La obra literaria de la guionista y eventual escritora japonesa Kuniko Mukoda (1929-1981) no ha sido traducida al español, aunque sus dos libros más reconocidos, The Woman Next Door y The Name of the Flower, ambos recopilaciones de cuentos, han sido editados en idioma inglés. En Japón su estatus como guionista es relativamente popular, en particular luego de que, en 1979, la cadena televisiva NHK (Japan Broadcasting Corporation) emitió una miniserie de siete episodios, divididos en dos partes, de su autoría y con el gran Ken Ogata –el protagonista de Vengeance is Mine, la obra maestra de Shohei Imamura– como integrante del reparto. Ashura no Gotoku es la historia de cuatro hermanas mayores de edad, hijas de un matrimonio tradicional, que un buen día descubren que el padre ha estado engañando a su esposa con otra mujer. En 2003 el realizador Yoshimitsu Morita puso manos a la obra en la realización de Como Asura (la “h” desaparece, pero se trata de un simple caso de romanización alternativa), otra adaptación, en este caso cinematográfica, de la misma historia. Un año más tarde se presentó en Tokio y otras ciudades japonesas una traslación a las tablas, con varias reposiciones durante las últimas dos décadas. Asura o Ashura significan exactamente lo mismo: son representaciones fonéticas de un concepto hindú-budista que remite a un grupo de semidioses, criaturas que han dejado este mundo y están en permanente búsqueda de poder. No hay nada sobrenatural, sin embargo, en la historia original o en las diversas adaptaciones posteriores, a las cuales debe sumarse ahora la nueva miniserie dirigida por Hirokazu Kore-eda, uno de los nombres más relevantes del cine nipón contemporáneo.

El director de After Life, Somos una familia, De tal padre, tal hijo, Nadie sabe y la reciente La inocencia, entre otra docena de largometrajes, regresa a la obra de Mukoda para relatar nuevamente la historia de las hermanas Tsunako, Makiko, Takiko y Sakiko, y de cómo lidian con la novedad del adulterio paterno. Pero Asura, disponible en Netflix desde hace algunos días, también describe la vida personal de cada una de las protagonistas, sin dejar de lado a sus esposos y novios, a su madre y, desde luego, al pater familias, encarnado por otro gran rostro del cine japonés de las últimas décadas: Jun Kunimura. 

El nuevo guion, escrito por Kore-eda, toma una decisión temporal particular e interesante al ubicar la historia en 1979, el año de estreno de la versión seriada original, dejando así de lado la participación de los celulares y otras yerbas tecnológicas en un relato en el cual la comunicación no es necesariamente inmediata. Las constantes reuniones de las hermanas se producen luego de varios llamados telefónicos a la vieja usanza, antes de definir un punto de encuentro, y la aparición de una carta de lectores en un periódico de tirada nacional provoca más de una intriga y desatino. Asura, fiel al estilo y a los intereses temáticos del realizador, parte del núcleo de una familia para reflexionar acerca de las relaciones humanas y la sociedad en su conjunto, en un relato terso y accesible, pero no por ello menos profundo y emotivo.

La serie, que registra una gran riqueza de climas, evita juzgamientos y admoniciones. Imagen: Archivo.

Las hermanas sean unidas

Lo primero que llama la atención en Asura es la estética de la secuencia de títulos de apertura, pop y ligera, a priori alejada del estilo “autoral” de Hirokazu Kore-eda. Tal vez se trate de una renuncia ante los modos y formas de la era del streaming, aunque el cineasta no es completamente ajeno a la producción seriada: hace apenas poco más de un año dirigió dos capítulos de Makanai: la cocinera de las Maiko, también disponible en Netflix. Asura, sin embargo, incluso a pesar de incluir algunos pasos de comedia y unos muy ligeros deslices en el territorio de la telenovela, encuentra rápidamente elementos caros a sus intereses. Se trata, en todo caso, de excepciones esporádicas que confirman una regla: la serie cuenta una historia cara a las aficiones temáticas y formales del grueso de la obra de Kore-eda. 

Quien abre el juego es Takiko, la tercera de las hermanas Takezawa, quien, de alguna manera, cumple a rajatabla todos y cada uno de los ítems del estereotipo: la bibliotecaria cuyo pelo sujetado de manera tirante se complementa con el uso de anteojos y una timidez que le impide formar pareja, a pesar de las consultas y presiones familiares constantes. Es ella quien descubre, utilizando los servicios de un detective profesional para confirmar las sospechas, que su padre mantiene una doble vida con otra mujer, una viuda y madre de un hijo pequeño que bien podría ser su hermanastro.

“Lo que hace que la obra de Kuniko Mukoda sea tan rica es el veneno superficial que se transmite durante las conversaciones, pero que no logra ocultar el amor profundo entre los personajes, más allá de las palabras crueles que se dedican mutuamente. Las cuatro actrices que interpretan a las hermanas lo comprendieron de inmediato y la serie fue realmente muy placentera de filmar”. Las palabras de Kore-eda en una entrevista reciente con la prensa de su país confirman su interés por la versión original, al tiempo que anticipan dos de los auténticos fuertes de la miniserie: los diálogos y las actuaciones, registrados con un estilo naturalista no exento de momentos verdaderamente climáticos. 

Cuando Takiko comienza a llamar a las hermanas para obligarlas a reunirse con urgencia, ninguna de ellas puede imaginar el motivo. Makiko, casada con un típico oficinista, empleado de una gran corporación, y madre de dos hijos adolescentes, atiende el teléfono mientras despide a los suyos al salir hacia el trabajo o a la escuela, mientras que que su hermana mayor, Tsunako –una viuda cuyo único hijo ya formó su propia familia–, lo hace mientras saluda a su amante, un hombre casado (no casualmente la relación amorosa de Tsunako hará las veces de espejo de la “traición” de su padre). Finalmente, la hermana más joven, Sakiko, en pareja con una promesa del boxeo profesional, no termina de confirmar su presencia en la reunión mientras recorre las mesas del restaurante donde trabaja como mesera. El encuentro, finalmente, se produce en la casa de Makiko y la conversación es ligera, aunque no exenta de reproches, hasta que la bibliotecaria tira la bomba.

Un asunto de familia

“Todos tienen sus razones”, decía un personaje en la película de Jean Renoir La regla del juego, frase que aquí podría aplicarse perfectamente para todos y cada uno de los personajes. Los centrales y los secundarios, que aportan sus dosis de placeres y sufrimientos aprovechando las bondades del relato seriado. “Estuvo muchos años trabajando para pagarles la comida y los estudios. Sólo quiso divertirse un poco en el final de su vida”, dirá el marido de Makiko en un momento particularmente intenso del tercer episodio. Un comentario dirigido a priori a las cuatro hermanas, pero que también parece dicho como autorreflexión y, tal vez, auto justificación encubierta. Pero antes de que eso ocurra cada una de las cuatro hermanas comentará en voz alta sus ideas sobre la doble vida del padre, que disfruta de los martes y jueves de cada semana en compañía de esa otra mujer y la de su hijo, luego de salir de casa con la excusa de que aún mantiene contactos laborales. ¿Es conveniente decirle o no decirle nada a su madre, de costumbres tradicionales? ¿Acaso ella sospecha algo o permanece absolutamente ajena a la idea de que su marido tiene una aventura amorosa tardía? Las reuniones familiares se repiten, como así también los desvíos narrativos, centrados en la existencia cotidiana de las hermanas. Incluso un enojo más que justificado, que a su vez se refleja en la trama central de manera literal, termina con Sakiko de visita –forzada y temporal– en la casa de Makiko.

Suele decirse que el cine de Kore-eda, con sus relatos de conflictos familiares a flor de piel, remiten al shomin-geki, el drama de gente común practicado a su particular y genial manera por Yasujiro Ozu, uno de los grandes artistas de ese género cinematográfico japonés. Sin embargo, si a algo se parece por momentos Asura es al cine de otro asiduo visitante de ese territorio narrativo, Mikio Naruse, cuyo estilo menos formalista puede haber influenciado ciertas decisiones de Kore-eda. O tal vez es algo que se lleva en el ADN creativo: más allá de estar disponible en una plataforma global como Netflix y de tratarse de una historia con reverberaciones absolutamente universales, Asura contiene fuertes dosis culturales e idiosincráticas típicamente niponas. No sólo por las referencias del título a la filosofía y la religión budistas o los comentarios sobre ciertas prácticas y costumbres transmitidas de generación en generación. Por caso, los subtítulos no pueden dar cuenta de algunos diálogos donde se discuten las distintas posibilidades etimológicas de un mismo kanji, y la visita primeriza a una representación de teatro bunraku conjura reflexiones que el espectador occidental tal vez no logre aprehender en toda su magnitud. Pero, nuevamente, no hay nada de fondo que no resuene en cualquier latitud o longitud terrestre. A fin de cuentas, el realizador ya había demostrado en La verdad, su primer largometraje en idioma francés, que los trapitos sucios se lavan, afuera o adentro, en el seno de cualquier familia, más allá de sus orígenes y tradiciones.

“¿Acaso las mujeres deben vivir sin hacer olas para mantenerse felices?”. El título de la carta de una lectora en el diario que todos reciben en sus hogares, instancia cotidiana de imposible aplicación en tiempo presente, es leído por cada uno de los personajes. Un recurso melodramático, sí, pero eficaz, que Kore-eda suaviza cuando recurre a una situación humorística solapada: una de las partes interesadas, tal vez la más interesada de todas, entrega el periódico para que sirva de receptáculo de unas uñas de pie recién cortadas. Entonces, ¿callarse y dejar que el secreto siga siéndolo o blanquearlo todo, aun a riesgo de que las olas se transformen en un tsunami? Asura utiliza la disyuntiva como punto de partida; más temprano que tarde la situación ya no será la misma y otros conflictos y novedades de toda clase comenzarán a ocupar el lugar central de la narración. 

Es precisamente el relato extendido en siete capítulos y otras tantas horas lo que permite que los temas centrales –la hermandad entre las cuatro mujeres, más allá de las diferencias y no escasos enfrentamientos; el choque todavía presente entre tradiciones y modernidades; los roles de género y el acatamiento o rebeldía a sus reglas tácitas y acordadas– afloren sin necesidad de subrayados ni, vade retro, juzgamientos o admoniciones hacia los personajes.