“El crimen tenía que ser de algún modo menor, entre comillas, por eso pensé en la posibilidad de un gato que fuera realmente muy molesto para todos los vecinos y que el protagonista viera en la posibilidad de quitarlo del medio algo así como un acceso a la chica que le interesa”, explica Guillermo Martínez. El autor lanzó recientemente Un gato muerto (Grupo Planeta), un cuento –acompañado por ilustraciones de Santiago Caruso- que comienza como un relato aparentemente policial y deviene en una historia con un pie en el terror sobrenatural y otro en el thriller psicológico. “Toda la idea era hacer algo así como un relato policial en pequeña escala, que luego crece más bien hacia el género del horror, ligado con la locura, algo que escala hasta que se transforma en una tragedia”, agrega.
-Todo el aire del relato recuerda a los edificios obreros que abundan por el sur de la ciudad, construidos en torno a un patio central. ¿Por qué te interesaba partir de esa escenografía?
-En general, no imagino mis escenografías a partir de edificios reales. Lo que me interesaba era que hubiera algo así como una incrustación de la infancia del protagonista en la casa. Él llega a una gran ciudad y ve algo de la infancia, en este caso el aljibe, que conecta con el mundo del campo de su abuelo. La brutalidad del campo que se transmite a la madre en la manera de tratar con los animales, el recuerdo de la infancia sobre cómo la madre de algún modo se deshizo de unos gatitos que tenían las hermanas. Es decir, sí me interesaba esa especie de conexión que hay a través del aljibe con el mundo de la infancia y que le despierta a él no solamente ecos de esa situación, sino también el retorno del sonambulismo, que es muy importante en la historia porque eso hace dudar también a los lectores sobre si él inconscientemente o en un estado de sonambulismo no pudo ser también el autor de la muerte del gato. O sea, eso forma parte de la intriga.
-En el cuento esa dicotomía ciudad-campo va en paralelo al contraste entre racionalidad y pensamiento sobrenatural. ¿Cómo la trabajaste?
-Lo concebí en realidad desde las primeras páginas, cuando se habla del aljibe obturado con cemento y de una hilera de hormigas ciudadanas, la idea de que el campo está de algún modo fuera o impedido, pero justamente mi idea era mostrar cómo a través de las evocaciones y recuerdos ese mundo igualmente afloraba. Y finalmente en la materialización del crimen del gato que se deja debajo de las tapas del aljibe y las hormigas que lo empiezan a comer de todas maneras. O sea, hay algo del orden de la bestialidad que todavía aflora en los ciudadanos. Esto es una idea que me parece que, evocando justamente a David Lynch que acaba de morir, para mí está muy bien retratada visualmente en la película Terciopelo Azul, donde se ve que por debajo de lo urbano late toda la vida orgánica subterránea y animal en una cantidad de formas microscópicas que a simple vista no se ven. Entonces, ese aljibe aparentemente inofensivo, obturado y esas hormigas ya son un primer indicio del mundo del horror al que se va a acceder a través del cuento. Y luego el otro detalle es todo el tema de las viejas que alimentan a los gatos y los gatos del Jardín Botánico.
-Aludís incluso a una presunta secta de viejas dedicadas a alimentar gatos.
- Hay un guión en marcha que escribió Jorge Catarbona para una posible película basada en el cuento y él explota mucho más la idea de una secta de mujeres viejas que se dedican a alimentar gatos. Mientras escribía sin duda tenía la idea de estas viejas que dejan platitos para los gatos en las obras en construcción y en una época alrededor de las veredas del Botánico. Ese es un espectáculo que yo vi muchas veces cuando volvía de Ciudad Universitaria, una época en que había una proliferación increíble de gatos que se reproducían en el Botánico. Y también me parecía que era como una especie de incrustación de un mundo absolutamente salvaje y fuera de toda ley, e incluso siniestro. Bueno, algo de eso quise transmitir en el cuento y el contrapunto con lo racional tiene que ver con la idea del gato de Schrodinger, ¿no? O sea, el protagonista no está seguro finalmente en un momento de si el gato estaba muerto o vivo en los primeros días y luego tampoco sabe si él lo mató o no.
-Hay un aire a Poe en buena parte del relato. ¿Fue una búsqueda?
-No deliberadamente. Por supuesto Poe está en el fondo de los relatos de infancia, leía los cuentos de Poe en unos libros blancos rectangulares con ilustraciones de Soldi muy impactantes, así que la idea de un gato asociado al horror por supuesto está en el repertorio habitual de cualquier imaginario. Pero me siento más cercano a la clase de horror de los relatos de Patricia Highsmith. En todo caso esa clase de atmósfera es la que intenté buscar.
-¿Cómo fue el laburo con Caruso?
-Yo conocía y admiraba mucho su trabajo, sobre todo las ilustraciones de La Condesa Sangrienta, los libros de la colección del Zorro Rojo, y fue el primer nombre que sugerí, me dio muchísima alegría que aceptara. Él tuvo libertad absoluta para imaginar las ilustraciones a partir del mundo del relato, me gustaron muchísimo, y solamente pedí que se cambiara una de las ilustraciones que él había elegido para el interior, y pedí que fuera imagen de tapa porque me había gustado muchísimo, me parecía que evocaba en algo los cuadros de Goya, sobre todo el cuadro de El sueño de la razón produce monstruos, porque me parece que hay algo de eso en el fondo del relato, una tensión entre un mundo racional y concentración de elementos sobrenaturales alrededor de la casa.