Después de que sus compañeros de grupo se lucieron con el instrumental “Krishna roll”, el sábado a la noche Sergio Rotman volvió al escenario de Niceto Club y sentenció: “Alguien se quedó sin voz”. Un par de canciones previas lo avisó, y, antes que arrepentirse, justificó su disfonía: “Esto pasa cuando estás tres días sin parar. ¿Y saben qué? Lo volvería a hacer. Disciplina nunca, conducta nunca”. A partir de ese momento, en la antesala de la recta final, el frontman dejó literalmente todo lo que tenía de resto sobre el tablado, comenzando por su instrumento. Sin embargo, ese cierre inesperado le inyectó más estoicismo al recital, alimentando además el culto que pesa sobre uno de los bastiones del poco under que le queda al rock argentino.

Formalmente, Cienfuegos no es una banda full time. Podría ser lo más similar a un supergrupo del post punk argentino, que disfrutó de su clímax en la segunda mitad de los años 90, en la que editó sus únicos tres discos de estudio hasta la fecha. En los 2000, siguieron con varias intermitencias, hasta que decidieron separarse por el desgaste vinculativo que existía entre sus integrantes. No sin antes legar un disco en vivo, Veinticincoseisdosmilcuatro, registrado en Niceto y cuyo título alude a la fecha en que se grabó. En 2019, anunciaron su vuelta a los escenarios, consumada en la sala Groove. Y tres años más tarde en el mismo lugar reafirmaron su deseo de volver a tocar con sendos shows devenidos en catarsis pospandémica.

Rotman suele invocar al nihilismo para referirse a Cienfuegos. “Somos la banda que no existe, esto no está pasando”, espeta el también saxofonista de Los Fabulosos Cadillacs, que en este proyecto oficia de cantante y compositor. Pese a su naturaleza efímera, en octubre pasado el grupo fue el plato principal del Strummer Fest, organizado en C Art Media, logrando una convocatoria que superó las expectativas. Se trató de una performance inmaculada, donde un vocalista inspirado demostró lo que era un punk de raza. De hecho, quizá él es lo más punk que tiene la Argentina, al punto de que en medio de la promoción del evento se atrevió a opinar sin tapujo sobre el último disco de Charly García. No cayó bien su sincericidio, y se lo hicieron saber.

Pese a que aún se mantienen en el ojo de la tormenta, el frontman y el resto de los Cienfuegos arremetieron con el anuncio de dos shows en enero en Niceto. Si en el predio de Chacarita la muchedumbre se quedó con ganas de más, el viernes y sábado que pasaron el sexteto demostró que la continuidad les sienta muy bien. Y es que su dinámica en escena se encuentra muy bien aceitada. Por más que la lista de temas que manejaron fue la misma en ambos días, la banda encaró recitales básicamente distintos. Si la primera fecha se distinguió por su contundencia musical, en el desenlace primó el componente adrenalínico. Sobre todo en la dialéctica entre público y banda, que se tornó en el corolario de la jornada y que hizo de la sala un microondas humano.

Ya en el arranque irrumpió el único invitado, el poeta Pedro Naimogin, para recitar la intro que escribió para “El mundo es tuyo”. Luego de ese minuto de blues psicodélico, que concluye con la admonición al “Amigo águila”, el tema se transforma en un bramido post punk. En cuestión de segundos subieron la intensidad con el punk rock visceral “Carne de tiburón”. Entonces apareció “Hacia el cosmos/ Hacia el infierno”, en el que el sexteto muestra su veta más ecléctica. Le secundaron el punk con aroma a rockabilly “Todo el mundo quiere ser feliz” y la contemplativa “La importancia del hombre”. A continuación, Rotman, que tiene como aliado en el proyecto a otro Cadillacs, el baterista Fernando Ricciardi, introdujo el de psychobilly “Delicias”.

El pogo fue controlado por la ensimismada “Viaje hacia el fin de la noche”, aunque remontaron con “La vida dura solo un segundo”, funk a lo Talking Heads. Acto seguido, el guitarrista Gigio González cantó el bolero “Celoso” y “Malambo y el fantasma”. El punk rock volvió a tomar forma con “Llega el dolor” y “Te fuiste”, donde un Rotman hiperkinético, provocador y convertido en un toro alternó roles interpretativos con el bajista Martín Aloé (su hermano Diego estaba en una de las guitaras). Una vez que el vocalista dio el crédito de la creación de la banda al violero Hernán Bazzano, desenfundaron el primer tema que ensayaron (también está incluido en su disco debut, titulado igual que el grupo): "Moonage Daydream", original de David Bowie.

Tras “¿Querés saber lo que es estar muerto” y “Soñar, soñar”, Martín Aloé asumió el mando vocal en la balada funk “La colina”. Al volver, con vaso de whisky en mano, Rotman afirmó que nunca se había quedado sin voz en un show. Y pidió al público que lo ayudara. Lo intentó una vez más en “Para mí que no estás bien”, pero en “NS/NC” le dio el micrófono a una chica de la audiencia. Si bien la cosa pudo acabar ahí, hicieron como pudieron “La eternidad”, “El secreto del nombre” y “Deja que te diga”. La despedida sucedió con sus covers de "Love Will Tear Us Apart", de Joy Division, y "Reuters", de Wire, con Rotman, a sus 61 años, desparramado en el escenario y personificando uno de los mayores actos de epicismo del rock argentino.