Lo que menos quiere una localidad turística es anfitrionar una tragedia en plena temporada alta, cuando el lugar está lleno de gente y por lo tanto llama aún más la atención de la opinión pública. A Villa Gesell eso le pasó en varias oportunidades: desde los cadáveres que el mar vomitó en diciembre de 1978 (y que décadas después se supo que eran víctimas de "vuelos de la muerte") hasta el rayo que mató a cuatro personas e hirió a otras 20 en una playa del sur, el 4 de enero de 2014.
Este sábado se cumplen cinco años del asesinato de Fernando Báez Sosa, un pibe de 18 años al que sus padres le habían dado una mano para que se tomara las primeras vacaciones de su vida con amigos, y que por defender a estos en un boliche terminó ultimado a golpes en la calle. Sucedió en la madrugada del 18 de enero de 2020, en la vereda frente a la disco Le Brique, sobre 3 casi Avenida Buenos Aires.
Si bien tanto Villa Gesell como otros lugares parecen sobrevivir a calamidades tales como la pandemia o el peligroso gobierno de Milei, aquel crimen brutal a manos de ocho rugbiers de Zárate –hoy detenidos con penas de distinto calibre– alteró para siempre el perfil turístico de esa legendaria localidad balnearia, vinculada históricamente al nervio joven.
Es cierto que ya nada queda de aquella Villa de los '70, década en la que se erigió como el destino predilecto de los pibes que buscaban vacacionar por primera vez sin sus viejos. Y si bien durante largo tiempo fue escena y escenario para innumerables épicas de colosos del rock argentino (con ese blend de campings y shows a la gorra), en los '90 el eje nocturno de experiencias y sociabilidad pasó a trazarse alrededor de los cada vez más numerosos boliches bailables.
Tras ello sobrevinieron el 2001, Cromañón, y nuevas modas y consumos. En Gesell, los lugares para beber y bailar proliferaron a tal ritmo que incluso llegó a ganarle ese mercado a su vecina Pinamar. La muestra está en Pueblo Límite, un complejo en la entrada que atrae a nenes y nenazos de Cariló, el barrio cerrado La Herradura y el exclusivo Costa Esmeralda.
Fernando Báez Sosa fue asesinado tras una emboscada en la avenida principal del centro geselino, a pocos metros del personal de seguridad de Le Brique y también de los refuerzos que verano a verano envía la Policía Federal, quienes se desentendieron de sus responsabilidades. Los cargos fueron licuados entre los asesinos, a quienes los incriminaban numerosos testimonios y también varios videos. La explicitud de las imágenes ayudaron a eso. Y también a que nunca se indagara más allá de ellos.
Porque el crimen de Fernando agudizó acaso el principal problema que tenía Villa Gesell con esa nocturnidad expansiva y explosiva: la gestión y el control de un momento clave de una ciudad balnearia aspirada para jóvenes. A medida que fueron avanzando los años, la noche geselina en verano siempre parecía llegar a los límites de la tensión, entre pibes sin mucha rienda y policías desaforados con la tonfa en la mano. Nunca nadie se preocupó por encontrar una solución saludable a medio camino entre el libertinaje y la represión. Cuando Báez Sosa murió, ya era tarde.
La inminencia de la primera cuarentena por la pandemia de la Covid (iniciada el 20 de marzo de 2020, dos meses después del hecho) ayudó a bajar la intensidad del conflicto que generó ese asesinato en el pueblo, desligándose de una atención que a partir de entonces la tendría centralmente Dolores, ciudad en la que se desarrolló el juicio. Los geselinos igualmente recordarán los debates que se produjeron en el otoño e invierno de ese cuarenténico 2020 respecto a la necesidad o no de modificar el perfil turístico de la ciudad. La discusión parecía resumirse a eso: jóvenes sí o jóvenes no.
El sedimento de aquello es una Villa que parece haber abandonado aquella entrañable identidad de páramo juvenil pero sin encontrar otra que la reemplace, la actualice o la supere. Y terminó quedando en una medianía que –en el menos malo de los casos– apenas la iguala a otros lugares similares que nunca tuvieron un activo diferencial más allá de la arena y el mar. Las noticias de Gesell que los mismos medios locales muestran en estos días no son alentadoras: el incendio de un hotel céntrico, un pibe de 13 años es alcanzado por rayo, quejas por el amonotamiento de basura en las calles, batalla de vendedores ambulantes en la playa.
Hoy, por ejemplo, no se puede entrar a la playa con una latita de cerveza pasada la noche. Y las bandas locales tienen que darse maña para tocar en un pueblo con habilitaciones restringidas a esa clase de lugares. ¿Boliches? Apenas uno, el mismo de siempre. La noche siguiente al asesinato de Fernando, Le Brique abrió sus puertas y en su cuenta de Instagram subieron una foto a sala llena con el texto: "Fiesta". Pocos días después debió cerrar para siempre.
El árbol alrededor del cual Báez Sosa fue asesinado por una manada de jovenes se convirtió con el tiempo en un monolito que combina un cartel de madera con distintas fotos o escritos que aparecen y desaparecen. En uno de ellos, alguien pide no olvidar. Aunque ya no recordemos qué es lo que dejamos ir para siempre esa noche del 18 de enero del 2020.