La revuelta de las Cariátides es la última aventura traducida al castellano del comisario Kostas Jaritos, devenido ahora Jefe de las fuerzas de seguridad del Ática. Como siempre en esta serie de Petros Márkaris, todo sucede en la Atenas del presente y el autor narra varios casos relacionados que son síntomas de los miedos, problemas, prejuicios y dramas de los países periféricos de la Europa actual. El centro del remolino lo ocupan la cuestión de género por un lado y por otro, la forma en que algunos empresarios extranjeros quieren hacer negocios con los tesoros arqueológicos de Grecia. El tercer pilar de la acción es un drama que, como los demás, tiene resonancias argentinas: está por venderse el edificio que alberga al refugio de los sin techo donde vive Zisis, el gran amigo de Jaritos. El argumento entreteje todos estos hilos y, como suele pasar en la literatura occidental contemporánea, el narrador y protagonista describe el ritmo general cuando dice que está viviendo como en “una montaña rusa o un péndulo: en unos minutos paso de la alegría a la angustia”. El uso del presente verbal enfatiza esos cambios permanentes.
Como todos los libros de la serie, La revuelta de las Cariátides es de lectura ágil pero tiene un problema: la verdadera acción alrededor de los asesinatos tarda demasiado en empezar. Márkaris dedica muchas páginas a la presentación de un personaje nuevo, Antigoni Ferleki, que reemplaza a Jaritos como Jefa de Homicidios después del ascenso del protagonista. Antigoni es un gran personaje y su rango es una sorpresa en un mundo con pocas mujeres policías. El cambio de opinión del narrador con respecto a ella es uno de los pilares de la defensa de las mujeres, de eso no hay duda, pero lo cierto es que, con ese comienzo, la historia pierde fuerza.
De todos modos, la obra de Márkaris emociona por su capacidad para armar tramas policiales (múltiples en este caso) alrededor de lo que pasa en su país en el momento en que escribe, sobre todo porque, leído desde Argentina, ese mundo se parece al nuestro en muchos sentidos: ahí están la violencia creciente del modo en que mueren las mujeres asesinadas; la ceguera de gran parte de la sociedad frente a una situación que debería enfrentarse con urgencia; los fallos injustos de la “Justicia”, siempre del lado de los poderosos; el odio en las redes, donde “lo único que queda es el insulto”; la idea de algunos ricos según la cual la democracia y hasta el planeta están “al borde del colapso” y, por lo tanto, hay que trasladarse a otro planeta o al espacio (dejando atrás a los demás, por supuesto); y sí, la vuelta al pasado en su peor forma. Jaritos siempre busca palabras en el diccionario y en esta novela aparece una única entrada, la definición de “esclavo”, que el policía analiza cuando las Cariátides afirman en una proclama que ahora “hay tráfico de esclavos con los inmigrantes”.
Hasta ahí, lo que está mal. En la otra vereda, hay un lugar que representa la solidaridad y el encuentro: el albergue donde vive Zisis, el amigo izquierdista de Jaritos. En La revuelta, Zisis y el refugio aparecen tres veces como islas de tranquilidad y alivio para el protagonista y su familia; en un cuarto momento, Fanis, el yerno de Jaritos modifica una cita de Casablanca y afirma que “Siempre nos quedará el refugio”. Y justamente, lo que está en juego es la subsistencia del refugio, amenazado por un negocio inmobiliario (qué sorpresa) que pretende apropiarse del edificio en el que funciona.
Márkaris trata varios de esos temas en otros libros. Lo nuevo es el rol central de las mujeres y las reacciones frente a ese cambio sociológico, reacciones que van desde la furia de hombres muy violentos, capaces de todo para detener la protesta que llevan a cabo las que se hacen llamar Cariátides contra el abuso empresario hasta la defensa cerrada de Jaritos, Antigoni, Zisis y otros, que tratan de protegerlas. La forma en que Jaritos pasa de rechazar la idea de una mujer como jefa de Homicidios (Antigoni es sugerencia del jefe) a aceptar, entender y admirar a Antigoni es parte de un proceso que representa la evolución de la cuestión de género en los siglos XX y XXI. Pero Márkaris no olvida que ese proceso despertó también una resistencia entre los hombres y, en los interrogatorios a los sospechosos de los asesinatos, ofrece un panorama de los razonamientos y falsos postulados por los que esos hombres, cada uno a su manera, justifican la violencia que ejercen, tanto frente a los demás como frente a sí mismos.
Como en Liquidación final, Con el agua al cuello y otros títulos, el tema económico es indispensable para entender “la revuelta” del título. El planteo de Márkaris es una descripción ficcional muy exacta de los problemas de la globalización; aquí, de la mano de una idea empresarial para aprovechar los “tesoros arqueológicos” de Grecia en un negocio que daría pingües ganancias a quienes la quieren imponer pero arruinaría la herencia clásica del país. Como dice Kostas Jaritos, cuando llegan los extranjeros que prometen futuras inversiones y una enorme mejora en el nivel de vida de la población, “esta mejora suele quedar estancada en una espera eterna y el milagro queda aplazado hasta la siguiente visita”.
Otra de las constantes de los policiales de Márkaris es su interés por la organización del trabajo de investigación, la decisión sobre prioridades y el orden de las acciones de los agentes. Ese costado de las tareas de Jaritos tiene todavía más centralidad que antes en La revuelta de las Cariátides porque el protagonista es ahora “director” y eso implica no solo organizar sino también sentarse a esperar los resultados de las operaciones que llevan a cabo sus subordinados, cosa que le cuesta muchísimo al protagonista.
Esta no es la mejor de las novelas de la serie sobre Kostas Jaritos pero el inteligente paralelo que plantea su escritura entre lo que sucede en Grecia y lo que pasa en otros países de lo que antes se llamaba “Tercer Mundo” sigue intacto. Márkaris sabe ponerlo al día en cada aventura de su personaje y sobre todo, fusionar esos temas con el enigma esencial de cualquier historia del género.