La asunción de Trump es uno de los acontecimientos más preocupantes de la última década. Más aún que su primera presidencia. Su insistencia en “perforar” (pozos petroleros) a mansalva, desconocer los acuerdos climáticos y el tono pendenciero que utiliza. Es como ponerle dinamita a la democracia y a las instituciones en general, cuya defensa se escucha proclamar en Estados Unidos. Trump pone en evidencia que ahora son sus líderes quienes no la respetan ni en sus formas ni en las decisiones. Entre las primeras medidas, el flamante presidente anunció el indulto y la liberación de la cárcel a quienes asaltaron por la fuerza al Capitolio. La libertad difusa, la mano dura, el desprecio por el resto del mundo, el desconocimiento de las diversas identidades de géneros y orientaciones sexuales, las bravuconadas hacia los mexicanos, las ofensas a millones de inmigrantes y las hostilidades hacia el pueblo panameño (les advirtió que les quitará la administración del Canal de Panamá), alcanzan para definir el marco de alarma, el aumento de las tensiones, la disminución de los escenarios de paz.
Lo bueno de esta época es que la insensatez viaja desnuda. Algo de lo que dice, con la impunidad que lo caracteriza, es que va a bajar los precios de la energía extrayendo más petróleo que es el modo más caro de producir energía. Porque, si bien la ecuación económica básica dice que si extraigo más petróleo bajarán los precios, es incapaz de atender el conjunto de las variables en juego sobre el final del primer cuarto del siglo XXI. Hay un cálculo económico, social y ambiental que es incapaz de hacer. No tiene en cuenta las energías renovables, ni la eficiencia energética, ni el calentamiento global que provoca el uso de combustibles fósiles.
¿Por qué creen que uno de los máximos líderes del mundo formal elije el modo más caro de producir energía para bajar el precio de la energía? Bueno, por lo anterior, mira exclusivamente la superficie y no el trasfondo de una política sostenible en el tiempo, y fundamental, porque detrás de Trump y de todos los liderazgos tradicionales del mundo está el lobby de las empresas más poderosas. Y eso ocurre especialmente en Estados Unidos (armas, drogas y petróleo). Trump revela con brutalidad lo que había sido más o menos resguardado con buenos modales. Y es tan evidente que es como verlo pegándose un tiro en los pies.
Para sacar petróleo desde el fondo de la superficie y que llegue al surtidor hay en medio un proceso complejo. Primero hay que detectar dónde hay, lo que se llama la exploración que comprende actividades satelitales y de campo, luego hay que ir a perforar. El ahora famoso perforar nena perforar, que Trump pronunció en tono extravagante. (¿Habrá sido un aviso a la Pacha Mama, una advertencia arrogante de un nuevo ultraje y penetración a la Pacha? ¿O es demasiada metáfora para un líder tan tosco y afiebrado?). Tras la perforación y apertura de los pozos, hay que hacer la extracción instalando torres, bombas, oleoductos para el transporte, a veces por miles de kilómetros, hacia las refinerías y luego el acarreo hacia los centros de distribución que, a su vez, lo harán llegar a las usinas eléctricas una vez que se transformó en diésel, gas o fueloil.
¿Tienen idea de los costos que eso implica si siguiéramos creyendo que se puede consumir como lo venimos haciendo y aún más; si seguimos sosteniendo que el calentamiento global es una mentira y que lo más importante es la economía separada de todo lo demás, según la política extraviada que insiste en proclamar el consumo inacabado en un planeta de recursos o bienes comunes finitos?
¿Hasta cuando seguiremos delegando nuestras decisiones? Es decir, que otro resuelva por nosotros cómo curarnos, cómo alimentarnos, en qué sistema viviremos?
Trump se apresta a jugar el mismo juego de siempre, el Antón Pirulero del capitalismo. Atenderá el juego de los lobbies de las compañías más grandes del mundo y no lo que las personas necesitamos para vivir mejor ahora y garantizar calidad de vida a las generaciones futuras. “La época dorada”, anuncia Trump. Intereses particulares y poderosos vs el interés común. Incapaz de ver la opacidad, esa figura envanecida que desea transmitir podría transformarse en una liebre encandilada en medio del camino. Y quedarse sin salida. Así y todo, el retorno de las extravagancias quizá constituya una esperanza. Al carecer de una mirada transversal y refinada que le permita ver las complejidades de la época, seguirá carcomiendo el precario andamiaje de las democracias. Quizá sea una eclosión definitiva que nos ayude a despabilar y rediseñar la nueva organización global que merecemos. Ojalá.