Cuando Meryl Streep conoció por primera vez a Raúl Juliá, su coprotagonista en una producción de 1978 de La fierecilla domada, de Shakespeare, estaba "aterrorizada" por él. "Todo en él era tan grande", dijo. "Sus ojos, sus gestos, su sonrisa... y era tan ruidoso". Durante un ensayo, en una pelea especialmente intensa, la actriz atacó al actor puertorriqueño con las uñas. Al defenderse, Juliá la apuñaló con la punta de un lápiz. El incidente dejó a Streep una marca permanente en el brazo. En poco tiempo, se convirtió en una cicatriz que llegó a apreciar.
Juliá dejaba huella en casi todo el mundo, ya fuera en persona o a través del arte. Como Homero Addams en Los Locos Addams (1991) y su inmaculada secuela de 1993, era la viva imagen de la urbanidad mordaz. Brilló como revolucionario torturado en la oscarizada El beso de la mujer araña (1985). Sin embargo, para quienes tuvieron la suerte de verlo en directo, Juliá pertenecía al escenario: era un actor que hipnotizaba en una letanía de obras de Shakespeare, que derramaba sangre en el Drácula de Broadway, que cantaba y bailaba con los mejores.
Y entonces, de forma repentina y devastadora, Juliá se fue. Tenía 54 años cuando murió, el 24 de octubre de 1994, por complicaciones derivadas de un derrame cerebral tras habérsele diagnosticado un cáncer de estómago tres años antes. Su última película, estrenada póstumamente hace 30 años, sigue siendo uno de los papeles más queridos de Juliá, la bombástica adaptación de videojuegos Street Fighter. Protagonizada junto a un espantoso Jean-Claude Van Damme lleno de cocaína, Juliá aportó clase y un carisma absurdo al proyecto, interpretando al villano General M. Bison; había aceptado hacerlo en primer lugar como una oportunidad para conectar con sus dos hijos amantes de los videojuegos. El General Bison es el papel por el que Juliá es más conocido, por detrás del elegante Homero Addams. Pero sus habilidades iban mucho más allá de hacer girar el bigote.
Juliá creció en Puerto Rico, en una familia de clase media-alta. Su madre era cantante, su tía abuela -la mujer que inspiró su pasión por el escenario- cantante de operetas en español. Su padre tenía una pollería y decía haber sido el primer restaurador que llevó la pizza a las costas de Puerto Rico. Juliá trabajó durante toda su infancia y adolescencia, actuando en clubes nocturnos y teatros locales. Fue el actor y futuro pilar de los concursos Orson Bean quien sugirió a Juliá que se trasladara a Estados Unidos, después de presenciar una representación en un club nocturno durante una estancia en San Juan.
Intentar triunfar como latino en la América de los sesenta no era tarea fácil, sobre todo para un actor como Juliá, que llevaba su nacionalidad con orgullo, negándose a suavizar su acento o a cambiar de nombre. "No he venido aquí para hacer de puertorriqueño", dijo una vez. "Soy actor. No soy un estereotipo". Tras mudarse a Nueva York, empezó a actuar con Theater in the Street, una compañía de teatro hispano-inglesa que representaba obras clásicas (Shakespeare, Molière), a menudo en español, allí donde podían levantar un escenario, ya fuera una vereda, un parque o la esquina de una calle. El público no siempre era receptivo: durante su estancia en la compañía, a Juliá le lanzaron huevos, colchones y, en una ocasión, una botella de vidrio desde los techos.
Para llegar a fin de mes, Juliá también aceptó trabajos normales -vendiendo bolígrafos o suscripciones a revistas-, ninguno de los cuales duró mucho. "Me despiden todo el tiempo", bromeaba en una vieja entrevista (Una distorsión un tanto modesta: dejó el trabajo en un comercio al cabo de un solo día, tras darse cuenta de que debía estafar a los clientes cambiando mercancía de mala calidad). Tomó clases para perfeccionar su interpretación; Christopher Walken, que tomó la misma clase, recordaba: "Estaba muy presente... era una gran compañía".
Fue el productor teatral Joseph Papp -conocido por sus entonces radicales castings no discriminatorios- quien impulsó la carrera escénica de Juliá, contratándolo por primera vez para una producción de Tito Andrónico. Después hubo otro período de desempleo y una temporada en la telenovela Amor a la vida, en la que interpretaba a un inmigrante cubano que huía de Castro. "Fue el pozo de mi vida", dijo más tarde. Un día, desesperado por volver a los escenarios, llamó a Papp para pedirle trabajo. "Le dije: 'Escuchá, necesito un trabajo, no me importa de qué tipo'", recordó Juliá. "Ni siquiera tiene que ser de actor, sólo quiero trabajar en el teatro'. Estaba bromeando, pero le dije: 'Estoy dispuesto a matarme, a suicidarme'. Y me dijo: 'Bueno, no lo hagas, vas a hacer un desastre. Llamame dentro de 10 minutos'". Diez minutos después, Papp lo nombró director de una producción de Hamlet.
Juliá nunca estuvo destinado a permanecer mucho tiempo entre bastidores, y pronto se convirtió en uno de los nombres más solicitados de la escena teatral neoyorquina. Debutó en Broadway en 1968 con la obra That Cuban Thing. Después de presentarse cuatro veces a la audición, Juliá se quebró y dijo a los productores: "Sabéen muy bien que soy el único adecuado para este papel. Ahora decídanse"».
A principios de los setenta hacía malabarismos con sus compromisos: de día actuaba en Plaza Sésamo y de noche en el musical rock shakesperiano Dos caballeros de Verona. Cuando le asignaron el papel en Hamlet, junto a Stacy Keach y James Earl Jones, actuaba en Two Gentlemen a primera hora de la noche, antes de ir a Central Park para llegar al final de Hamlet, donde su personaje, Osric, entraba en escena en el quinto acto.
Fue en esta época cuando Juliá hizo su primera incursión en Hollywood, debutando en el cine en 1971 en el drama sobre la heroína de Al Pacino Pánico en el parque. Durante la década siguiente, seguiría destacando en proyectos como la astuta y sexy película de terror Los ojos de Laura Mars, y como un suave "otro hombre" en el exuberante y romántico fracaso de Francis Ford Coppola Golpe al corazón. En 1985, dio el salto a la fama, junto a William Hurt en El beso de la mujer araña. El personaje de Hurt era un homosexual encarcelado bajo la dictadura militar brasileña; Juliá era su compañero de celda, un revolucionario torturado. Ambos actores están magníficos, pero los aplausos recayeron sobre todo en Hurt. Al recoger su Oscar al mejor actor por la película, declaró inmediatamente: "Comparto esto con Raúl".
Durante los ensayos, los actores se intercambiaron los papeles a modo de experimento; durante un tiempo, Hurt, impresionado por la interpretación de su compañero de reparto, insistió una y otra vez en que estaban "cometiendo un error" con el reparto original. Juliá perdió 10 kilos para el papel ("Aprendí investigando que no había revolucionarios gordos") y, al terminar la película, comentó: "Sentí como si yo mismo saliera de la cárcel".
El beso de la mujer araña le abrió las puertas a Juliá, a la que siguieron algunos de sus mejores trabajos en la pantalla, como su papel de férreo abogado en Se presume inocente o el del arzobispo salvadoreño asesinado Óscar Romero en Romero. Intercaló divertidos papeles en películas de género de bajo presupuesto, como Frankenstein desencadenado, de Roger Corman (en el papel de Víctor), o la ambiciosa y fantasiosa Atrapado en el pasado (que más tarde se convertiría en uno de los episodios favoritos de los fans de la serie de serie B Mystery Science Theatre 3000).
En la frustrantemente truncada obra de Julia se esconden muchas pistas sobre sus convicciones fuera de la pantalla. Romero fue, para Juliá, una oportunidad de rendir homenaje a un hombre que dedicó su vida al humanitarismo. Juliá se entregó con diligencia al activismo para acabar con el hambre, a través de la organización The Hunger Project; una vez al mes se negaba a comer durante 24 horas, para expresar su compromiso con la causa. Como portavoz de las estrellas puertorriqueñas y latinas en general, fue un pionero, rompiendo fronteras y enfrentándose a los prejuicios. También se preocupaba mucho por los niños -una parte importante y adorada de su base de fans, desde sus días de Teatro en la calle y Plaza Sésamo- y hablaba ya tarde de su alegría al ser reconocido por los niños por su papel de Homero Addams. Tuvo dos hijos con su segunda esposa, la bailarina Merel Poloway (su primer matrimonio, con su novia y prima de la infancia, terminó en 1969 tras cuatro años).
La muerte de Juliá fue impactante. Después de sus interpretaciones en las dos películas de la Familia Addams -hilarantes y seguras, rezumando personalidad- parecía como si nadie pudiera decir dónde estaría su límite. Puede que estuviera predestinado a no llegar nunca a viejo; el padre y el abuelo de Juliá murieron por la misma causa. Pero uno no puede dejar de preguntarse qué le habría deparado el futuro.
En su funeral, una prestigiosa ceremonia estatal puertorriqueña, el político Rubén Berríos Martínez, compañero de colegio de Juliá en la infancia, dijo: "Raúl vino a este mundo para hacernos más felices. Nunca tuvo enemigos, era una verdadera estrella, en el sentido de la luz que irradiaba de él y de su obra. Por eso hoy Puerto Rico es más oscuro. Él era un espejo luminoso en el que los puertorriqueños ven lo mejor de sí mismos". Y tenía razón. Incluso ahora, 30 años después, todavía se puede ver el resplandor.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.