Como todos los veranos, los incendios en la Patagonia andina son noticia. Este año no solo observamos atónitos las imágenes del fuego en California, sino que también asistimos a un escenario similar y devastador en el Parque Nacional Nahuel Huapi y en la localidad de Epuyén.

El 15 de enero fue uno de los días más temidos en la Patagonia andina: temperaturas altas, sequías y ráfagas de viento de 70 km/h. Es una de esas jornadas en que la población está en permanente estado de alerta y circulan en las redes sociales recomendaciones y prohibiciones para realizar fuego. Al mediodía llega la comunicación que nadie quiere leer o escuchar: un incendio de interfase en la localidad de Epuyén. El saldo del primer día se calculó en la pérdida de aproximadamente 70 viviendas, 20 galpones y más de 2500 hectáreas de zona rural y periurbana boscosa y arbustiva, cerca de 200 personas evacuadas.

Este hecho trajo a la memoria colectiva la experiencia de hace casi cuatro años cuando se desató un incendio de gran magnitud en la Cuesta del Ternero (20 km al norte de El Bolsón) con un saldo de miles de hectáreas y campos productivos quemados por el descuido de unos turistas. A pocas semanas de ese suceso (el 9 de marzo de 2021), se desarrolló otra catástrofe ígnea en vecina la localidad de Lago Puelo, donde el fuego arrasó en unas horas con tres barrios enteros y más de 200 viviendas y cientos de personas evacuadas. Estas trágicas postales cada vez se tornan cotidianas en la región patagónica andina y existe una escasa visión integral que analice la complejidad del problema. ¿Debemos culpar a los caprichos de la naturaleza?

Las hipótesis sobre el origen de los incendios en la región patagónica andina son diversas, pero en su gran mayoría las causas son antrópicas: accidentes domésticos, negligencia en el uso del fuego, oscuros negocios inmobiliarios, fallas eléctricas y el mismísimo cambio climático. Es complejo tener un punto de vista lineal y por eso debemos advertir que muchos hechos y procesos políticos, sociales y ambientales se encuentran interrelacionados.

Nuevas urbanizaciones

En las últimas décadas, la Patagonia andina experimenta un crecimiento demográfico que generó una alta demanda de suelo urbanizable y procesos especulativos legales y extralegales que se manifiestan en una gran proliferación de loteos y viviendas en áreas agrícolas, plantaciones de pinos y ecosistemas boscosos nativos.

Estos espacios suburbanos se los denomina como zonas de interfase o interfaz y presentan una enorme complejidad y vulnerabilidad debido a las cada vez más crecientes dificultades en la disponibilidad de agua, las redes eléctricas obsoletas que colapsan a causa del aumento del consumo, el aumento de basurales y quemas, las plantaciones de pinos sin manejo forestal y el desconocimiento de la dinámica ambiental de una zona de riesgo ígneo por parte de los nuevos sujetos urbanos.

Especulación inmobiliaria

Si bien el aumento de las nuevas urbanizaciones en muchos municipios transgredió los códigos de ordenamiento territorial debido a permisos excepcionales de los poderes legislativos locales, existen otras dinámicas que permitieron comprar y vender suelo con bosque o plantaciones de pino evadiendo restricciones.

Por ejemplo, en el artículo 105 de la Constitución de la provincia de Chubut, los bosques nativos son reconocidos como dominio del estado provincial. Cuando eso dificulta realizar nuevos loteos, algunos especuladores inmobiliarios producían incendios intencionales con el fin de eliminar el “obstáculo” del bosque y así las autorizaciones de loteos, ventas y compras, así como el uso comercial de la madera quemada.

Cambio climático

Asistimos a un momento histórico en que existe un consenso mundial de que el cambio climático es un hecho incuestionable. Distintos estados del planeta adoptaron políticas para disminuir sus emisiones de CO2 y destinar parte de sus presupuestos a políticas preventivas en materia de catástrofes de origen climático. Así, el negacionismo adoptado por el gobierno nacional no solamente es una postura discursiva, sino que se traduce en decisiones políticas que pueden agravar aún más la prevención y la contención de eventos catastróficos.

Por otro lado, existen otros usos políticos del cambio climático que, si bien no lo niegan, lo usan como excusa para exculparse de la responsabilidad por la falta de presupuesto en prevención debido a la idea de que “no es culpa nuestra que haya sequía o llueva mucho”. Ambas caras de la moneda representan un peligroso uso político del cambio climático que, muy lejos de resolver estos problemas, los agrava.

Infraestructura eléctrica

En las zonas de interfase, las nuevas urbanizaciones conviven con la deficiencia de los servicios eléctricos que no pueden abastecer la demanda y se encuentran colapsados. Es común que muchos focos ígneos se originen a partir de la caída de árboles, ramas o incendios en los transformadores aéreos que se encuentran entre la vegetación arbórea o sobre pastizales y malezas. Esto se agrava aún más durante el verano, que es el momento en que el consumo eléctrico aumenta y convierte a las zonas de interfase en una verdadera bomba de tiempo.

Combate del fuego

El Sistema Federal de Manejo del Fuego es una red integrada por diferentes agencias de diferentes jurisdicciones para prevenir y combatir los incendios forestales en todo el país. El sistema funciona en red para rápidamente contener y extinguir los diferentes focos ígneos a partir del combate terrestre y aéreo.

Sin embargo, el peor enemigo de esta red no es el fuego, sino las decisiones políticas en materia ambiental: reducir el presupuesto, la precarización laboral y la incertidumbre en la renovación de contratos de muchos brigadistas y personal del Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF) y de la Administración de Parques Nacionales.

El futuro

Los incendios de gran magnitud en la región patagónica andina ponen en manifiesto la extrema vulnerabilidad política y socioambiental de la región. La tendencia a culpar a otros y la falta de una mirada integral en la gestión del territorio y de políticas de prevención, agravada por la indiferencia del gobierno nacional, complican aún más el panorama.

La cordillera patagónica es un patrimonio natural único y frágil que se ve amenazado año tras año. Es hora de dejar de lado las excusas y asumir la responsabilidad política antes de que los ecosistemas patagónicos sólo sean un recuerdo del pasado.

*Profesor en Geografía y Magíster en Ciencias Sociales. Co-autor del libro Pedagogía para la Tierra.