I.

No existe.

Si no se comprueba no existe.

Si el método falla, no existe.

Si Van Gogh no lo pintó, no existe,

si no termina de dibujar los músculos del tronco

y de las piernas, no existe.

Si el pensamiento no se expresa como idea, no existe.

Si Kafka no lee a Dostoievski, no existe.

Si no toda lila concentrada, flor no existe,

Si la noche no es negra, no existe.

Si los signos zodiacales no inducen a vivir en espiral,

no existen.

Si Perlongher no me cubre con sus chorros de luces blanquecinas

no existo...

 

II.

(Im)posible la transparencia del aire y sus paredes.

(Im)posible flotar en la cresta del crepúsculo.

(Im)posible poner el cuerpo de espalda y luego de costado.

(Im)posible este juego de aparatos en mi interior, abierto a la mirada de algo lejano, inexistente, simultáneo en el espacio, a la velocidad de la luz, donde viven los poemas completamente distintos, con sus diminutas crepitaciones  babilónicas, escritos con el dedo rojo de Nabucodonosor.

 

III.

¿Es un lobo o una mujer

perpendicular al aullido del lobo?

No es la dama de las camelias que pasa borrando lo que lee como si fuera un día perfecto para entornar los ojos e irse a otro libro.

¿Es una araña entre los claveles o la mujer a la que se le enreda un monje shaolin en el pelo?

Nada más.

A veces nunca el lobo puede ser confundido con la mariposa.

Pero sus alas aúllan y su sangre vuela.

¿Es un libro o un jardín hecho jauría que ladra a la luna?

¿Es un organismo?

Un organismo lleno de palabras y necesidades.

Es una mujer perpendicular al aullido del lobo.

 

IV.

Un segundo antes de que se enlacen las dulces palabras pelirrojas

con su gran poder de impregnación,

con restos de huesos cósmicos y vello púbico,

al resplandor de una luz de bengala

o del alivio de una resurrección

aquello que es lo que es

se manifiesta

un segundo antes de que el vidente vaticine

la nueva era de los agapantos al mando de las peonías

 

V.

Nosotros vamos a tratar de hablar a pesar del ruido que hace el mundo mientras gira. Y todavía más: vamos a tratar de escucharnos aunque el mundo haga tanto ruido mientras gira. Y vamos a actuar un segundo antes de que el corazón del otro lo requiera, porque ya no vemos las formas dominantes, porque nuestro reverso aterciopela y porque la dermis telepática es también altamente sensitiva.

 

VI.

La poesía habla al hombre, dice el dedo rojo de Nabucodonosor, frente a tanta forma de escupir sobre la leyenda dorada del pescado que traía en su estómago un diamante, y de la mujer que comía granos de arroz prendiéndolos con alfileres.

Es grito genuino, la poesía, contra la opinión común y corriente que pretende instalarse como tribunal de pensamiento, dice el dedo rojo de Nabucodonosor, porque siempre dice las cosas al revés y a contramano.

La poesía no puede estar a la moda, dice, se habla mucho actualmente de ella, entonces muchos escriben poesía, no tienen la culpa si confunden lo simple con lo elemental, lo esencial con lo pueril, la montura con el jinete.

Lo que pasa, dice el dedo rojo de Nabucodonosor, es que el mundo se va acabando poco a poco y sólo aquellos que despierten a la poesía diferenciarán las puertas de escape de las puertas de llegada y pondrán su misión en espejos, no en cosas que resultan fáciles de escribir.

La poesía es contra corriente, dice, mientras la saca del émbolo de la mañana. Y así está bien. Las palabras no saben qué las trajo al poema o a la poesía. Las palabras no quieren saber lo que dicen de ellas los diccionarios, o los falsos poetas. A ellas les sucede el vivir de las letras, no son tinta muerta sobre papel muerto, no se parecen a las palabras que se suelen llamar palabras, ni a los versos cortados con tijera.

A veces, dice el dedo rojo de Nabucodonosor, las palabras vienen del centro de sí mismas, tan interior que el propio conocimiento las desconoce o las ignora. Y ruedan a una velocidad extrema, luego se demoran un tiempo considerable hasta exterminar los gusanos de los significados y dan un par de vueltas, orbitan, alrededor del lobo que se traga la luna.

 

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