“Me encantaría que esto haga efecto y genere un cambio”, declaraba María Eugenia Bosco sobre los abusos sexuales recibidos con 12 años por su entrenador. “Fue algo que pasó y lo aparté de mi vida hasta hace un par de años”. La valentía de la regatista no es habitual en el deporte nacional. Hay instantes sin retorno, y sacudidas que nos hacen más libres. No hay ni rastro de languidez y complacencia con su pasado. 

La medallista de plata en los Juegos Olímpicos de París 2024 se sumergió nuevamente en un pozo irrespirable, en una pesadilla aterradora que pertenecía a los confines de su memoria. Lo contó para diseñar nuevas formas de resistencias. Nunca podremos estar a la altura de quien pertenece a un colectivo salvajemente oprimido. No cabe hablar, ni razonar, sino solidarizarse con su opresión. El caso nos devuelve al debate sobre el espació ético de la curación y nos hace ver que mostrar el dolor y las cicatrices son necesarios y eficaces para producir cualquier cambio ético y político. Porque la brecha entre el mundo que habitamos y el que tenemos la responsabilidad de construir sí se sostiene sobre una obligación moral: el cuidado de los demás. Su herida nos interpela a todos, y en esa bocanada de coraje está contenida una vida entera. Un secreto, un alarido, una denuncia, que ha destapado, una vez más, la pederastia silenciada. Esa perpetuación de la violencia sexual y el abuso en un contexto de poder y de dominio basado en la desigualdad de género, de clase, de raza y de edad que las posibilitan.

En 2023 la sociedad española se vio sacudida por un informe de investigación del diario El País sobre abusos sexuales y pederastia en el deporte español. El documento concluyó con más de 1.055 víctimas en 187 casos, repartidos en dos décadas. En un 82%, las víctimas eran menores de edad: 661 hombres, 312 mujeres, y 82 víctimas sin determinar su sexo. En nuestro país desconocemos el verdadero alcance de los abusos sexuales en sus competiciones, tanto profesionales como de categorías inferiores. La mayoría de los casos se resuelven y se tapan con soluciones informales. Muy pocos se materializan en denuncias. El sistema no está pensado para afrontar el problema, para que afloren y se registren los casos de abusos. 

Para que la narrativa cale hasta el punto de romper nuestra lealtad con la realidad hace falta mucho más que el maquillaje continuado. Ya no somos capaces de darle a los hechos la relevancia que merecen. Todo es más difícil cuando domina esa concepción medieval de la mujer como instrumento, como mero objeto, reducida a un cuerpo siempre disponible, asumida por la típica retórica de cartón piedra de la verborrea derechona negando la violencia sexual contra la mujer, manipulando el lenguaje para distorsionar la realidad de los hechos.

La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo al que dirán. María Eugenia Bosco lo contó, para hacer del mundo un lugar mejor.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979