En nuestro país, la forma en que se desarrolla la industrialización de la producción avícola conlleva una serie de impactos negativos. El modelo agroindustrial de hacinamiento demanda poca mano de obra, porque concentra fuertemente la producción en grandes galpones; apela a fármacos –fundamentalmente antibióticos– que impactan negativamente en la salud humana; además, la estructura productiva se volvió dependiente de la genética importada.
La incorporación de la genética industrial en el sector de la agricultura familiar, campesina e indígena produce el desplazamiento de genéticas criollas. Esto hace que los pequeños productores dependan de esa genética híbrida que no es reproducible, y de otros insumos de la cadena agroindustrial concentrada.
Con una política dirigida a potenciar al sector de la agricultura familiar se podrían revertir estos impactos negativos, avanzar en la soberanía alimentaria y en la producción de alimentos sanos; pero el gobierno nacional está yendo en sentido contrario.
Vertical y transnacionalizada
En Argentina, la producción de huevos y pollos a escala industrial está integrada verticalmente en un mercado oligopólico y transnacionalizado. En el artículo “Informe sobre pollos argentinos” de la revista Crisis, el periodista Nicolás Perrupato menciona que son dos las empresas en el mundo que controlan la genética de todos los pollos industriales, es decir, determinan cuáles son y de qué manera se producen estas aves que llegan a granjas y supermercados: Cobb-Vantress y Aviagem. Cobb-Vantress concentra el 55% de lo producido a nivel global (en Argentina concentra, por ejemplo, la producción de Granja Tres Arroyos, que faena el 80% del total).
Para la producción de carne de pollo hacen falta planteles de reproductores (“madres” y “padres”) y también “abuelos” que produzcan a esos reproductores. En Argentina, se importan en su totalidad los “bebé-abuelos” y, en menor medida, los “bebé-reproductores” padres. De esta manera, las empresas transnacionales mantienen el control monopólico de la genética.
El hacinamiento y el estrés al que es sometida esta genética importada implican un combo más ligado a la farmacéutica que a la producción de alimentos: el pollo que compramos en el supermercado es resultado de precursores de crecimiento, núcleos vitamínicos, minerales y antibióticos. Todo esto es incentivado por una lógica especulación financiera al estilo pooles de siembra.
No solo comemos los antibióticos en el pollo, también están en el agua. El artículo "Evaluando la ocurrencia, degradación y riesgos ambientales de los antibióticos en la basura de gallinero dentro del núcleo agrícola de Argentina" del Centro de Investigación del Medioambiente (CIM) de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP y el Conicet, encontró monensina y salinomicina –medicamentos utilizados para prevenir enfermedades en ganado y pollos criados en condiciones de hacinamiento– en 26 de los 45 ríos y arroyos valorados. Lo que los pollos no pueden asimilar, lo eliminan en sus desechos y esas “camas de cría” contaminan nuestras cuencas.
Imaginemos un galpón con diez mil gallinas enjauladas, una encima de otra, hacinadas, con el pico cortado para que no rompan los huevos y no se lastimen. En ese ambiente de estrés y enfermedad, los antibióticos se usan “preventivamente”. ¿Quién controla los períodos de carencia? Nadie. Debería hacerlo el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa).
Es por abajo
Para la agricultura familiar, que se caracteriza por la tenencia de extensiones limitadas de tierras, la avicultura es la base de la producción animal. Garantiza un autoconsumo saludable y un bien fácil de comercializar e intercambiar, fundamentalmente por ser una cadena de retorno rápido: dos meses en el caso de la producción de carne y cinco meses en el caso de producción de huevos. Esto es así a pesar de las dificultades que impone la regulación del Senasa, que dificulta el desarrollo de este sector campesino, marginándolo a la "producción de traspatio", según los términos del propio organismo.
Sin embargo, hay experiencias que logran innovar. Desde la organización rural Comunidad, Trabajo y Organización (CTO), hace más de una década llevamos adelante una experiencia de producción de alimentos sanos en Traslasierra, Córdoba, con base en la cadena avícola. Reproducimos la genética de la Ponedora Negra desarrollada por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) que le vendemos a otros productores locales y producimos huevos sin trazas de antibióticos. Producimos carne de pollos “felices”, sin hacinamientos ni hormonas ni antibióticos.
Pero, como muchos otros productores, hemos tenido que incorporar la genética industrial (el pollito llamado “parrillero” o “híbrido”), desplazando a las genéticas criollas y diversas, lo que nos hace dependientes de insumos (maíz y expeller de soja agroindustrial, vitaminas, minerales, genética) del agronegocio.
Por esto, en alianza con el colectivo tecnológico AlterMundi, desarrollamos una incubadora pensada para la agricultura familiar, campesina e indígena, accesible en su precio, para la escala de nuestro sector y con una innovación tecnológica superior a las comerciales (monitoreo en línea a través de una app desarrollada en Android). De ese modo estamos dando el primer paso para recuperar genéticas propias, que nos permitan producir una alimentación diferente y desanclarnos de los insumos agroindustriales.
* Referente de la Unión de Trabajadores Rurales (UTR) - UTEP Rama Agraria, Córdoba.