Querido Jesse:

Así comienzan las cartas ¿no? Y no me voy a presentar porque a partir de ahora, quiero jugar a que nos conocemos.

A medida que iba leyendo Autorretrato pensaba: qué ganas de interrumpirte y comentarte algo y dejarme llevar por cada una de esas derivas y, de alguna manera, invitarte a nuevos desvíos. Y pensé: esta es una escritura de la conversación, quiero decir, no una escritura que muestra el espíritu de la conversación, si no una escritura que hace hablar. Y me gusta la idea de conversar con alguien en no-presencia. ¿Alguna vez pensaste que muchas personas están conversando con vos en este momento? ¿Crees que podrías sentirlo de alguna manera? Se me acaba de ocurrir algo: ¿Y si las cosas que se nos vienen así inesperadas a la cabeza son parte de esas conversaciones imperceptibles que estamos teniendo con otros sin saberlo?

Mientras te leía recordé muchas veces la trilogía que inicia Befor Sunset. Quizás, alguien se haya quedado con la cosa romántica, esa manera que puede tener alguien de enamorarse del amor, o de algún personaje. Pienso, mientras te escribo, que lo que me atrapó de esas historias, es lo maravilloso que es conocer a alguien, y entregarse a la escucha, a la conversación. Y pensé: esta escritura (la tuya en este libro) es poderosa, porque puede convocar así a alguien, y hacerle sentir esa especie de intimidad.

Cuando era una niña, me hice amiga de una mujer italiana que visitó mi pueblo. Yo tenía unos 8 años, y ella unos 50. La conexión entre las dos fue tal que yo creí que sabía hablar italiano. Antes de irse del pueblo ella preguntó por la dirección de mi casa, pasó a saludarme y me propuso que nos escribiéramos. Así lo hicimos durante dos o tres años. Me mandaba tarjetas para navidad y algún regalo. No sé si Elda seguirá con vida. Si lo está, quizás no me recuerde, pero pienso en que las amistades por cartas deben ser parte de una especie en extinción. Me gustaría inventarles un área protegida que preserve este tipo de existencias y quién sabe, quizás así se multipliquen.

Tuve otro amigo con el que me escribía cartas, las suyas fueron las mejores. Con él también podíamos charlar toda la noche en una derivación sin fin. Mientras recorríamos calles y bares, inventábamos un mundo. Él decía que ante cada decisión se abrían al menos dos mundos, entonces, podrían existir múltiples yoes en diversos mundos. No te preocupes Nati, cuando ya no esté en este mundo, voy a seguir existiendo en otro. Hace unos años que ya no está en este, pero no sé si alguna vez voy a poder comunicarme con su yo de los otros mundos. A veces pienso que la escritura, al igual que sueños, podría funcionar como una especie de portal, pero todavía no sé si manejo bien el mecanismo.

Entonces, mientras te leía, se me aparecían todos mis amigos y amigas, y qué lindo es hablar sin pensar en el tiempo, y entre cervezas, cigarros, quizás después un mate, mirar como los restos de la noche desaparecen con el día. Y pensé otra vez: qué maravilloso es conocer a alguien por el solo hecho de conocer y así sumergirnos en el misterio de las otras vidas.

Y esto que te voy a decir es solo una sensación: creo que ese que habla en Autorretrato, es un yo tuyo, distinto al que escribió Toque de queda, y seguro es distinto al que escribió Los niños 6, pero al mismo tiempo uno puede encontrar rastros de cada uno de ellos en esas escrituras; porque pienso que somos múltiples, que la idea de un nombre pegado a un cuerpo diciendo “este que soy”, es una ficción occidental, una ficción que de alguna manera facilitó unas pocas cosas y complicó otras tantas. Creo que la escritura es un territorio fértil para poder decir “todos estos que somos”.

Quizás en este momento dirías: “creo que somos naves vacías a flote en estas aguas, cambiando y cambiando entre cosas que también cambian". 

Y esa respuesta sería el comienzo de un largo silencio. Quizás solo podría decir: sí. Pero por supuesto, no lo sé, en esta carta en la que juego a que nos conocemos, juego a que somos amigos y podemos hablar hasta que aparezca el día.

También pienso que nada queda igual después de la escritura, también hay lecturas que no lo dejan igual a uno, pero escribir tiene una especie de plus, porque cuando uno escribe, se escribe, y quizás eso haga que algo ya no pueda quedar igual, y entonces, eso que percibo como distintos yoes, sean los variaciones de vos mismo. No sé, cosas que pienso.

“Me parece importante leer algo y recibirlo en el cuerpo y que su compañía te cambie”, escribiste y otra vez digo sí, por supuesto, está sucediendo en este momento conmigo.

Hay un tema sobre el que seguro discutiríamos, y como una parte de mí siente un gran amor, como el que siento por mis amigos, no sé si me atrevería a ponerlo sobre la mesa, porque quisiera cuidar principalmente el cariño, y que no me trates mal por esto. 

Creo que el psicoanálisis no se reduce a Freud, y es más, creo que los puntos cuestionables a Freud no están en el debate literatura o ciencia. Aparte, no sé, para mí ese debate no tiene sentido. Plantear las cosas de esa manera parecería darle un lugar de verdad a uno por sobre el otro. Y además creo que hay puntos muchos más profundos que discutirle a Freud. Por favor no me odies.

Coincido con esa sensación que describís cuando ves a alguien pasearse con un muñequito de Freud, creo que cuando una figura de la cultura, un pensador, quién sea, se convierte en souvenir, la cosa va mal. 

Cuando el Che se convirtió en remera, desapareció de forma progresiva el sentido de su lucha. Alguien puede ponerse la remera del Che y votar a Milei por ejemplo, alguien puede llevar un muñeco de Freud, visitar su consultorio si le dan los ahorros, y ser un pésimo psicoanalista. Creo que esos tipos de souvenirs están hechos para que alguien ya no pueda pensar, son como tapones de pensamiento.

Tengo dos perros, pero venero a los gatos, no sé, quizás sea por su independencia o por esa forma de deslizarse entre las cosas; es más, a veces pienso que soy un poco gato, creo que mi pareja padece un poco eso, él quisiera que sea más perro, pero creo que esas cosas no se eligen.

Me gustan los cementerios, pero prefiero aquellos en donde no están mis muertos. Todos los que recorrí en mi país, tienen pinos. Me agrada el silencio de los pinos y el orden moribundo que existe bajo sus ramas, dijiste. 

¿Sabés cuál es la relación entre la muerte y los pinos? A mí me gustan los cipreses, cuando era niña me pasaba horas mirándolos, esperaba que en algún momento sus ramas se abrieran. Pensaba que eran piños-niños, esperando el momento para expandirse.

Se me terminan los caracteres, Jesse. Como no tengo tu dirección, lo voy a publicar en el diario en el que cada tanto escribo, va a ser como una carta lanzada al mar en una botella.

Desde esta parte pequeña del mundo, te lee y te saluda con cariño, Natalia Milocco.

Jesse Ball, Autorretrato, traducción Virgina Rech, Sigilo, 2024, 121 págs.