A veces me crecen dragones entre los pies, sobre todo si me saco los zapatos, dragones que verdaderamente echan fuego por sus fauces temibles y enormes.
Hubo alguien hace mucho, mucho tiempo atrás, que me dijo que entre los dedos de los pies nos crecen las hadas, que son muy pequeñas y trasparentes y florean sus alas de nácar al compás de tarantelas mientras bailan y cantan, desenfadadamente y en el colmo más colmo de las alegrías.
Pero nadie me había dicho, hasta el momento, que entre los pies nos podían crecer dragones, que tampoco eran los dragones de Harry Potter, no señor, sino más bien unos dragones medio de entrecasa, que no sabían volar tan bien, mucho menos jugar en equipo, sino que más bien éstos estaban un poco descangayados y no admitían (sobre todo) que algún ocurrente quisiera montarlos…
Flor de corcoveo endemoniado que les crecía entre las alas y los hacían volar por los aires hasta estrellarse contra el suelo, de manera que era mucho mejor, así decían al menos, nunca tratar de montarlos, a pesar de que si ellos crecían entre nuestros pies, era mucho más que obvio que en algún momento terminaríamos quedando justamente montados sobre su grupa, lo cual era toda una tentación para ensayar alguna pirueta artística de ésas que saben hacer algunos audaces en los cielos.
Los dragones venían siendo más o menos bastante prudentes, salvo la incomodidad de llevarlos entre los juanetes y que por ahí nos quedaban demasiado apretados, además de esas cositas, no nos daban mayores problemas.
Hasta que un buen día se les ocurrió echar fuego todos juntos.
Fue un gran escándalo.
Los carros hidrantes de los bomberos no daban abasto.
Mucho perdimos en esos incendios.
Fueron incendios realmente masivos, voraces, calamitosos.
Ellos decían, nuestros dragones, que estaban ejerciendo su derecho a la protesta, y que como tal, era su más puro derecho ya que estábamos en democracia.
Pero hete aquí que lo que ellos querían (y estaban en lo cierto), era que les diéramos el permiso para salirse de nuestros zapatos y cursar alegremente sus más deseados recorridos aeróbicos sobre el cielo de nuestro pueblo.
En asamblea general de vecinos de la localidad de Irupé por amplia mayoría se decidió esa moción.
Hacía mucho que nos venían jodiendo entre los dedos, más con la humedad, los juanetes, los sabañones y las zapatillas cerradas.
Nos pareció una opción hermosa.
Entonces no nos asustamos, tampoco nos asombramos, de verlos surcar los aires con esa gracia infinita de lagarto alado que desafía todas las intemperies y les vimos formar parejas, enamorarse, poner sus huevos y tener sus hijos.
Sin quemarnos nada, eso sí, porque ellos, en el fondo, muy en el fondo, eran dragones muy buenos…