Había una vez una mujer que en el transcurso de los primeros meses de su embarazo se despertaba todas las mañanas con un sobresalto. Una voz ardía por dentro imponiéndole la idea “no lo puedo creer, estoy embarazada”, luego, una suerte de preguntas sin fin y con cierto tinte de futurología apocalíptica, se desplegaba “¿qué voy a hacer? ¿cómo voy a hacer? ¿quién voy a ser? ¿qué va a pasar conmigo? ¿y si no puedo? ¿y si puedo?”. Esa mujer buscaba incesantemente algún texto, un libro o lo que fuera que dijera “algo” acerca de la función por venir: la función materna. Si bien sabía de memoria que no siempre quien encarna la función materna coincide con la genitora, sentía la imperiosa necesidad que, esta vez, así fuera. Esa búsqueda de un “corpus” de letras impresas donde hubiese alguna fórmula, alguna imaginarización relatada, algo “piola” que respondiera en definitiva ¿qué es ser madre? tenía la intención lisa y llanamente de generarse alivio, volver hacia algún tipo de calma que contrarrestase ese sobresalto matutino.
¿Cuántas veces las mujeres madres buscamos información, una guía, lo que sea que se haya dicho respecto a la función materna? No solo al comienzo del embarazo ni en el transcurso del mismo, sino también en el puerperio y --al menos-- en los primeros años de crianza. La pregunta insiste en cada una porque lo que se pone en juego es “no pifiarla”.
Para leer la función materna en la estructuración subjetiva volvemos siempre a leer a los psicoanalistas que supieron decir ¡y mucho! acerca del tema. Y claro que encontramos allí ideas, conceptos, puentes que nos llevan a producir una suerte de articulación entre los que escuchamos clínicamente y lo que leemos, pero hay que tener cierta ética y genuinamente animarse a pensar sin la necesidad de encontrar alivio, sino como propone Lacan ir “más allá del Edipo”. Siempre que leía algún texto psicoanalítico lo hacía desde una visión particular: la importancia del padre que ponga el tope a la boca del cocodrilo. Esa visión alivia, claro está, es un alivio imaginario que lleva a pensar: mientras haya “un padre”, el hijo/hija está a salvo. ¿No es esta una visión que produce alivio por estar, aún, en los vericuetos del Edipo y no más allá?
También existen otras lecturas acerca de la maternidad y la función materna, las de aquellas madres que arengan las teorías (mal llamadas) del apego y que tienen un correlato con las que suelo llamar “crianza del pegoteo”.
Pensar una maternidad sostenida en la función del padre que “salva al hijo de que la madre no se lo devore” no se corresponde con el día a día que una mujer madre experimenta, por lo menos no en un primer tiempo de la vida, donde el bebe es realmente un “cachorro humano”. La clínica demuestra que pensar que el niño se salva estructuralmente porque el padre pone el tope a la madre es una manera sesgada y no actual de leer las marcas subjetivantes en las infancias. Además, claro está, de continuar con el legado de culpabilizar a la madre cuando en los hechos reales con lo que más nos topamos es con la escena “la madre y sus hijos/as”. Posteriormente se suma el padre, u alguna otra persona que encarne la función paterna.
La época actual configura cada vez más un cara a cara de la diada madre-hijo, un peso demasiado inmenso que no podría ni puede soportar ningún niño sin consecuencias estructurales.
Entonces, por un lado, es falso sostener la creencia de que el Otro (el padre) salva al hijo de su madre y en la misma medida también es falso creer que el “pegoteo” con un hijo puede propiciar su bienestar en términos de salud mental. Resulta imperioso subrayar la necesidad de un pasaje intermedio. Pero ¿cuánto tiempo debe transcurrir para acercarnos al menos a un esbozo de esas zonas intermedias de aprendizaje, zonas que se despliegan en la misma división subjetiva de la madre y la mujer?
Lacan decía que había que prescindir del padre, pero con la condición de servirse de él, del mismo modo, y parafraseando a C. Soler, podemos decir que se puede prescindir de la madre (por voluntad propia o por obligación) pero “a condición de que haya servido primero al menos a la producción del cuerpo”.
El mismo autor en los años 70 realiza un pasaje pensando en un “más allá del Edipo”, allí donde encontramos a la mujer barrada, no-toda ocupada del hombre o del niño. Pero ¿qué podemos decir de la madre desde un punto de vista que incluya este más allá del Edipo?
Partiendo de Lacan podemos enunciar que el psicoanálisis no puede detenerse en la novela edípica para edificar sobre la función materna el origen de todos los males.
Ahora bien, la función materna en primer lugar hace cuerpo en el niño. Hacer cuerpo va a requerir de esa disponibilidad que se despierta en la madre como un torbellino, incluso un estado de alerta, porque es a partir de la oferta materna que el niño comienza a articular su demanda. El bebe puede “decir” en sus balbuceos porque es la madre (o su sustituto) quien le oferta antes que nadie en este mundo una significación, un sentido. Es su palabra la que deja la marca, palabra que toca el cuerpo.
De un organismo que nace hay que hacer un cuerpo: vitalizarlo, civilizarlo y someterlo a ciertas reglas. La madre o su sustituto es quien “pone la mano en la masa” (así lo nombra C. Soler), es quien coloca voz a los imperativos que regulan y contienen. Y no puede hacer esto en silencio, por eso ella paga también con sus palabras, las que el día de mañana se tornarán queja (lo escuchamos en los análisis de adultos/as). Sin embargo, se necesita el lenguaje para que el niño pueda articular la demanda, el cual le permitirá ser un cuerpo significante.
La madre será la primera en representar el poder de la palabra que se hace verbo en el cuerpo porque es quien la oferta, palabra y voz, otorgándole la posibilidad de introducirse en la demanda articulada, tanto de la lengua como de la respuesta de los otros.
De esta manera podríamos pensar que cada niño queda en la posición de sufrir la “marca materna”. ¿Cómo escaparíamos, los hijos y las hijas, de semejante marca? Porque esas marcas que imprime la madre es toda una historia de vida de una mujer. ¿Y qué hay de su amor? El amor materno ¿sería una palabra vacía? Aún más, ¿sería una palabra?
La alienación como parte de ese amor entre madre-hijo referirá a una potencia que será superior porque el recién nacido no es al principio un sujeto, la madre tiene al comienzo un objeto real a quien le habla, acuna, acurruca y así lo va subjetivando. Erotiza al niño con sus cuidados, tal como dijo Freud. Una erótica entendida en términos de Bataille, como una práctica sexual cuando deja de ser rudimentaria para apelar a la experiencia interior del deseo, la libertad y lo sagrado, abriendo interrogantes y dando lugar a que el ser se cuestione a sí mismo. Así podemos entenderla no solo como una “sexualización” sino también como ese tiempo de detención donde uno se encuentra con un meollo en la cuestión. Por eso, de esos cuidados maternos el sujeto deberá emerger como efecto de la palabra.
Retomando a Lacan, hay una frase muy conocida que dice: “Lo dicho primero decreta, legisla, ‘aforiza’, es oráculo, le confiere al otro real su oscura autoridad...” deja huellas en la memoria del cuerpo donde se encuentra su voz a veces invasiva, destructora, amorosa; sus decires, imperativos y comentarios, que parafraseando a Colette Soler, serán inolvidables.
A su vez, esto choca con otra arista de la potencia de la palabra: aquella que significa y da sentido más allá de lo que dice, por sus contradicciones, sus silencios, sus equívocos, todo lo que no dice pero deja entrever, todo aquello que se transmite sin decir. El hijo captará así algo como “raro”, circulará cierto “tufillo” que generará un enigma. En definitiva, se tratará de un deseo indecible, que sólo será percibido pero no dicho. El niño buscará descifrar ese enigma para encontrar un propio de su ser, interrogará al Otro materno cada vez con mayor insistencia porque espera que allí esté la clave de su existencia. El amor, al igual que el deseo, empieza con la falta.
Más al comienzo hablé de un pasaje intermedio que precisaba un tiempo para que se desplieguen esas zonas de aprendizaje, en definitiva se tratará de un tiempo de producción de un saber-hacer-materno que requerirá para la estructuración subjetiva del hijo una primera separación, que opera desde la madre y no el padre, y que está en relación a aquella variable que mencionó Lacan como “el deseo de la madre” comprendido como el deseo de la mujer en la madre. Dicha variable será lo que va a permitir --en primera instancia--poner un límite a la pasión materna.
Una madre no es toda de su hijo porque por su ambición fálica (de esto da cuenta la neurosis) estará dividida. Claro que no solo la divide esta ambición sino distintos afectos que se hospedan en lo real de su cuerpo (a modo de ejemplo, ya sea que haya parido o no, los dolores de cintura o espalda cuando hay un bebe en casa son conocidos por todas las madres). Hay un más allá de las gratificaciones de la maternidad, esto es el deseo de la mujer que la habita. Y es lo que introduce al niño en “una dialéctica de identificaciones contradictorias que le permitirán desprenderse de la posición pasiva de objeto de la madre” (C. Soler).
Posteriormente, se produce la que podríamos llamar “segunda separación”, la que sucede cuando la madre, desde ese lugar de Otro primordial, amoneda a aquel tercero (alguien por fuera de esa díada) en su estructura psíquica, transmitiendo su falta, un espacio que dé lugar a la subjetividad, coordenadas necesarias de la neurosis. Es ahí donde la función paterna abrocha como una metáfora la constitución subjetiva, donde se estructurará el niño, operando como un tercero e impartiendo aquella doble prohibición que nos inserta en la cultura. Este tercero no siempre existe en la vida real de un niño y sin embargo la función paterna opera de todos modos, porque en primer lugar está operando en la madre.
Florencia González es psicóloga y psicoanalista. Autora del libro “Lo incierto” (Ed. Paco, 2021).
Bibliografía:
- Bataille, G. (2023) El erotismo. Tusquets editores.
- Lacan, J. (2010). El seminario IV: La relación de objeto. Editorial Paidós.
- Lacan, J. (2010). El seminario VXII: El reverso del psicoanálisis. Editorial Paidós.
- Lacan, J. (2008). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano en Escritos II. Editorial Siglo XXI.
- Soler, C. (2007) Lo que Lacan dijo de las mujeres. Editorial Paidós.