En 2016, la escritora Claire Vaye Watkins produjo un sacudón en el terreno de la literatura contemporánea actual. Ese año publicó un ensayo titulado “On Pandering” (que se podría traducir como “acerca de complacer”) en la revista Tin House: cuestionaba su motivación al escribir y publicar su primer libro de cuentos, el excelente Battleborn (2012), traducido al castellano como Nevada. Lo que Watkins -una escritora que hoy tiene 40 años- señalaba es que había escrito ese libro para congraciarse con el canon de escritores varones blancos norteamericanos. Y que no los atacaba, sino que se preguntaba por qué había buscado su legitimación. “Es natural que Nevada fuese bien recibido por la crítica: fue escrito para ellos. El libro es un ejercicio en complacer. ‘Miren’, dice cada cuento. ‘Puedo escribir sobre hombres viejos, puedo escribir sobre sexo, puedo escribir sobre aborto, puede ser dura, mirar de frente, evitar el sentimentalismo. Sé cómo describir una erección’. Escribe como un hombre, pensaron. Querían decir: ella sabe escribir”. El ensayo, que sugería una decisión de cambiar de rumbo en su carrera, resultó provocador e interesante para una escritora tan joven que venía de dos éxitos. El otro era la novela Gold Fame Citrus (2015), ficción especulativa sobre una sequía interminable en California en la que exploraba su espacio favorito, en el que pasó gran parte de su vida, el desierto en el Oeste de los Estados Unidos.

Claire Vaye Watkins viene de una familia pobre y en extremo complicada. Su madre, hippie tardía, un poco trabajadora itinerante, otro poco vagabunda, murió de una sobredosis de opioides, como muchos de sus compatriotas. Su padre fue Paul Watkins, mano derecha de Charles Manson y miembro activo de La Familia quien, sin embargo, no participó de los crímenes porque en ese preciso momento estaba distanciado de la secta. En el juicio declaró en contra y aportó contexto sobre los delirios de Manson aunque hasta 1970 siguió visitando a Charlie en la cárcel.

Paul Watkins estuvo con su hija Claire apenas 6 años: murió en 1990, de leucemia. Pero es un fantasma muy presente en la vida de la escritora, así como su madre y como el lugar donde vivieron, Tecopa, un pequeño pueblo en el Mojave, en California, entre Los Ángeles y Las Vegas. A pesar de que su nombre pronto se volvió notorio en Estados Unidos, Watkins eligió tener una producción espaciada. En 2021 publicó su último libro hasta el momento, Te amo pero elegí la oscuridad, que acaba de ser editado por el sello independiente argentino El Gran Pez, con base y librería propia en Mar del Plata.

La novela tiene muchos elementos de autoficción: los recursos, citas y registros de Watkins son profusos y asombrosos, desde ese lánguido arranque como una mujer puérpera infeliz que comenta sus impresiones sobre la depresión posparto como si rellenara un formulario, hasta las cartas de su madre cuando era adolescente, pasando por largas citas intervenidas del libro de su padre My Life With Charles Manson, su hiper conciencia generacional millenial, la relación con sus parientes pobres adictos, los propios consumos, sus amantes, su vida en carpa, su vagina dentada. Podría describirse como “basada en hechos reales”: acompaña a la protagonista, que se llama Claire, desde que se va de su casa, abandonando a su hija -en el libro la niña se llama Ruth, en la vida real Esmé- hasta un reencuentro con su historia personal que abreva de la mitología norteamericana sobre el Oeste: la narradora como forajida, como pionera, como alguien que quiere ocultarse a pleno sol. Es Georgia O’ Keefe en su Rancho Fantasma de Nuevo México, la comunidad de artistas de Slab City con Leonard Knight a la cabeza, Joan Didion de Play It As It Lays, el árbol de Joshua, el clásico cronista John C. Van Dyke, y la historia familiar de Watkins que hereda la psicodelia y el crimen en los ‘60. El objetivo es desarmar la propia mitología y en ese sentido Te amo pero elegí la oscuridad es una novela intencionalmente caótica, un viaje fragmentado con mucho de crónica a lo gonzo, y algunas partes funcionan mucho mejor que otras. Un ejemplo es el capítulo en el que habla de su primer amor, Jesse, que murió en un accidente: trepidante y hermoso, en una estructura más convencional su inclusión podría ser la revelación, el momento en que se dice “ah, ella sigue enamorada de él, o de esa vida, o de su juventud desaforada”. No es el caso. Con frecuencia, la novela rechaza las epifanías y pone en el mismo nivel de importancia diferentes cuestiones, como en una meseta, como en la vastedad sin tiempo del desierto. La forma tiene que ver con la narrativa: ella está hecha un lío tremendo y la novela también. (Hay que decir que El Gran Pez hizo un gran trabajo de edición, pero quizá a la traducción le falte un repaso: el paso de lo coloquial a lo lírico de Watkins no es fácil de capturar.)

Te amo pero elegí la oscuridad se publicó en un momento en que las editoriales estaban ansiosas por libros que hablaran de la maternidad como algo incómodo e incluso espantoso, había una avidez por leer textos sobre el tema en esos años post MeToo: se editaron entonces novelas como Motherhood de Sheila Heti, se recuperaron algunas que habían pasado desapercibidas en su momento como A Life’s Work: On Becoming a Mother de la ahora estrella literaria Rachel Cusk. Las novelas, autoficciones y ensayos sobre madres y maternidades fueron explotadas de más y, como en una mina de oro, parece que ya no queda ni una brizna dorada. Te amo pero elegí la oscuridad, sin embargo, no pertenece a ese lote, aunque en su momento se le haya prestado demasiada atención a la cuestión de decidir esa maternidad distante que dispara la huida de la narradora. Es más radical en forma y también en contenido que muchas de sus contemporáneas: el desierto es un paisaje elegido de violencia, desidia y esterilidad, la apropiación de la narrativa familiar como lugar de pertenencia resulta tenebrosa, la forma dislocada y en ocasiones torrencial del texto es agobiante. Está en conversación (y lo hace explícito, citándola) con la pionera El despertar (1899) de Kate Chopin, con Edna, la protagonista, esa mujer que antepone su propio deseo sobre la familia. Edna también tiene hijos que apenas aparecen en la novela, y también se aleja un tiempo aprovechando una ausencia del marido. Como El despertar -en su época y en su contexto-, es virulenta en su exploración de la libertad femenina, al punto de perder el rumbo. “Me gusta que una palabra pierda su significado de tanto decirse, una palabra como muerte, una palabra como hija, una palabra como esposa”, escribe. Esta novela no busca complacer a nadie, ni siquiera a la propia narradora, que se no se gusta y también disgusta a los demás pero continúa hacia adelante, como si para construir el camino propio fuese necesario transpirar, confundir, patear palabras y estructuras.