“Amar es nunca tener que pedir perdón”.
Erich Segal (Love Story).
“Pues algunas veces deberíamos pedirlo”.
(Acotación del autor).
Suelo decir, querido lector, y es porque así lo creo, que estamos viviendo tiempos discepolianos. Uno sale a la calle y ve a la gente rajando los tamangos buscando ese mango que la haga morfar (sabe que la lucha es cruel y es mucha, pero sigue andando por la fe que la empecina). Políticamente hablando, parece que al que labura todo el día como un buey le va mucho peor que al que vive de las minas o está fuera de la ley. Del atropello a la razón, no vale la pena entrar en detalles (hay otras columnas en este mismo diario que dan cuenta de eso). No parece ser tiempo de esperar una ayuda, una mano o un favor; no se sabe quién es derecho y quién traidor, porque todos se acusan de ambas cosas, y cualquiera que nos ve venir sabe que vamos en falsa escuadra, bien metidos en el fangal, aunque ese tangazo lo hayan terminado de escribir los hermanos Expósito.
Pero más allá de las pruebas fehacientes aportadas en el párrafo anterior, permítame usted, fiel y paciente lector, una imagen diferente. Permítame pensar que este momento del país, y del mundo (al que nada le importa, como dijo Discépolo) está más cercano a la exuberancia garcíamarquesiana que a la melancolía de don Enrique Santos. Podríamos llamarlo “realismo trágico”, ya que de mágico no tiene nada, pero están pasando cosas que en el plano de la realidad no parecen tener cabida.
Así, podríamos hablar de la increíble historia de la Cándida Milenial y su abuela Jubilada; de que el Coronel, luego devenido General, líder y presidente, realmente no tiene quien le escriba; de que sin duda estamos en la mala hora y, mientras los ojos de perro azul nos gobiernan, la clase media vive la crónica de una muerte anunciada, con el bienestar general en su laberinto y los planes…, pura hojarasca. No creo que haya una mejor definición de nuestra perspectiva social que “cien años de soledad”, aunque alguno diga que en solo cuarenta años seremos Irlanda, sea lo que sea que tal cosa quiera decir.
Como señalamos con Daniel Paz hace algunos chistes, tenemos un gobierno que permite el cultivo de la memoria, siempre que se cultive solamente para consumo personal. La historia, entonces, se puede tergiversar a gusto y placer, en tanto las redes sociales y sus respectivos señores feudales lo permitan.
En cuanto a la geografía, Mr Donald Trumpeter ha señalado que está en sus planes “agrandar la mesa” (aunque los que coman sigan siendo los mismos) “comprando” territorios a quienes no quieran venderlos. Me hizo acordar de un brillante capítulo de Los Simpson, en el que Homero emprende un pequeño negocio informático y, llamativamente, le empieza a ir bien. Cuando el algoritmo se entera, uno de los monopolistas mayores llega a verlo junto a dos “inversores” de dos metros (de ancho) cada uno, y les dice: “¡Cómprenlo!”.
Todos los días perdemos algún derecho, y escuché que el Gobierno está planeando generar derechos nuevos al solo efecto de poder derogarlos. Y que, en su afán de llamar "zurdo" a todo aquel que no comulgue vertiginosamente con sus creencias, está discutiéndole el podio garca al mismísimo Sumo Maurífice, que en cualquier momento deberá abandonar su reposera y mirar –en una mezcla de odio (que le sale muy bien), envidia (maestro en eso) y admiración (esa se la llevó a marzo)– al tímido joven a quien creía poder infiltrar y ahora le está vaciando su propia empresa política, que algunos confunden con un partido, e incluso lo votan.
Y lo que más bronca me da es haber sido tan gil: creí que como sociedad no íbamos a permitir que tal cosa pasara. Que los distintos estamentos, instituciones, personas, lo que fuera, íbamos a tener los recursos para, no digo ya imponer un proyecto más justo, sino, al menos, evitar este avasallamiento categórico, consuetudinario, problemático y febril.
Si andan por ahí don Discepolín y don García Márquez, probablemente se mirarán asombrados, y cada uno le dirá al otro:
"¡Ni a vos se te ocurrió algo así!".
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video de Rudy Sanz “Hipocresía”, versión del tema de Rubén Blades: