“El hombre que hace metáforas de niños envaselinados prohíbe una canción que habla sobre animarse a contar abusos”.

                                                                                         Posteo reproducido en Facebook.

Como muestra de la incompetencia y mala fe que distingue a toda la administración libertaria, la Secretaría de Educación nacional dio de baja del portal Educ.ar la canción Hay secretos del grupo musical Cuanticuénticos. Un tema cuyo texto reza: “No se tienen que guardar/Los secretos que hacen mal/Si no alcanzan las palabras/Para lo que hay que contar/Inventemos otro idioma/Siempre te voy a escuchar”. Lo cierto es que la presión social ante semejante atropello hizo que Hay secretos fuera repuesta como material para el dictado de la ESI en las escuelas. No era para menos, además de su valor estético y pertinencia, la canción ya había dado muestras de su valor ético y educativo cuando en la provincia de Neuquén una víctima, después de escucharla, se animó a hablar para así --justicia mediante-- enviar al abusador a prisión.

No es casualidad que dicha letra haya querido ser eliminada. Su parlamento apunta a desmontar la trampa subjetiva por la cual una persona --niño/niña en este caso-- calla el ultraje padecido. Cuestión que, en el contexto de este gobierno animado por una ideología retrógrada y aberrante, trasciende el horror del abuso sexual en las infancias. Por lo pronto, Argentina es el único país del mundo que votó contra una declaración de la ONU a favor de las niñas y las mujeres. (Por algo son cientos los contenidos eliminados de la ESI). Es que, para que un régimen autoritario asegure su estabilidad, requiere que sus gobernados acepten --mediante la naturalización de supuestos arraigados en secretos resortes inconscientes--, una actitud de sumisión ante el déspota. “Necesidad de castigo”[1] llama Freud a esta oscura tendencia que condiciona los actos humanos. No es necesario mucho análisis para convenir que, por el contrario, el secreto de una democracia --lejos de reducirse a la mera acción de votar cada cuatro años-- reside en la capacidad de los ciudadanos para interrogar, denunciar, criticar y debatir los supuestos cristalizados en el sentido común. De allí la vil censura que impone este gobierno fascista. Y de allí también el valor de esta reacción que permitió la reposición de Hay secretos. Intentemos desentrañar, para el caso del abuso sexual en las infancias, los específicos mecanismos que otorgan consistencia a “Los secretos que hacen mal” y el crucial papel del entorno social para hacer posible --o no-- que una víctima comience a hablar de su padecer.

El papel del entorno

El abuso sexual en las infancias constituye un crimen atroz de cuyas secuelas la clínica psicoanalítica puede brindar fiel testimonio, y tanto más si --tal como suele ocurrir-- el mismo acontece en el seno de la familia, habida cuenta del carácter incestuoso que la comisión de este crimen supone. El canalla perverso conoce perfectamente los sutiles mecanismos por los cuales quien ostenta autoridad --por parentesco o por mayoría de edad-- puede doblegar la voluntad y dignidad de un niño o niña. La maniobra consiste en hacer creer a la víctima de su complicidad en la realización del abuso, trampa mortífera que encierra al damnificado en un tóxico mutismo que a veces puede durar años, cuando no sepultarse en el silencio, aunque jamás en el olvido. Lo que está en juego es la vergüenza que el abusado padece ante el crimen del cual, sin embargo, es víctima. Luego, un entorno pusilánime o encubridor, según los casos, hace el resto. Hoy ese entorno canalla habita en el centro del Poder político argentino.

Vergüenza y pudor constituyen un par de conceptos que transitan el mismo desfiladero, aunque con funciones bien distintas. La primera es un afecto primario de la relación al Otro que, por estar usualmente ligada a la culpa, suele inhibir, y no siempre a favor de la preservación del sujeto. De hecho, al comentar la escena de El Ser y la Nada en que un sujeto es sorprendido mirando por el ojo de la cerradura, Jacques Alain Miller afirma: “La conjunción sartreana de la mirada y del juicio es lo que quizás debe ser conmovido o puesto en cuestión, porque él realiza aquí como un deslizamiento de la vergüenza hacia la culpabilidad. Decir 'yo soy ese ser-en-sí' quiere decir que yo estoy entonces separado del tiempo, de la proyección. Soy captado en el presente, en un presente despojado de mi trascendencia, de mi proyección hacia mi porvenir, hacia el sentido que esta acción podría tener y que me permitiría justificarla. [es decir, posición de objeto][2] El juicio es otra cosa. Para juzgar, hace falta comenzar a hablar. Puedo tener muy buenas razones para mirar por el ojo de la cerradura”[3].

Justicia y Pudor

En efecto, comenzar a hablar supone restituir ese velo que, por abrir la vía del deseo y la dignidad, restituye al mismo tiempo la intimidad del sujeto. Para ser más precisos, la letra de Hay secretos --no por nada censurado-- restablece el factor decisivo en todo tratamiento con víctimas del abuso sexual, a saber: el pudor. De allí que el arte de toda tarea sanadora no consista meramente en lograr la confesión de una información, sino en habilitar la vía de la palabra con el fin de construir una verdad que atienda ese pudor mancillado. Lo cierto es que, como para probar una vez más que todo lo personal es político, sin respeto a la intimidad no hay lazo ni comunidad posible. De hecho, durante los albores de la República, Platón inventó el mito de Prometeo, en cuyo relato explica que los dioses, para contribuir a la buena convivencia entre los mortales, dotaron a los hombres y mujeres de dos recursos indispensables: la Justicia y el Pudor “a fin de que rigiesen las ciudades la armonía y los lazos comunes de amistad” (…) porque si participan de ellas sólo unos pocos, como ocurre con las demás artes [se refiere la especificidad de las profesiones], jamás habrá ciudades”[4].

La Justicia debe ser reparadora para quien ha sufrido las consecuencias de una agresión a su honor e intimidad. Sebastián Quattromo --víctima de abuso sexual infantil en el Colegio Marianistas y que tras mucho esfuerzo logró llevar a la cárcel a sus victimarios-- en su momento expresó que “en el ámbito de la Justicia penal es muy difícil que haya condena. Pocos denuncian, se habla de que sólo un 10 por ciento se acerca a la justicia, y muchísimos menos son condenados, por eso el juez (Carlos) Rozanski, que ha investigado mucho sobre abuso infantil, siempre dice que es el delito más impune de la historia”.

Para un niño o niña, comenzar a hablar es un paso que no puede reducirse a la buena voluntad de unas pocas personas, sino en una actitud amplia y social como la que brinda la Educación formal: la ESI. Esto mismo que La Libertad Avanza quiere eliminar. Para que nos callemos todos y todas. Para que no hablemos de los abusos de los cuales este gobierno nos hace objeto día tras día.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.

Notas

[1] Sigmund Freud, “El malestar en la cultura” en A. E. tomo XXI, p. 120.

[2] Los corchetes son míos.

[3]Jacques Alain Miller, “Nota sobre la vergüenza”, en Revista Consecuencias.

[4] Platón, Protágoras, 320d-321d. Los corchetes son nuestros.