Este artículo intenta pensar cómo se pueden resolver temas como el de Caminito, caros al patrimonio y a comunidades con arraigos fuertes y sensibles. En estos días hubo una promesa de pintar íntegramente la ochava, pero los andamios se fueron y aun no vuelven. En esta intervención, un primer atropello se cargó el frente de la Escuela de Artes Gráficas, que forma parte del complejo quinqueleano y que siempre estuvo pintado de color verde con sus tejas rojas. De un día para el otro apareció pintado de amarillo, color que el edificio jamás lució.
Entiendo algunas polémicas con respecto al color y a la tan mentada paleta de Quinquela y me permito hacerle honor a la Arquitecta Emilia Rabuini, que hizo un importante trabajo de investigación extendida en el tiempo, la base con la que se pudieron hacer antiguas recuperaciones, no exentas de polémicas. Tal vez fue una de las primeras en sintetizar los colores de La Boca y recuerdo que ella misma decía que era un proceso, algo que obligaba a reformular siempre lo investigado. Para dar una idea, cateó las paredes del Museo Quinquela Martín y encontró siete capas de distintas pinturas, cinco fueron puestas por Quinquela.
También hay otros cateos llevados adelante por el gobierno de la Ciudad en su momento, pero no podría precisar por qué áreas de cultura. Todos los trabajos han sido procesos valiosos que nos permiten acercarnos a una interpretación válida. Pero lo cierto es que Caminito tendría que tener una protección especial, además de un cuerpo de especialistas que estudie y formule un protocolo definitivo de intervención para terminar con el oscurantismo del “a mí me parece que es así”.
Aquí se publican fotos de la revista National Geographic de 1958 realizadas por Jean y Frank Shor, las del MQM en blanco y negro, y las del gran Sameer Makarius de la década del sesenta. Vemos que el color varia, las de Makarius tiene un color chillón y fuerte, como reclaman algunos, y las de National Geographic son más pastel. Hasta las de blanco y negro denotan color por todos lados. Estas fotos ponen en duda los estudios del color hechos hasta el momento. Lo que demuestran es que no había una paleta sino un barrio en constante transformación, con Quinquela en permanente experimentación.
Pero de lo que no hay ninguna duda en todas las investigaciones es que el edificio de la ochava está absolutamente intervenido en toda su fachada, de arriba abajo, tanto por Caminito como por Magallanes.
Hay una porfiada abnegación de recuperar el símil piedra justo ahí, cuando la ochava convive en el Bar la Perla, el edificio de la Fundación x la Boca y otros del barrio jamás pintados. Lo importante es entender ese concepto de convivencia pero no en ese edificio, que fue el que transgredió junto a Caminito. El que rompió la idea de ciudad blanca y europea del Centro, marcando identidad y color en el sur, en medio del carbón y el cielo negro de chimeneas.
Un trabajo así debe conversar con los habitantes, escuchar sus historias, evaluar sus niveles de sensibilidad, hacer una tarea docente, buscar material documental, ver cine argentino para ver usos del lugar, fotos de vecinos que las puedan acercar, cuadros de los grandes maestros de La Boca, estudios historiográficos, que puedan contextuar la obra. Se puede crear un cuerpo especializado bajo la órbita del MQM que establezca un protocolo de cómo se restaura y se restituye el color en la Boca. Y propongo el museo porque allí habitan todos esos colores y porque debería ser el que al entender de Quinquela establezca su extensión en Caminito.
Quinquela pensó una escuela con sus obras en las aulas, pero se encuentran en preocupante estado de abandono porque no van los turistas sino los pibes del barrio, a los que nadie les restaura nada. También pensó un museo en esa escuela que tenía su vivienda en altos, un teatro, un centro de lactancia, un hospital odontológico infantil y una escuela de artes gráficas. Esa era la misión del complejo: alimentar, educar, proponer cultura, salud y oficios relacionados al arte y sus sonrisas. Hoy que se creó el Distrito de la Artes, por qué no empezamos bien y por ahí, para que los del barrio tengan una oportunidad.
Hace años, una tocaya me reveló cómo era el método de Quinquela en un conventillo de doble patio de la calle Wenceslao Villafañe, hoy estacionamiento de un restaurante italiano. Antolina me presentó a un viejo marinero que contó que “el viejo (Quinquela) entraba al conventillo y tiraba una lata de pintura que le habían dado en un barco o en una fábrica. Después de unos días pasaba a ver si se había pintado. Si esto ocurría todos felices. Pero si no se venia una perorata sobre el barrio, sus colores y la identidad de La Boca”.