Se terminaba 1942 y la Segunda Guerra Mundial comenzaba a traerle malas noticias al Tercer Reich. El alemán Hans Harnisch, que trabajaba en una empresa en Argentina, le pide entonces a su amigo Ángel Garrido González un gran favor: la compra a su nombre de una estancia lejos de la ciudad Buenos Aires. El argumento era que necesitaba hacerse de un refugio seguro para él y su familia —que estaba en La Elvira de Madariagaun lugar donde los espías nazis en Argentina pudieran instalar una base de comunicaciones clandestina.