Un dolor real 6 puntos

A Real Pain; Estados Unidos/Polonia, 2024.

Dirección y guion: Jesse Eisenberg.

Fotografía: Michael Dymek.

Música: Frédéric Chopin.

Intérpretes: Jesse Eisenberg, Kieran Culkin, Will Sharpe, Jennifer Grey, Kurt Egyiawan, Liza Sadovy, Daniel Oreskes.

Hay algo intrínsecamente incómodo en la expresión “Holocaust Tour”, un servicio turístico especializado que existe como tantos otros, en el que se visitan lugares significativos de la experiencia judía en Europa durante el exterminio nazi. Y es ése precisamente el tour que eligen hacer juntos dos primos judíos neoyorquinos de unos 40 años, que alguna vez fueron muy cercanos y que la vida fue llevando por caminos muy distintos. El disparador es la muerte reciente de la abuela de ambos, que sobrevivió a los campos de la muerte, y de quién les gustaría saber más, visitando incluso su casa natal en Polonia. Pero se intuye que en la decisión de hacer ese viaje de no más de una semana hay otras motivaciones que tienen que ver con ellos mismos, con quiénes fueron y quiénes son ahora.

Esa es la matriz de Un dolor real, el segundo largometraje como guionista y director del actor Jesse Eisenberg, que viene pisando fuerte en la temporada de premios previa al Oscar, como lo acaba de probar el Globo de Oro al mejor actor de comedia para Kieran Culkin. Porque A Real Pain (el título original alude más la expresión anglosajona “a pain in the ass” que al dolor real de la experiencia judía) es una comedia que no le tiene miedo al humor aún con un tema tan sensible. Y que aspira incluso a dar cuenta de la identidad judía en un terreno que, a priori, podría ser refractario a la comedia.

En el haber de Eisenberg debe acreditarse antes que nada su habilidad como guionista. Su dramaturgia le permite pintar muy claramente las diferencias de personalidad entre los dos primos protagonistas de esta extraña cruza de “buddy film” con “road movie” en tierras polacas. David (el propio Eisenberg) es un judío neoyorquino ligeramente neurótico y acomplejado, como corresponde al estereotipo tan difundido por Woody Allen. Está casado, tiene un hijo pequeño y trabaja vendiendo publicidad en internet, lo que le permite llevar una vida de clase media presumiblemente sin sorpresas ni sobresaltos.

En cambio, Benji (Kieran Culkin) parece haber escapado al destino manifiesto de ser un adulto responsable y exitoso. A los 40, todavía vive como un adolescente, pero debajo de esa despreocupación fumona, que lo habilita a disparar verdades como puños, se esconde un maníaco depresivo importante. Estas diferencias de carácter entre uno y otro se pondrán de manifiesto durante el viaje, que deberán compartir con media docena de otros turistas del Holocausto, más el experto guía de rigor, unos personajes no demasiado desarrollados que funcionan como caja de resonancia de los conflictos entre los dos primos.

El problema mayor de Un dolor real es la puesta en escena. Si como libretista (y actor) Eisenberg es capaz de plantear contrastes y matices, como director en cambio es muy poco imaginativo: todas las situaciones tienen el mismo ritmo cansino de comienzo a fin, todo luce visualmente chato e incoloro, y ni siquiera parece poder sacar demasiado provecho dramático a las locaciones en Varsovia o Lublin, salvo cuando la película se interna en el campo de exterminio de Majdanek, que se impone con la fuerza de los hechos y obliga a Eisenberg a apagar -por un par de minutos, al menos- su abusivo playlist de sonatas, nocturnos y mazurcas de Frédéric Chopin con el que fatiga desde la banda de sonido.