abordar esta historia, que no solo es la de Ani, la fotografía de Drew Daniels se encarga de aportarle calidez visual incluso cuando la acción transcurre en lo más crudo del invierno. Para confirmarlo, cineasta y fotógrafo construyen una de las escenas finales más conmovedoras que haya dado el cine, donde tristeza y vulnerabilidad alimentan la esperanza de una felicidad posible más allá de los títulos finales. Pero eso también es cuestión de fe.