La idea original era recrear la icónica foto de un Borges ya ciego, de pie sobre las matas de una llanura anónima, la mano izquierda apoyada sobre su bastón y la otra amenazando con un cuchillo a la nada. Con ese guiño como disparador nació a mediados de la década pasada la tapa de El look de la pelea, el LP debut del músico, poeta y artista plástico mendocino Ludovico Zanettini, alias Puar, masterizado por Daniel Melero y lanzado por el sello RED en diciembre de 2014. Un disco que, a decir verdad, no hizo mucho ruido, ni entonces ni después. Y es una pena: aun en su brevedad de siete canciones en veintiún minutos, El look… es una de las gemas ocultas de nuestro pop en lo que va del siglo. Un pop luminoso y extraño, de letras y melodías mínimas, creado por un artista de curiosidad inagotable y sensibilidad personalísima. Desde entonces, más allá de un puñado de presentaciones esporádicas en Mendoza y Buenos Aires, no se supo mucho de él. Presentaciones con una impronta a la vez tímida y potente, con momentos de fragilidad cruzados por una oscuridad que de pronto se imponía, inesperada. Pero el pasado 4 de diciembre, a diez años exactos de aquel debut, apareció de golpe en las redes Flor roja, su nuevo trabajo. Y está a la altura del anterior.

Escrito y grabado a lo largo de la última década entre Mendoza, Buenos Aires y Dinamarca –donde vive desde 2022 como estudiante becario de Arquitectura en la Universidad de Aarhus–, Flor roja retoma y expande el universo de su primer disco en diez canciones que no pasan de los tres minutos. Piezas que avanzan a partir de breves frases en piano, saxos, sintes, arreglos electrónicos y una voz cuyo timbre varía a lo largo de un sutil entramado pop donde la tradición y lo contemporáneo se funden en referencias a Charly, Scalabrini Ortiz, Satie, el Pity, Talk Talk, los Beatles, Internet, Sakamoto o la cautiva de la pintura La vuelta del malón. “Las canciones de este disco son un poco un retrato de eso que me conmueve del arte, la cultura, la música, la pintura y la historia argentina”, cuenta en charla por Zoom. “Canciones que tienen una estructura mínima que se repite, como imágenes que después van a cumplir una función narrativa en la sucesión de fragmentos del disco”.

Puar también es poeta y arquitecto. Foto: Archivo.

Clase ’89, Puar es hijo de un integrante del legendario coro folklórico Niños Cantores y nieto del poeta y arquitecto Luis Ricardo Casnati. Licenciado en Artes Visuales por la Universidad de Cuyo y participante en 2017 del Centro de Investigaciones Artísticas de Roberto Jacoby, a comienzos de la década pasada publicó en la editorial Carbónico un poemario con homenaje a Virus en el título Curte look barroco. Y con la banda Edificios Dorados, se formó en el under mendocino durante la ebullición creativa que dio lugar a grupos y artistas como Mi Amigo Invencible, Las Luces Primeras o Las Ex (de hecho, Laura Velázquez, cantante y guitarrista de esa banda, era la voz principal en Edificios Dorados).

Flor roja comienza con pájaros anunciando un nuevo día: “Acá en verano amanece muy temprano, y a las cuatro de la mañana se daba un concierto de mirlos justo en momentos en los que estaba grabando. Me gustó la idea de empezar el álbum con esos blackbirds cantando al final de la noche”. El primer adelanto del disco llegó como sencillo a fines de 2023 con “Casate conmigo”: “Mirando los Simpsons/ fumando una vela”, suelta en plan Intoxicados entre ritmos y melodías que remiten al Talk Talk de sus últimos años pop. Mark Hollis y el Pity referenciados en un romántico bailable de lunfardo surrealista. “Me encantan los dos”, cuenta entusiasmado. “Y ahí canta el Guri, que es una leyenda urbana mendocina, alguien muy genial que a la vez tiene como esa cosa medio inasible de gorrión difícil de encontrar”. La mezcla de la canción estuvo a cargo del compositor y productor Cristian Gualpa: “Un músico conceptual brillante que está produciendo música urbana contemporánea muy interesante”, agrega. “Son esas joyas ocultas de Mendoza con una manera muy personal de relacionarse con el mundo”.

Mezclado en Berlín por el músico argentino Ariel Schlichter y con colaboraciones de Matías Quesada en bajo, Baltazar Oliver (co-productor de El look…) en aportes varios, Mauro Ortega en baterías y Nicolás Oyuela y Laurits Huus en saxos (este último un joven danés vecino suyo al que escuchó una tarde desde su casa y se acercó para invitarlo a grabar), el pop fracturado del disco avanza con aires conceptuales entre beats electrónicos, bombos y pezuñas jujeñas. Así pasan las citas a Guillermo Saccomanno y Ángel Della Valle en “La Lengua del Malón” (“Dentre las tetas tibias/ pende una cruz dorada”), la participación en letras y voz del poeta y cantautor Francisco Garamona en “Bebida Negra Pop” o las referencias cruzadas entre desamores y ferrocarriles que atraviesan el desierto en “El Tendido”, con el documental Buenos Aires al Pacífico del sanjuanino Mariano Donoso como una de las fuentes de inspiración.

Cerca del final asoma el instrumental “Navidad dosmildieciocho”, que nació durante una madrugada al piano tras una temporada desalentadora: “En 2018 volví muy derrotado a Mendoza después de vivir dos años en Buenos Aires, donde conocí artistas excepcionales y el mundo del arte de la ciudad, que es tan hermoso como insoportable. Era el final de un montón de expectativas, y esa canción salió al piano después de navidad”. El cierre llega con “Noche de Guitarras” y sus aires de fogón con guitarra acústica y un brindis dedicado a los cantautores de todos los tiempos: “Allá nos veremos/ tocando con guitarras/ un fuego en el cielo/ asado en el cielo/ birras en el cielo”, son las últimas palabras del disco.

Por estos días está trabajando en un EP con covers de Lana del Rey y un libro de fotografías y textos sobre el paso del tiempo en la obra de su abuelo, todo entre apuntes de arquitectura, melodías nuevas grabadas en el estudio que armó en su hogar en Aarhus y papeles sueltos con dibujos sin programa. La tapa de Flor roja, de hecho, nació de uno de esos bocetos azarosos: un mantelito inspirado por bordados de monjas de clausura del siglo XVII sobre el que reposa un cóctel rojo y una cereza con forma de corazón atravesada por un cuchillo. De nuevo, el filo en la tapa: “Me identifico con esa fascinación de Borges por el cuchillero, el compadrito. Aunque yo no soy un cuchillero en absoluto, me paraliza la violencia”, confiesa. “Mi espacio para ser es la noche, mi intimidad, mi estudio. Ese es mi lugar en el mundo. Y el lugar donde me gusta sentirme un cuchillero también”.