La palabra compuesta abya yala proviene del idioma de los guna, habitantes de Panamá y Colombia. Quiere decir “tierra en plena madurez”. En 1977 el Consejo Mundial de los Pueblos Indígenas la aceptó durante la II Cumbre Continental en Suecia. Fue para que las Primeras Naciones pudieran nombrar con propiedad la tierra habitada, en remplazo de “América”. Fue propuesto por un líder aymara llamado Takir Mamani y se adoptó rápidamente.

El 12 de octubre de 1992 se cumplieron 500 años de lo que se llamó “el descubrimiento de América” y el mundo se vistió de fiesta. Pero había una realidad paralela, la de cientos de comunidades originarias que se habían despertado silenciosamente. La explotación laboral, el daño al medioambiente, la indigencia en la que habían quedado, hacían que cada 12 de octubre fuera un día de tristezas más que de festejo.

La efeméride había sido impulsada por Hipólito Yirgoyen en 1917 para celebrar el “proceso civilizador” de los españoles. Pasó a ser un feriado largo donde los centros turísticos se llenaban de visitantes y a nadie le importaba cuán de acuerdo estuvieran las Primeras Naciones con esa disposición.

Para 1990 hablar de pueblos originarios simplemente no era tema ni en la calle, ni en los colegios. De ahí que fue muy común oír en distintos ámbitos “si acá no hay indios”. El contenido de la televisión argentina se centraba en las telecomedias. Con la dosis de humor los televidentes se distraían de la realidad y las decisiones políticas. Abundaban las parodias, los programas de juegos y competencias. Se emitían novelas de misterio, muertes y engaños de familias ricas en grandes mansiones. Las celebridades del momento daban reportajes para mostrar lo bien que le quedaba la fama sin haber hecho mucho, y hasta la diva platinada tenía algo de qué quejarse en materia culinaria diciendo “los ñoquis no me salen”.

Cada tanto aparecía un funcionario haciendo algo por el bien del otro, como el ministro de Salud Salvador Mazza posando para la foto en Tartagal, donde había ido a inaugurar una canilla de agua potable. 

La organización fue algo fundamental para que cientos de comunidades con sus respectivos líderes comenzaran a concientizar hacia adentro, militando la cultura y animando a no olvidar el pasado, los ancestros, las costumbres. Pero sobre todo el derecho a la tierra, ya que muchos se encontraban viviendo en las orillas de grandes urbes con una misma historia sobre las espaldas, basadas en el destierro.

En Buenos Aires, una de las agrupaciones, se había puesto como nombre Frente de Agrupaciones Indias. Se juntaban a revitalizar el Runa Simi, conocido como idioma quechua, organizaban festivales donde poder cantar y tocar su música tradicional del norte, habían encontrado un pedacito de su tierra aunque sea a través de las manifestaciones culturales. Dentro de esos espacios nadie se burlaba de ellos, ni los maltrataba o los hacía silenciar su lengua. Además, se podían identificar libremente como qolla, porque eran del Qollasuyu, la región del sur.

El maestro Allwirtu Maki fue uno de los que se animó a cuestionar el nombre que se habían puesto. La activista y escritora Lucía Toconás recuerda que “ese maestro nos enseñó a sacudirnos, a cuestionarnos, a descolonizarnos”. En común acuerdo lo cambiaron por Agrupación Queshwa Ayni, Ayuda mutua. Todas las comunidades trabajaban arduamente, realizando grandes ollas populares, porque de norte a sur había que despertar la identidad en un contexto social en decadencia.

Las reformas en cuanto a la salud pública, la municipalización menemista de los hospitales, dio como resultado un vaciamiento en el servicio, donde solo se benefició el sector privado. Aumentaron los casos de tuberculosis, meningitis, sida y, como si fuera poco, la epidemia del cólera estaba haciendo estragos en el norte, y en todas las localidades sin agua potable. Ese año crecieron considerablemente los casos de suicidios de jubilados, por la mala situación económica no había para comer, menos para los remedios, y muchos quedaron en la calle.

Las comunidades indígenas hicieron un parlamento en Mar del Plata, donde se elaboró un documento sobre la incidencia de la epidemia del cólera en la vida de los hermanos originarios de Salta, atentos y dispuestos a actuar con lo que se pudiera.

Todo mientras el mundo seguía revolucionado por los festejos de los 500 años. El Papa Juan Pablo II visitó República Dominicana. En Santo Domingo pidió perdón por las injusticias derivadas de la colonización, algo que cayó muy mal en algunos sectores de la iglesia católica. Fue visitado por varios presidentes y hasta Carlos Menem tuvo una reunión con él. Aprovechó para ponerlo al tanto de la situación de Argentina, contándole con entusiasmo sobre el “crecimiento” de la economía, las empresas que desembarcaban en el territorio, sin mencionar el gran ajuste económico que se llevaba la vida de los hambrientos.

El 11 y 12 de octubre de 1992 hubo también en Abya Ayala un Contrafestejo. Miles de personas originarias y no originarias se dirigieron a las capitales. En Bolivia las fuerzas militares se alertaron frente a las grandes caravanas de manifestantes. En Colombia, Perú, Nicaragua, México, Guatemala, Brasil salían desde los montes, cerros y poblados. Por primera vez se alzaba la voz en contra de lo que festejaba el mundo entero. En la República de El Salvador, la asociación indígena solicitó al presidente Alfredo Cristiani que no acuda a la recepción en la embajada de España y le pidió que se retire de la moneda nacional la efigie de Colón para remplazarla por la del cacique Atonal, que había resistido la llegada de los blancos.

En Argentina fueron varios representantes de la cultura los que acompañaron con recitales y conferencias en el escenario ubicado en la Avenida Nueve de Julio. Allí se hizo una vigilia el 11 por la noche y entre los hermanos se escuchaba decir “hoy es el último día de libertad”, lo que quedó instaurado hasta hoy. Mientras tanto, la Sociedad Rural organizaba un baile de gala “De los cinco siglos”, invitando a integrantes del Jockey Club, el Circulo de Armas y el Club Alemán de equitación, entre otros. La consigna era ir vestido de época y en autos de colección o carruajes antiguos, y hasta había un jurado para premiar al mejor motivo.

El gobierno por su parte organizó para ese 12 de octubre, en Puerto Madero, la Expo América 92, destinando veinte millones de dólares para montarla, hacer una réplica de una carabela y una representación del puerto de Palos. El presidente, junto al intendente Carlos Grosso, inauguraron la muestra y descubrieron la estatua de Cristóbal Colón realizada por el artista Ugo Attadi, donada por el gobierno de Italia. Estatua que hoy se puede ver en la Avenida Nueve de Julio y Santa Fe, siempre confundida con la de un arlequín. Cada acto donde había un micrófono, alguien decía que se celebraba el “encuentro de dos mundos”. Pero las Primeras Naciones sabían que no había dos mundos sino uno, donde unos les sacaban a otros y los borraban del mapa, de la historia, de la vida.

En España, la ciudad de Sevilla engalanó la Plaza de América con la Exposición universal “Expo 92” organizada por la Comisión del V Centenario del descubrimiento de América. Se realizaron infinidad de muestras visitadas por las figuras más importantes del momento como Claudia Schiffer, Alain Delón, el Rey Juan Carlos y Sofía, entre otros.

Argentina participó con un gran pabellón donde se exhibió el bastón presidencial, una colección de mates y otra de platería del siglo XVIII, XIX y XX pertenecientes a colecciones privadas y de los museos Fernández Blanco, José Hernández y Cornelio Saavedra. Se proyectaba durante el día un audiovisual de doce minutos donde los visitantes podían conocer las costumbres argentas, algo de la historia oficial y la geografía. Cada media hora una pareja de bailarines hacía una coreografía de tango estilizado y tradicional.

El Contrafestejo indicó un cambio radical en el mundo. Al año siguiente y a principios de 1994, se hablaba de reformar la constitución nacional de 1853 mediante la conformación de una asamblea constituyente. Para las Primeras Naciones fue el momento de cambiar la historia. Se reunieron en grandes parlamentos en el norte y en el sur para ponerse al día en cuestión de leyes de aquí, de Sudamérica y del mundo. Sabían que había que trabajar por el respeto a la pachamama y los derechos de la vida, honrando la memoria de los ancestros.

Hasta ese momento la constitución, en su artículo 67 inc 15 decía, “proveer a la seguridad de las fronteras, conservar el trato pacífico con los indios y promover la conversión de ellos al catolicismo”. Entre otros, el abogado qolla Eulogio Frites fue uno de los grandes partícipes de este hecho histórico. En el momento de la convención mantuvieron reuniones interminables entrando y saliendo de los despachos. Se escuchaba seguido “hay que revisar y redactar de nuevo”. La asamblea constituyente se realizó en Santa Fe. La propuesta de las Primeras Naciones para esa reforma fueron varias, entre ellas, cambiar el inciso 67 por “prevenir el genocidio y etnocidio, directo o encubierto, conservar sus territorios”.

Finalmente, todas estuvieron de acuerdo en emitir una declaración con fecha 8 de agosto de 1994 dando a conocer el texto para la inclusión de los derechos indígenas en la Carta Magna. Entre otras cosas “reconocer la preexistencia étnica y cultural, garantizando el respeto a su identidad, la posesión y propiedades comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano”.

El cumplimiento del V Centenario de la llegada al continente, sirvió para movilizar el pensamiento, reflexionar y debatir hacia adentro y hacia afuera. Reforzar el orgullo identitario y comenzar a trabajar para una reparación histórica que permita la igualdad de oportunidades. Cuando volvieron a sus casas, a sus pagos, supieron que ya no eran luchadores individuales, no estaban solos. Entendieron que es posible cambiar de a poco la historia, contarla con voz propia, reescribirla, aunque ese pasado tenga similitudes con el presente, ellos ya saben, que no es pura coincidencia.