Resulta lógica la comparación de un prócer, siempre percibido como viejo, con nuestros jubilados; máxime en un contexto donde el sector es ajustado brutalmente a los designios de la timba financiera. Pero también, y en gran porcentaje, son los que engrosaron los votos de la facción gobernante. Contradicción flagrante, que también definió la vida, y sobre todo los últimos años del ilustre sanjuanino.
Cuenta Paul Groussac-operador político del empresario y zar del azúcar Clodomiro Hileret-, que Sarmiento en su época fue admirado por su prolongada y vibrante irradiación cultural, propia de un autodidacta, pero también por una sordera que iba más allá de lo acústico.
Rasgo que acentuó en el ostracismo impuesto por el Pacto Autonomista Nacional, en sus últimos años en Asunción. Allí, en la ciudad donde los argentinos avizoramos el tropicalismo, escribió Conflicto y Armonías de las Razas en América, un indigesto en el que señaló: "los indios no piensan porque no están preparados para ello, y los blancos españoles habían perdido el hábito de ejercitar el cerebro como órgano”.
Por el contrario, describe al pueblo estadounidense exento de toda mezcla con razas inferiores que degraden su energía con “la adopción de ineptitudes para el gobierno”.
Varios fueron los factores que confluyeron en la redacción de ésta, su última obra: la influencia de Spencer, Taine y el darwinismo; las luchas civiles en Argentina; el paulatino abandono de las instituciones y programas educativos que él mismo inició, y el haber sido contemporáneo a la guerra de Secesión y el final administrativo de la esclavitud en Estados Unidos.
Sin buscarlo, por considerar referencias tan disímiles, construyó un contraejemplo que, al final, se vio forzado a aceptar el carácter mestizo de América Latina, aunque su objetivo fuera el de denunciar la presencia de este elemento étnico.
Una muestra más de la inmunodepresión que acabará lentamente con el que había sido senador, gobernador, ministro y Presidente de la República, integrando además la más importante generación de intelectuales que parió el país, la del 37, la destacó también el flemático y advenedizo Groussac: “sus importadas veleidades de pedagogo a voleo no dieron fruto sino en proporción mínima, y esto gracias al cultivo de Avellaneda, su ministro y sucesor. Poco o nada quedará ya de esas cargas de caballería contra la ignorancia criolla”.
Y así murió el más argentino, a pesar de no querer serlo, un 11 de septiembre del año 1888. Una contradicción intrínseca que permanece y hasta de manera irracional, en muchos sectores de nuestra sociedad.