Enclavado en el corazón de los Valles Calchaquíes, el pueblo de Amaicha del Valle –ubicado a 2000 metros de altura y a 165 kilómetros de la capital tucumana– es un paraje donde el sol asoma 350 días al año, generando días cálidos, noches frescas (en invierno muy frescas) y cielos diáfanos cubiertos de estrellas.
Los valles son terruño fértil para el buen vino, una pequeña industria local que en los últimos tiempos viene levantando vuelo con el impulso que se le imprime desde el Ente Tucumán Turismo y los viñateros al recorrido de la Ruta del Vino. Buena parte de los productores se encuentran entre Amaicha del Valle, Colalao del Valle, Fuerte Quemado, El Bañado y otras localidades. Una docena de bodegas integran el recorrido: Las Arcas de Tolombón, Chico Zossi, Altos La Ciénaga, La Churita, La Silvia, Río de Arena, Posse, Finca Albarossa, Las Mojarras, Los Zazos, Valle de Choromoro, La Constancia, Tukma, Cerro El Pelao y Los Amaichas son parte de este entramado que empuja con fuerza el desarrollo regional a lo largo de la RN 40 y la RP 307, en un recorrido de unos cien kilómetros.
Los viñedos comenzaron a plantarse en el valle siglo XVI pero recién hacia fines del siglo XIX empezó la elaboración para el mercado. En la actualidad, las variedades implantadas son Torrontés, Malbec, Cabernet Sauvignon, Bonarda, Syrah y Tannat. Los productores locales trabajan de manera orgánica, con abonos naturales como el guano de oveja y aporte de residuos de otras producciones agrarias –hay quienes utilizan la cachaza, el descarte de la caña de azúcar– así como el riego por goteo y agua pura de deshielo.
UN RÍO DE ARENA Roberto “Pelín” Corro es un personaje tan pintoresco como este valle donde crecen cardones centenarios y discurre el río Santa María, que a diferencia de los del contiente marca su recorrido de sur a norte. Corro fue el primer intendente de la localidad de Yerba Buena, y quince años atrás se vino para los valles y compró estos viñedos. Primero hacía vino a fasón (con uvas propias en otra bodega y su propia marca), hasta que años más tarde inauguró el hospedaje y luego la bodega propia: Río de Arena es un combo perfecto a mitad de camino entre Amaicha y Colalao del Valle, muy cerca de las Ruinas de Quilmes. “Hasta ahora, no sabía si los vinos era míos o no”, dice Pelín, mientras sirve una copa de Malbec del tanque donde se está fermentando. Río de Arena produce también un torrontés y un torrontés tardío, dulce. Además está haciendo un corte de malbec con la variedad cesenese, un vino de guarda que almacenará en barricas de roble americano y francés. “Todas las barricas responden distinto, depende dónde lo tengas. El mismo vino en igual barrica en distinto lugar, reacciona distinto”, dice, sentado ahora bajo un viejo algarrobo a las puertas de la bodega.
Los vinos de Río de Arena se comercializan en restaurantes tucumanos y vinotecas de la provincia, además de algunas porteñas. “La locura es que mi viejo no haya conocido esto”, dice y brinda con un torrontés.
EL BUEN VIVIR La primera bodega indígena de Sudamérica y la tercera en el mundo abrió sus puertas el año pasado en este terruño que resultó ideal para el malbec y la uva criolla, una cepa tradicional del valle. La Bodega Comunitaria Los Amaichas se inauguró con la producción de dos variedades de vino que llevan nombres en quechua: Sumaj Kawsay (Buen vivir) y Kusilla Kusilla (Ayudame, alegría). Se trata de un emprendimiento comunitario pionero en el país, que sirve para afianzar el desarrollo turístico de la comunidad. Ubicada en la entrada de Amaicha, sobre la RP 307, alrededor de bodega también hay puestos para los artesanos localel. “Sumaj Causay es vivir en equilibrio con la madre tierra –dice el cacique de Amaicha, Eduardo “Lalo” Nieva, uno de los mayores responsables de que este emprendimiento sea realidad–. Equilibrio emocional, material y espiritual, equilibrio colectivo y personal en relación con el otro, que incluye la planta, la piedra, el agua”.
VINOS MÍSTICOS Camino a Cafayate, en Colalao del Valle, está Finca La Silvia, una pequeña bodega artesanal de dos hectáreas donde se producen los vinos de la etiqueta Faustino del Pozo. Silvia Bramajo trabajó muchos años como periodista en San Miguel de Tucumán, hasta que tuvo una colapso nervioso y decidió parar. Sabía que se quería ir al campo pero no sabía ni dónde ni qué haría. En esa búsqueda, volviendo de Cafayate por la RN 40, encontró este lugar. “Era desierto, no había nada de nada. No sabía si había comprado bien o mal. Todo el mundo decía: esta mujer está loca, dónde se ha ido a meter”.
Silvia se asoció entonces con Néstor Faustino del Pozo, nieto de don Faustino, que fue viñatero en Valladolid (España) y así le dieron vida a La Silvia. “Yo trabajo con la Pacha, que me da su protección, con las piedras del lugar, los cuarzos del río. Trabajo con la biodinámica, me rijo por la luna para la cosecha, si hay que esperar las uvas o adelantarlas un poco hasta la luna llena, lo hago”, dice Silvia.
La enóloga de esta finca, y de buena parte de las bodegas de esta ruta, se llama Tania Hoy, una joven salteña de Cafayate hija del también enólogo Andrés Hoy. “Este vino, que tiene nombre masculino, tiene mucho de femenino. Es el primer vino del valle que hizo Tania, y ya conseguimos dos premios, así que es su hijo predilecto”, se jacta Silvia, entre mates y alfajores de capia con dulces de la zona.
Además del malbec y el torrontés, elaboran un cosecha tardía, un vino dulce natural que se hace con pasas de uva. Los vinos se consiguen en Tucumán y algunas vinotecas de Buenos Aires. En época de poda –de julio a septiembre– los visitantes pueden aprender a podar una planta de vid, y en la vendimia invitan al público a vendimiar. También hacen degustaciones, recorrido por viñedos, talleres de degustación. “Para adquirir las habilidades orgánicas del vino considero que uno tiene que estar con cierta calma, sin estrés. Hacemos una relajación con cuencos de cuarzo y luego la cata dirigida o degustación y maridaje con quesos de la zona”.
DE ITALIA CON AMOR Tania Hoy, la joven enóloga del valle, recibe a TurismoI12 en Finca Albarrosa, una bodega regenteada por tres familias de italianos que se enamoraron del valle y compraron las tierras, donde construyeron también un confortable hotel de ocho habitaciones. El proyecto comenzó en 2010, el hotel se inauguró poco tiempo atrás, y tienen plantadas unas quince hectáreas con torrontés, malbec y algunas hileras nuevas de cabernet franc.
“Hace cien años que en el Valle Calchaquí había plantas y se hacían vinos, eran uvas torrontés y criollas. Después el consumidor fue cambiando, hoy se consume más malbec”, opina Tania. La idea acá era plantar solo torrontés, que en Italia no hay. “Pero se enamoraron también del malbec, y quisieron hacer uno amable, joven, no tan fuerte, para acompañar comidas o un aperitivo. Para mí fue un reto aprender el estilo de los italianos: les gustan los vinos frescos, que no tengan tanto alcohol, más ligeros y que se noten los aromas frutados. Y en el tinto que no sea tan fuerte, agresivo al principio, más que nada”. Tania tiene 28 años y comenzó estudiar a los 21 en Mendoza. De su padre heredó el amor por el vino, y ahora tienen su proyecto familiar en Cafayate: Burbujas de altura, donde elaboran un espumante. “Es un arte hacer el vino”, concluye Tania, e invita a la mesa donde espera un asado.
“Ellos quisieron hacer parte de su vida aquí, y fusionar la cultura local con la italiana. Lo que más les gusta es que acá hay espacio, te sentís pequeño y a la vez grande, esa sensación que produce estar en el medio de la nada es lo que hace este lugar mágico y especial”