A las seis de la tarde ya está todo listo en la estación fluvial de Tigre. La lancha preparada y los pasajeros también, dispuestos para zarpar hacia un recreo del río Sarmiento, a diez minutos de la estación y cinco del Puerto de Frutos. Esta vez es Kanoo, donde se ofrece restaurante, producción de eventos sociales o corporativos y paseos en kayak o bote de remo; la próxima vez sin embargo el destino puede ser otro, ya que la noche de Vino y Estrellas va rotando por diferentes lugares del Delta: pero la propuesta es la misma. Es decir, salir al atardecer para ser recibidos con un brindis que haga brillar la puesta del sol en las copas, y luego dedicarse a observar la luna y las estrellas junto a una degustación de vinos.
ALTA EN CIELO Claudio Martínez es profesor de Matemáticas pero, sobre todo, un amante de la astronomía que convirtió esta afición en profesión y se dedica a divulgarla en grupos turísticos por distintos lugares del país. Mientras la sommelier Silvia Barton –con quien lleva a cabo la dupla de astroturismo y degustaciones– apresta sus primeras copas, él prepara su telescopio y lo apunta hacia la luna, que esta noche se ve brillante y redonda, como luciendo el “blancor almidonado” de García Lorca. Después invita al grupo a acercarse: uno a uno, con el ojo pegado al visor del telescopio, no hay quien no se asombre ante el plano preciso de los cráteres en el relieve lunar. Y a continuación, llega el momento de las fotos: basta acercar la lente del teléfono celular al visor para lograr, con un par de ajustes, una imagen donde reluce visible la superficie de la luna. Así se establece el hechizo, que se refuerza cuando Claudio apunta hacia el cielo con un láser verde que parece atravesarlo de punta a punta y señala: “Allá está Saturno, allá Mercurio. Se distinguen en el conjunto porque los planetas siempre son más brillantes”.
Mientras un par de nubes amenazan con frenar un rato la observación, el entorno se oscurece del todo y alrededor solo parecen avanzar las luces flotantes de algunas lanchas tardías. Nuestro guía astronómico observa que “esta es una manera de acercar a la gente el conocimiento del cielo, pero no desde lo científico sino desde los sentimientos. Así se arma aquí en el Delta una actividad nueva, donde las estrellas dan pie a recordar las historias míticas de los pueblos originarios, vinculándonos con la materia misma que nos compone”. Después de haber recorrido telescopio en mano Mendoza, San Juan y Sierra de la Ventana, entre otros lugares de la Argentina, subraya que “la idea es generar ganas de conocer la noche. El astroturismo no es un curso de astronomía, es proyectarse hacia lo que muestra el cielo. Y en eso ayuda mucho un telescopio automático refractor como el que traigo hoy, que puede hacer seguimiento y te dice lo que estás viendo. Gracias a su GPS interno sabe fecha, hora y lugar; le pedís la luna y con sus motores se mueve y te la muestra. Es muy transportable, pero a la vez lo suficientemente potente como para ver las galaxias”.
COPAS DEL DELTA Las reacciones de la gente pueden ser muy diferentes cuando se enfrentan a un cielo que –aunque esté siempre sobre nuestras cabezas– no siempre se está acostumbrado a ver. “Hay quienes se sorprenden, gente que siente vértigo, personas que se emocionan o se ponen a llorar. Algunos nunca vieron una estrella fugaz ni la Vía Láctea. Y te agradecen mucho, pero yo también me siento agradecido. El cielo tiene mucho para dar y para mostrar, no solo desde lo técnico”, agrega Claudio, mientras Silvia invita a una pausa en la visita a las estrellas porque está a punto de comenzar su charla sobre vinos. Para esta noche, son tres los elegidos: el blanco Synthesis 2017 de Finca Sophenia; el rosado de cabernet franc Carmela Benegas; y el blend de tres malbec Colosso, de Vicentin Family Wines. Pero la historia que cuenta se remonta mucho más allá de las copas que circulan en el grupo durante la proyección y las anécdotas.
“En Irán –cuenta Silvia– se hallaron vasijas de miles de años. Y en Armenia se encontró la bodega más antigua del mundo, de unos 6000 años: funcionaba en una cueva, de modo que los egipcios ya tenían claro que el vino se elabora con ciertas condiciones de temperatura y humedad. En Egipto también era clave y había tres tipos: el blanco, el tinto y uno especial llamado shedeh. Allí, como en todo Medio Oriente, el vino no era para todos: solo podía tomarlo la clase alta, y precisamente por eso se dice que la multiplicación bíblica de los vinos de parte de Jesús no tiene un sentido literal, sino que es una metáfora de que haya extendido la posibilidad de acceder al vino también a la gente común”.
Volviendo al antiguo Egipto, “el viñatero era como el enólogo de hoy… y se lo seguía por la etiqueta. Existía un sellado real del vino, con una cierta equivalencia a lo que hoy sería la denominación de origen. Debía constar el nombre del estado, de la ciudad, el viñatero y el tipo de vino. Sekem-ka fue el más famoso y se dice que su viñedo entregó un año 1200 jarras de vino de buena calidad y 500 de vino medio. Si hace falta otra muestra de la importancia que tenía, vale recordar que Tutankamón fue enterrado con 40 jarras de su vino favorito. Había muchas razones para esa importancia, y no era menor que el agua estuviera frecuentemente contaminada”, explica Silvia, que en la próxima fecha de Vinos y Estrellas –el 7 de diciembre– se volcará a la importancia del vino en Grecia y Roma. Más adelante, el 12 de enero y 9 de febrero serán las siguientes fechas veraniegas de esta iniciativa para descubrir el cielo del Delta. Quien lo desee, además también puede quedarse a pasar la noche en algunos de los hoteles que ofrecen tarifas especiales para la ocasión (Isla Caribeta; Delta Eco Hotel, Wyndham y La Morada).
Pero mientras tanto Claudio Martínez toma la posta. Hace circular no una copa, sino un auténtico meteorito, cuenta que esa piedra aparentemente simple no cautiva a nadie hasta que se descubre que viene de algún lejano lugar del universo, que anduvo viajando por el espacio y aterrizó un día –hace unos 4000 años– en Campo del Cielo, la famosa dispersión meteórica del territorio chaqueño. Y es el puntapié que elige para una frase sencilla pero atrapante: “Cuando alguien me pregunta cómo es el material de una estrella, les digo que solo hace falta mirarse al espejo. Tenemos una gran conexión con el universo”. El cielo –agrega– está relacionado con todo lo que hacemos, presente por un lado en palabras tan comunes como “desastre” (donde se adivina el vocablo “astro”) y por otro en relatos populares como el de Caperucita Roja, que se cree inspirado en la tradición nórdica según la cual, durante un eclipse, es un lobo el que se come ese rojo sol flotante sobre el horizonte. Más acá en latitudes, para los pueblos originarios la Cruz del Sur es la huella del choique que cruza los cielos… pero sea como sea –concluye antes de salir nuevamente al abrigo de la noche para seguir descubriendo telescopio en mano los misterios de las constelaciones- “la grandeza del cielo te ubica, te pone en tu verdadera dimensión”