El concepto de “tecno-feudalismo” está ganando hoy los escritos y ha comenzado a aparecer en numerosas notas y reflexiones sobre la época. Los conceptos circulan y se tornan lógicamente inevitables, se desprenden de las reflexiones por su propio peso, irrumpen en forma simultánea en diferentes autores. 

Guillem Pujol, filósofo y politólogo, de Catalunya, España, en una nota de marzo de 2024 en el portal web “Lamarea”, sostiene que “uno de los autores más destacados que ha contribuido al desarrollo de este concepto es Cedric Durand, economista y profesor de la Universidad de París VIII. Durand argumenta en su obra “Techno-Feudalism” que estamos presenciando una transición de un capitalismo neoliberal hacia una forma de feudalismo tecnológico donde el poder económico se centraliza en unas pocas corporaciones tecnológicas”. 

Guillem Pujol, en su citada nota, agrega que “el economista griego Yannis Varoufakis también ha abordado el tecno-feudalismo, enfatizando que las tecnologías digitales están facilitando una nueva forma de capitalismo que se diferencia del neoliberalismo”.

De ser cierto lo que avizora Cedric Durand, inferimos que se trataría de un retorno (aunque nunca se retorne de la misma manera) a una especie de Edad Media o particular medievalización en el acontecer humano. Esta vez lo será seguramente sin los principios morales, religiosos y culturales del medioevo, o, con un único dios omnisciente y todopoderoso: el dinero. En síntesis, la realización del capitalismo absoluto, su arribo al Cenit. 

Entiendo que ya no se trataría sólo de la anulación de la pérdida y del afán de ganancia absoluta e irrestricta por parte del discurso capitalista, tal es su estructura, sino también del frenesí del goce, del mandato a ir esta vez más allá de los límites, hacia los territorios mismos que lindan con la pulsión de muerte. 

Esto implica la apropiación planetaria, a cualquier costo, por parte de unos pocos semidioses en detrimento de las inmensas mayorías poblacionales a las que sólo les aguardará esperar bajo las murallas las sobras y desechos que arrojen desde las torres los señores dueños del planeta. En esa dirección van en la Argentina la enorme transferencia de recursos económicos desde los sectores humildes y medios de la población hacia los grandes grupos de la economía concentrada, las sucesivas reformas laborales, la precarización del trabajo, la destrucción de la pequeña y mediana industria, etc. 

Pero ese proyecto para realizarse requiere de la destrucción, en primer lugar, del sujeto moderno, o de lo que aún queda del sujeto moderno. Una nueva forma de monarquía antidemocrática se yergue en el horizonte. Un mundo para unos pocos pantagrueles que se lo comerán todo. La pregunta es ¿cómo podrá el tecno-freudalismo, sin grandes guerras y genocidios, mantener la abismal diferencia distributiva, o, mejor dicho, la no distribución de los recursos? 

Desde hace décadas las reflexiones sobre una medievalización en la cultura y una involución civilizatoria, ya venían anticipando lo que ahora aparece con mayor claridad y precisión (y mayor verosimilitud) asociado puntualmente al desarrollo tecnológico y la inteligencia artificial, expresado en el término de tecno-feudalismo. Hace ya varias décadas el psicoanalista y filósofo argentino Jorge Alemán habló de lo que él definía, a manera de axioma, como la relación estructural entre el discurso capitalista y el discurso de la ciencia, explayándose ampliamente al respecto desde el psicoanálisis y los desarrollos de Jacques Lacan sobre la circularidad del discurso capitalista. Ello es fundamental. 

Por otra parte, la idea de una circularidad en el acontecer civilizatorio no es nueva y remite a diversos filósofos modernos e inclusive ya podía ser expuesta, de alguna manera, en la mitología griega, en el eterno retorno, aunque no en relación con el devenir civilizatorio, por supuesto, sino con el destino. 

En varios de mis libros “El más allá de la época” (1999), “La precipitación de lo real” (2005), “Neoliberalismo y caída de los límites” (2016), “El capitalismo absoluto” (2023), etc., he venido hablando, un tanto metafóricamente, de la posibilidad de un retorno de la civilización a edades anteriores como el medioevo, o, más bien, quizá hiperbólicamente, a la edad de piedra, al decir que “vía de la civilización se puede desembocar también en la caverna, aunque esta vez la roca de entrada se abra con tecnología digital”. 

Pero en la crisis civilizatoria no se trata simplemente de decadencia o de la presencia de restos de un primitivismo que no alcanzaron a pasar por el tamiz civilizatorio y que hoy afloran, sino del mismo movimiento civilizatorio que, llegado a un punto de su recorrido, da una vuelta sobre su eje y reenvía a aquello mismo de lo que prometía sacarnos. Hoy la caverna está a la vuelta de la esquina. Por lo pronto pareciera que, en estos momentos, en el itinerario de regreso, las distintas edades históricas comenzaran a habitar simultáneamente en un mismo espacio de tiempo. Es la alteración de las dimensiones de tiempo y espacio a partir del desarrollo de las tecnologías digitales.

Precisamente el plan del ultra neoliberfascismo es un cambio de paradigma cultural para acabar con lo que aún queda de la Modernidad. El proyecto de apropiación planetaria por parte de unas pocas grandes corporaciones económicas ligadas al desarrollo tecnológico como instancia de dominación y control, requiere de la desaparición del sujeto de la modernidad, es decir, del sujeto del pensamiento, la razón, la ciencia, aquel capaz de tomarse a sí mismo en la conciencia y reflexionar sobre sus propios actos, tener conciencia de misión histórica y una visión de futuro. No es casual que los planes de algunos gobiernos afines al ultra neoliberalismo (o al progresivo tecnofeudalismo) vayan por un desfinanciamiento de la educación, de las universidades y la salud públicas, las instituciones del arte y la cultura, los derechos humanos, etc.

Lo que en el horizonte del tecno-feudalismo aguarda es un individuo mutado, habitante de un perpetuo presente, desculturizado, atemporal, un clon sí mismo, manipulable por las voces alucinadas que le llegan desde los muros de las usinas mediáticas del actual capitalismo, en definitiva, un sujeto sin deseos, sin preguntas ni una dimensión del inconsciente, situado en la inmediatez de lo real más absoluto. Aunque suene a exageración, ya lo estamos viendo. 

Concluyendo y afinando el análisis, podríamos decir que en realidad el “tecnofeudalismo” quiere acabar con la Ley simbólica y la dimensión simbólica de la lengua. El lugar dejado vacante por la caída del significante “Nombre del Padre” (concepto introducido por Jacques Lacan para explicar el punto de abrochamiento de la significación, que evita el caos y la dispersión infinita), es hoy paradójicamente ocupado por el imperativo “tecno-feudal” que, sin estar a la altura, pretende erigirse en el punto de confluencia y medida de todas las cosas de este mundo. 

*Escritor y psicoanalista