El 12 de enero falleció Carlos Pereiro, escritor y editor de reconocida trayectoria que llevó adelante por casi cuarenta años “Ediciones Del Dock”. Originalmente de Sarandí, vivió durante su infancia y su adolescencia en distintos lugares del Partido de Avellaneda: Crucecita, Villa Domínico, Dock Sud. “La editorial se llama así en homenaje al barrio. Era fanático del club Sportivo Dock Sud. También era hincha de Racing. Yo me pasé la infancia en la cancha con él”, recuerda su hijo, Leandro Pereiro, quien compartió el trabajo editorial con él en los últimos años, y hoy lleva adelante la mítica editorial, cuyos libros acompañan las bibliotecas de muchos de los lectores del país. Especialista en poesía y ensayo, fue bajo su ala que se publicó a poetas como Joaquín Giannuzzi, Héctor Viel Temperley, Irene Gruss, Jorge Aulicino, Alicia Genovese, Raúl Gustavo Aguirre, Libertad Demitrópulos, Kato Molinari, Santiago Sylvester y Jacobo Fijman, entre otros. Su nombre está detrás de todos los grandes, oculto.
Un perfil bajo
Pereiro tuvo una infancia y una juventud duras. Vivió en una familia de bajos recursos; sus padres no habían terminado la primaria. En la casa no había libros ni bibliotecas ni historias de vida inspiradoras. Terminó la secundaria en una escuela nocturna porque empezó a trabajar de muy chico. “Mi padre tuvo siempre un perfil bajo. Él no hizo una carrera. No pudo estudiar. Yo creo que le habría gustado. Pero no tuvo la oportunidad. Igual siempre le importó la literatura. Creo que él sabía, como sabemos muchos del rubro, que lo único que te da calidad como lector es leer mucho con la inquietud apropiada”, dice Pereiro hijo, que también menciona que su padre le inculcó por ósmosis el uso de la palabra como herramienta. Tenían un ritual: compraban el diario todas las mañanas, se sentaban en un bar y completaban el acróstico. “Fue la forma que él encontró para hacerme ampliar el vocabulario. Me explicaba por qué las cosas se decían de una manera u otra. Pasábamos horas y horas hablando de las palabras, discutiéndolas. Eso era amor por la palabra”, recuerda.
Cuando su padre estaba por cumplir treinta, empezó a trabajar en una editorial pequeña que se llamaba Tinta Nueva. Un día, su jefe, un tal señor Villalba, le propuso que abriera una editorial él solo. Corría el año 1988 y así fue como él emprendió su primer sello: Carlos Pereiro Editor. Nombre que rápidamente transmutó a “Del Dock”.
“Creo que mi padre es el único editor de poesía que conocí que no fue poeta. Esa marca tuvo que ver con la presencia de Joaquín Gianuzzi en su vida. Se conocieron porque él vivía a tres cuadras de la editorial. Tomaban café todo el tiempo y se tomaron mucho cariño. Giannuzzi siempre estaba rodeado de mucha gente que lo miraba con devoción. Un día le dio a mi viejo para que le publicara un libro que había ganado el premio nacional. Ese poemario era “Cabeza final”. Así empezaron todos a preguntar por Pereiro y a llevarle sus libros”, recuerda su hijo y agrega que, aunque su padre no hubiera soñado con tener una editorial de poesía, fue conociendo y adorando ese mundo. Sus amigos más cercanos eran casi todos poetas.
“Mi padre tenía muy buen trato con la gente que publicaba. En estos días de tristeza me vi inundado de mensajes y comentarios en redes sociales de personas que hablaban bien de él. Creo que, por fuera de su oficio, era una gran persona, un tipo con muchos códigos. Muy humilde. Me enseñó que hay gente que sabe más que uno y que está bueno apoyarse en esa gente. Después los otros dirán cuál es la importancia de lo que uno hace, pero no es una cuestión de ambición sino de hacer las cosas bien. Bien en términos de la editorial que los lectores ven y bien en términos de la editorial que los autores buscan para publicar”, dice su hijo.
A finales de los ochenta, así como empezó a editar, también empezó a publicar sus primeros cuentos: “Matar a los perros" (1986), “Tres cuatros” (novela corta, 1990), “El día para siempre” (cuentos, 1995, segundo premio del Fondo Nacional de las Artes en 1994). Las novelas “El incidente" (2003) y "El destino” (2006, tercer premio del FNA y finalista del Premio Clarín en 2005). El último libro de su autoría fue el volumen de cuentos “Agua y fuego” (2023). Varios de sus libros se pueden conseguir hoy a través de la página web de la editorial: Ediciones del Dock.
“Mi padre era un tipo gracioso, pero en su literatura no hay humor. Hay sordidez. Melancolía. En sus cuentos las cosas siempre se van a la mierda. Pero nunca parten de un lugar bueno. Ya están mal y se complican más. Sus escritores favoritos eran Onetti y Faulkner. Yo creo que su infancia se traspasa una y otra vez a sus textos. La experiencia del dolor. Obviamente, hay cosas que él recordaba con cariño del barrio, sobre todo la fuerza de la comunidad, las vecinas, la cuadra como espacio compartido. Era un tipo que te decía: la felicidad no existe, la vida es dura. Pero justamente valoraba los buenos momentos. Esos que para él no eran los grandilocuentes, sino más bien los ordinarios”, reflexiona su hijo.
Pereiro pasó varios meses enfermo, de forma irreversible, pero entró al hospital solamente un día antes de morir. Antes fue atendido por la familia en su casa. Se lo hospitalizó porque su estado se volvía crítico y tuvieron que sedarlo. “Es un proceso largo el de la sedación. La muerte puede suceder en cualquier momento. Todos nos turnábamos. Pero cuando murió, estaba yo dándole la mano. Él respiraba agitado y se me ocurrió decirle que se fuera tranquilo que Racing este año va a ganar la Recopa y la Libertadores, que Dock Sud va a ascender. A los diez minutos se fue de este mundo”, finaliza su hijo, esperando que algo de eso que auguró suceda, para compartir un último momento de esos parecidos a la felicidad que siempre rodeó a su padre.