Una voz en off que lo compara con Beethoven, con Mozart, con Ravel. Que dice que era uno de ellos. Otra que lo unge genio y visionario. También la del cantante Miguel Ríos, rebosante de alegría en su caso, justamente por haber sido elegido para interpretar la versión deconstruída del “Himno de la alegría”, que recorrió el mundo. Y la suya misma, claro. La de Waldo de los Ríos en pleno trance creativo, bien en “La hora de Waldo de los Ríos”, su programa de TV. Bien grabándose a sí mismo en tomas muy de entre casa. “Ecualización en siete y medio, ecualización en siete y medio, ahora, diciendo una letra voy a cambiar a tres, tres cuartos”, se le escucha decir en voz propia, cuando promedia el devenir fílmico de Waldo, documental sobre su vida y obra, recientemente publicado en España.
Porque, claro, casi ningún músico argentino ha sido tan poco en profeta en su tierra como él. Tal vez injustamente, dado que hubo un tiempo en que intensos atisbos de su intrépida lucidez destellaron en la Argentina. Uno fue el disco que grabó junto a su madre, la cantora Martha de los Ríos, a dos décadas de haber nacido (La última palabra). Otros, suyos y solo suyos, como el que porta la incomprendida Suite Sudamericana, publicada en 1958. O su predecesor Waldo de los Ríos en Al fi. Pero lo más significativo de su vida ocurrió empero a partir de 1962, cuando Waldo decidió exiliarse en España, luego de pasar un tiempo en Estados Unidos.
Es este, su período español pues, el que ocupa el grueso de los 104 minutos del documental. El de un trascender crudo, maravilloso y descontrolado. El de obras arregladas por él que trascendieron fronteras, tales los casos de “Balada de la trompeta”, propalada en el orbe mundano por Raphael; la Sinfonía 40 de Mozart y Cuando me acaricias, de Mari Trini, además del himno citado. O incluso el momento en que inventa el “sonido Torrelaguna”, junto a Rafael Trabuccheli. Todo ello, tanto como una contracara regada de alcohol y drogas, de depresión y soledad, es lo que narra y revisa el film dirigido por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, cuyo fin es el trágico fin de Waldo.
En rigor, la película made in España pone especial énfasis en las causas que llevaron al músico a terminar sus días con dos disparos autoinfligidos en su cara, y la foto de su amante Juan en el pecho. “Si te cogían haciendo cosas no decorosas para la época, acababas en los bajos de una comisaría apaleado e incluso te aplicaban descargas de electroshock. Esa es la España que vivió Waldo. Y lo que se te queda viendo la película es que intentó ser feliz y no encontró esa persona que le correspondiera. Intentó moverse en unos ambientes de gente como él, pero cuando estás atado y no te dejan ser como eres, acabas con este triste final”, fue el veredicto de Ortega, uno de los directores, a faena concluida.
Además de los videos caseros en 8 y 16 milímetros hechos por el propio Waldo, las fuentes de la película producida por Dadá Films & Entertainment se nutre de un profuso material inédito; de un libro nodal sobre la vida del músico como Desafiando el Olvido, de Miguel Fernández; de correspondencias personales que orientan bien sobre el trascender total de De Los Ríos -nacido como Osvaldo Nicolás Ferraro en 1934-, y de testimonios encarnados en las voces en off de personajes cercanos a su vida. Entre ellos, los de su viuda, la actriz y escritora Isabel Pisano, Miguel Ríos, Raphael, Fernando Salaverri, Jeanette –la inglesa de “Soy rebelde”-, Teddy Bautista, Willy Rubio, José Ramón Pardo, Fernando Olmeda, Gabriel Martín, y Karina, la de “En un mundo nuevo”.
Cuatro años se tomaron Arnaiz y Ortega pues en ensamblar todo el material. En darle un cauce coherente, al menos, al Waldo que vivió en España. “Cuando nos encontramos con la historia y todos esos materiales inéditos grabados por el propio Waldo nos dio la sensación de habernos topado con algo realmente especial, como unos exploradores que se encuentran con un tesoro que durante años estaba esperando ser encontrado”, sostuvieron ambos, apenas consumado el estreno.