Todas las esperanzas se han puesto en el acuerdo de alto el fuego anunciado este miércoles para liberar a los israelíes cautivos de Hamas y poner en marcha una tregua en la guerra lanzada por Israel en Gaza que desde el 7 de octubre de 2023 ha asesinado a 46.800 palestinos y ha arrasado la Franja. Sin embargo, las posibilidades de que prospere este alto el fuego son realmente exiguas.

Pese al hándicap, desde Estados Unidos, aliado de Israel pero principal impulsor del pacto, hasta la Unión Europea, cuya ambigüedad ha eludido una y otra vez condenar a Tel Aviv por sus matanzas, las felicitaciones por el acuerdo alcanzado se suceden.

Se habla de una oportunidad histórica y se obvia la hipocresía de Washington y Bruselas, sin imponer sanciones a Israel por quince meses de masacres, mientras le siguen proporcionando las armas con las que comete esas atrocidades que le han convertido en un estado paria, investigado por genocidio ante la Corte Internacional de Justicia y con su primer ministro, Benjamín Netanyahu, acusado de crímenes de guerra por la Corte Penal Internacional.

Y sin embargo, salvo a los más ilusos, a nadie se le escapa que sobre este acuerdo pende la espada de Damocles de Netanyahu, quien ha sobrevivido a la presión política en su país usando la baza de las decenas de cautivos que aún permanecen secuestrados por Hamas y cuya suerte ha servido para incitar entre la población judía el apoyo a la guerra.

Los secuestrados como excusa para la guerra

De los 251 secuestrados el 7 de octubre de 2023, queda un centenar de rehenes sin recobrar, de los que pueden estar muertos unos cuarenta. La falta de avances en su liberación han desatado manifestaciones contra Netanyahu en las principales ciudades israelíes. En vano, sin el simbolismo de los rehenes, el primer ministro no puede justificar la continuación de la guerra.

Por eso, si como ocurrió en las anteriores negociaciones para alcanzar un alto el fuego mediadas por Catar, Egipto y EEUU prevalecen las prioridades de Netanyahu para salvar su pellejo político y los planes más extremistas de sus aliados en el Gobierno, la actual tregua tendrá una efímera existencia.

El ejército israelí a apenas tres días de que comience el alto el fuego sigue bombardeando Gaza y causando decenas de muertos para subrayar el lema de Netanyahu desde que ordenó atacar e invadir la Franja: “Dejadme terminar el trabajo”.

Que hayan caído bajo las bombas israelíes los dos principales líderes de Hamas, Ismael Haniya y Yahia Sinwar, no significa que el trabajo esté hecho, pues el objetivo final nunca fue, simplemente, decapitar a las milicias palestinas. El objetivo es convertir Gaza en un erial y a su población en 2,3 millones de desplazados, primero dentro de ese territorio palestino y más tarde fuera de la Franja, si se cumplen los deseos de los más extremistas en su Gobierno.

Extremistas que ya han amenazado con dimitir, como el titular de Finanzas, Bezalel Smotrich, el más radical de los ministros, partidario de no dejar un solo palestino en Gaza y que ahora califica el acuerdo como “malo y peligroso” para la seguridad israelí.

El propio Netanyahu, tras acceder en un primer momento al acuerdo y llegar a un consenso que no se había conseguido en anteriores negociaciones, ya acusó a Hamas de tergiversar el pacto. “Hamas reniega de partes del acuerdo alcanzado con los mediadores e Israel en un esfuerzo por extorsionar concesiones de última hora”, indicó Netanyahu el jueves al anular la votación del acuerdo por su Gobierno, del que podrían descolgarse los más ultraderechistas.

La huella de Trump

Las presiones que ha recibido Netanyahu para lograr este acuerdo han venido no tanto del presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, a quien el líder israelí no ha escuchado en los quince meses de guerra, como de su sustituto, Donald Trump, socio juramentado de Israel, pero también contrario a cualquier guerra que estorbe al hegemonismo económico mundial estadounidense.

Y la guerra de Gaza ha sido la primera ficha caída de un dominó que ha puesto en menos de un año y medio a la región de Oriente Medio al borde del abismo y ha cambiado todos los parámetros geopolíticos de la región a favor del supremacismo israelí.

Netanyahu sabe que debe aplaudir la llegada de Trump al poder el próximo 20 de enero con un gesto importante, aunque sea efímero. Un gesto que supere a aquella intermediación de Biden que llevó a la tregua de una semana de noviembre de 2023, cuando se puso en libertad a un centenar de los rehenes.

Es comprensible la presión de Trump. El objetivo final de Netanyahu nunca fue la liberación de los cautivos, sino el cambio del mapa en Oriente Medio, empezando por la erradicación de la Gaza palestina, la expansión de este conflicto al Líbano, los ataques a Irán y la creación de una zona de seguridad para Israel en Siria tras la caída del régimen de Bachar al Asad.

En todo caso, este acuerdo de alto el fuego presionado por EEUU intenta poner coto a la guerra lanzada por Israel sobre Gaza el 7 de octubre de 2023 tras el ataque de Hamas contra su territorio, que acabó con la matanza de 1.200 israelíes y ciudadanos de otros países y 250 secuestrados. Una vasta operación militar que es más una cruzada de venganza y aniquilación de una población, la palestina, que una operación antiterrorista destinada a derrotar a un grupo islamista.

Y Trump, por muchas ganas que le tenga a Hamas, a Hezbolá en el Líbano y a Irán, no quiere que Gaza siga siendo el polvorín de Oriente Medio. Sobre todo, cuando su cruzada pacificadora prometida en la campaña electoral tiene aún tareas muy arduas en Ucrania y en la confrontación ideológica y comercial con China.

Un alto el fuego viciado de origen

Este acuerdo está, por otra parte, marcado por las trampas en su misma formulación y hay flecos muy importantes sobre los que aún no se ha alcanzado un sólido consenso, como la retirada israelí de las principales zonas pobladas de Gaza, su presencia en los corredores de seguridad en la frontera con Egipto o el futuro de Hamas en caso de paz, enfrentado como está a la Autoridad Nacional Palestina.

Israel no aceptará la participación de Hamas en la reconstrucción de la Franja, sobre todo porque en el Gobierno israelí hay quienes reclaman, como Smotrich, que la rehabilitación de Gaza la hagan colonos judíos una vez consumada la expulsión total de los palestinos.

Anticipándose a estas intenciones, el secretario general de la ONU, António Guterres, recordó que el acuerdo es solo “un primer paso crítico” hacia “la preservación de la unidad, contigüidad e integridad del territorio palestino ocupado”. Precisamente lo que ponen en duda Netanyahu y sus pretorianos.

Todo va a depender del grado de implementación de las fases del alto el fuego. Una primera incluiría el fin de las hostilidades durante seis semanas, con la retirada gradual del ejército israelí del centro de Gaza, el retorno de los palestinos al norte de la Franja, la zona más devastada, y la llegada de ayuda humanitaria para paliar la hambruna, las enfermedades y la falta de asistencia médica que se están cebando en la población gazatí, especialmente en los más jóvenes.

Desde que empezó la guerra, ha muerto una media diaria de cuarenta niños en Gaza, despedazados por las bombas la mayor parte, pero también víctimas de esa hambruna y de las infecciones.

Prioritaria la asistencia humanitaria

Por eso, Guterres recordó que la prioridad es “aliviar el tremendo sufrimiento causado por este conflicto” y el aumento del esfuerzo humanitario.

Algo complicado después de que Israel prohibiera la presencia en Gaza de la oficina de Naciones Unidas para los refugiados palestinos, la UNRWA, cuyo trabajo es indispensable para esa supervivencia en un territorio sin comida ni agua corriente y donde apenas quedan centros médicos y hospitales, derruidos por las bombas israelíes.

En la primera fase de la tregua, Hamas pondrá en libertad a 33 de los rehenes aún vivos. Israel liberará a 30 palestinos encarcelados en sus prisiones por cada rehén civil y 50 por cada soldado israelí liberado. Podrían ser entre un millar y 1.650 los palestinos excarcelados según el acuerdo.

A partir del día 16 de esos 42 de la primera fase de la tregua, se comenzaría a negociar una segunda fase que incluiría la liberación de los rehenes restantes y la recuperación de los cuerpos de los cautivos muertos.

Según progrese el acuerdo, el ejército israelí se retirará a una zona de contención dentro de la Franja de Gaza, que se establecerá entre las poblaciones gazatíes y las comunidades fronterizas de Israel. Sin embargo, pese a las felicitaciones, pocos creen que se superará esta primera fase de la tregua.

Un fracaso anunciado

El acuerdo lleva su propio fracaso en su esencia, pese a la insistencia de los mediadores en que “garantizarán” su cumplimiento. Algo harto difícil ante un estado, Israel, que ha desoído una y otra vez las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU gracias al apoyo estadounidense.

Además, el acuerdo conlleva de facto la pérdida del poder que Hamas pueda aún tener en la Franja y en el otro territorio palestino, Cisjordania, donde es la organización Fatah, su enemiga mortal, la que domina la Autoridad Nacional Palestina. La reconstrucción de Gaza no será monitorizada por Hamas, no lo permitiría Israel, y por tanto no gobernará sobre las ruinas de la Franja.

Y esto Hamas no lo consentirá a pesar de su debilidad, diezmado por la guerra y sin aliados fuertes que la apoyen, como la maltrecha Hezbolá, Irán o Siria.

El escollo más afilado para que no prospere el alto el fuego es, sin embargo, Israel, que tiene otros planes para Gaza. La reconstrucción de la Franja resucitaría la hoja de ruta de un estado palestino y esto no está en los planes de Netanyahu.

Es posible que Netanyahu permita una primera fase del alto el fuego, pero es dudoso de que cuaje. La recuperación de parte de los rehenes le permitiría aplacar algo la crítica interna. Pero después no tendrá el mínimo escrúpulo para reanudar la guerra y tratar de contar con el apoyo de Trump para convertirla nominalmente en una simple limpieza de “terroristas”.