"No podemos callar lo que hemos visto y oído", ruge con letras la pared de la parroquia Santísimo Redentor. A 5 años del asesinato de Fernando Báez Sosa, familiares, amigos y ciudadanos que piden justicia llenaron una iglesia chica en pleno Recoleta. Están allí para honrar la memoria del joven de 18 años al que un grupo de rugbiers le quitó la vida al salir de un boliche en Villa Gesell en enero de 2020.

Media hora antes del horario pactado, el patio de la iglesia se empieza a llenar tímidamente. "Ahí vienen los padres", apura alguien que está en la vereda. El aire se revoluciona y las personas se agrupan en la puerta para recibirlos como si así, se pudiera detener un dolor desgarrador.

Con pines prendidos a la altura del corazón, Silvino Báez y Graciela Sosa, padres de Fernando, entran. Al ver a la gente reunida, entrelazan sus manos.

"Nuestra vida se fue con él. Hoy queremos recordarlo como era realmente: bueno, humilde, con ganas de vivir y de terminar su carrera. Que Dios lo tenga en la gloria, que en paz descanse y que pronto, como dice la religión, volvamos a encontrarnos... eso es lo que deseo", se quiebra Graciela al hablar con la prensa. Sutilmente, su esposo suma su otra mano al entrelazamiento.

Atrás de las cámaras, Susana y Laura despliegan una bandera con fotos de jóvenes. "Somos madres del dolor. Queremos justicia. Tenemos que acompañarnos, no queda otra", dice Susana con los ojos vidriosos. Hace un año y cinco meses mataron a su hija, Danila Ojeda, en Avellaneda. 

Silvino toma la palabra: "Llega el verano y siempre pasan las mismas cosas. Ojalá que la juventud se vea reflejada en lo que le pasó a mi hijo y pueda ser más tolerante". Con la espalda levemente encorvada --como acarreando un peso invisible-- la pareja entra a la iglesia. Se abre un camino en la multitud y la gente extiende sus manos para saludarlos. Cada 18 de enero organizan un acto para pedir justicia y muchos los acompañan fielmente.

"Es como un hijo. Fernando es el hijo de todos, aunque sea un desconocido. Es el sentimiento de una madre" murmura Juana, una señora de 50 años, negando con la cabeza. "Le tendrían que haber puesto perpetua a todos", afirma tenaz. Eso es lo que la familia busca también, pese a los veredictos del tribunal del juicio y de Casación Penal. Sólo cinco de los asesinos --Máximo Thomsen, Matías Benicelli, Enzo Comelli y Luciano y Ciro Pertossi-- tienen perpetua. El Tribunal de Casación bonaerense confirmó para los tres restantes -- Ayrton Viollaz, Lucas Pertossi y Blas Cinalli-- una pena de 15 años.

Además, Casación eliminó de la sentencia el agravante de "alevosía", que implica la traición y la quita de la posibilidad de defensa de la víctima y el haber demostrado intención de matar. Sólo dejó el de premeditación, el único por el que hoy se dictan las perpetuas. De esto se agarra la defensa: para reducir sus penas, argumentan que no planificaron matar a Fernando. Así, apuntan la figura a "homicidio en riña", que estipula penas mucho más bajas, o, en todo caso, la del homicidio con dolo eventual.

Foto: Enrique García Medinca.

Jesica, una chica de 22 años, casi la misma edad que hoy tendría Fernando, está en la iglesia. Como la mayoría de los presentes, no lo conocía. El caso la conmovió: "Sentí escalofríos. Ahí me di cuenta de que alguien puede ser capaz de hacer algo así, de tanta brutalidad. En este caso, encima, fueron muchos". Los chats, los antecedentes, los golpes, los empujones y la patada mortal.

"A un hijo no te lo devuelve nadie, es un dolor muy grande", se repite entre los presentes. Hablando de madre a madre, una peregrina habitual le dice a la mujer que se sentó a su lado: "Siempre decimos 'cuídate, cuídate'. Son cosas de la vida. No se pueden prevenir", suspira atravesada de repente por una angustia.

"Este año nuestro hijo se recibiría de abogado. Soñaba tanto con ese momento y se truncó porque unos cobardes lo mataron. No tuvieron piedad y lo discriminaron por su color de piel", publicó Graciela, mandándole "un beso al cielo" a Fernando.

La misa comienza con gente en los pasillos, en la puerta, el patio y los bancos. Una madre de 30 años le canta a Dios agarrando de los hombros a su hija de 12. Son pocos los que saben cómo rezar y qué cantar, pero están.

El cura empieza su discurso honrando a Fernando y habla del milagro de haber convertido el agua en vino: "Nuestra vida de fe necesita ser renovada por una alegría profunda que nos regala Dios. Realidades puntuales (dolores, penas) hacen que nuestra vida pierda sabor". Todos entrecierran los ojos, Graciela agacha la cabeza. "Dios nos convierte en vida, en alegría. Uno se puede sentir abandonado y devastado, pero ahí está Dios. Que podamos poner en las manos de cristo nuestro corazón y que con el vino renueve la alegría". En el marco de la puerta de entrada, una mujer canosa saca de su bolso una toalla y se seca las lágrimas.

A su lado, un joven escucha con la boca fruncida y los brazos cruzados. No mira a las estatuas de Cristo. Mirá más allá: a los recuerdos de su vida y a la de su compañero de escuela. Afuera, Laura sostiene la mirada y la bandera con la cara de su hijo, Guillermo Guzmán, con firmeza: lo mataron en 2023 cuando tenia 16 años. "Te sacan pedazos de vida que uno tiene. Me sacaron al más chiquito", brama, contándole el caso a una desconocida. Los asesinos de su hijo también eran jóvenes: tenían 20 años. El proceso judicial es lento, pero teme que liberen al único detenido.

El cura vuelve a tomar la palabra y lee las peticiones de esta misa especial. Hace una pausa y augura: "Que Fernando comparta además de la muerte de Jesucristo, el cielo". Entera, la iglesia se une en un padrenuestro. 

Ahora, le toca a los jueces de la Corte Suprema bonaerense resolver los planteos sobre lo presentado por las partes y por el Ministerio Público Fiscal que apeló las condenas, defendiendo que todos los acusados deberían ser considerados coautores del homicidio agravado.

Graciela levanta la mirada para ver a Cristo como si pudiera hablar otra vez con su hijo. “A veces miramos videos tuyos para verte y escuchar tu voz y terminamos con unas lágrimas que quisiéramos retroceder el tiempo para abrazarte y no dejarte ir nunca”, confiesa en sus redes sociales. Los abrazos que la acompañaron al entrar la acompañan, corazón a corazón, más allá de la salida.

Informe: Natalia Rótolo.