Brilla en el recuento mediático de los mejores discos españoles del año pasado un objeto pop dulce y fantasmal que supo ganarse un merecido lugar en esas listas. Se trata del álbum debut de Maestro Espada, dúo integrado por los hermanos Alejandro y Víctor Hernández, quienes en 2019 volvieron a su Murcia natal para embarcarse en un paciente trabajo de cinco años que partió de piezas tradicionales que luego reprocesaron con elementos de post-rock y electrónica. Canciones de amor y muerte filtradas a su vez por la particular visión del catalán Raül Refree, productor estrella en su país desde su celebrado trabajo en el primer disco de Rosalía.
El dúo se enmarca en la fértil escena que desde hace más de una década viene revisitando el folklore español a través de propuestas impensadas años atrás, movida que cuenta con Refree como productor estrella y Niño de Elche, Rocío Márquez o Guitarricadelafuente como referentes en la actualidad. Pero los hermanos Hernández, siempre en un tono que los muestra más cerca de nerds de estudio que de estrellas pop, insisten una y otra vez en entrevistas que su intención inicial no era una reivindicación del folklore murciano, que se sienten un poco intrusos con eso, que lo suyo siempre fue más por el lado del hardcore o la electrónica y que recién en pandemia comenzaron a investigar en serio la música tradicional de su pueblo: “No nos consideramos abanderados del folklore y nos sentimos un poco incómodos con esa responsabilidad, porque somos unos intrusos”, confesó Víctor. “Pero cuando ves a tocar las cuadrillas, es un volumen y una intensidad acojonante. ¡Heavy metal! Hay tres laúdes, cuatro castañetas, panderetas y una muralla de sonido que se te echa encima. Hay más puentes de los que asoman a simple vista”.
A comienzos de la década pasada partieron de Murcia y se largaron a estudiar lejos de casa. Alex viajó a Barcelona para graduarse en Periodismo; Víctor se licenció en Comunicación Audiovisual en Madrid. Y emprendieron carreras solistas por separado hasta que en 2019 decidieron tomar en serio esa costumbre de cantar juntos que traían desde chicos. Viajaron a su pueblo natal, se acercaron a luthiers que les enseñaron sobre instrumentos tradicionales, visitaron casas de artistas octogenarios, se encerraron en bibliotecas para conocer el cancionero popular antiguo y poco a poco comenzaron a escribir piezas originales con letras, ritmos y melodías inspiradas por lo aprendido.
Editado en septiembre del año pasado, el disco comenzó a materializarse en una cafetería de Barcelona en la que Alejandro trabajaba como barista y a la que Refree asistía seguido. Una mañana a comienzos de 2022, el hermano mayor del dúo tomó coraje y le pasó al productor algunos demos en los que estaban trabajando. A Refree –que en la última década trabajó con un amplísimo abanico de artistas, desde Lee Ranaldo a Ricky Martin o Albert Pla– le gustó lo que escuchó. Le dejó su teléfono para que siguieran en contacto, y así comenzó la historia: “Trabajamos más de dos años en este disco, ellos investigando en su tierra y luego juntándonos en el estudio, siempre con mimo y sin prisa, buscando que cada canción fuera emocionante como lo son ellos dos cuando cantan juntos”, contó el productor en sus redes.
La historia del nombre del dúo puede leerse en la tapa del disco siguiendo las agujas del reloj: a la izquierda un dibujo del Maestro Espada original, músico que a comienzos del siglo pasado fundó la primera banda municipal de Librilla, Murcia. En esa banda participó el abuelo de los hermanos Hernández, que a su vez pasó la herencia cultural a su hijo, psicólogo y cantautor de fama local. Alex y Víctor asoman en el centro, dos bebés trepando en el árbol genealógico de la tradición bajo la guarda de su madre, que les transmitió la pasión por escribir. “El concepto del proyecto en sí, nuestro nombre y todo, es como un viaje de vuelta”, contó el menor de los hermanos. “Una vuelta a casa, a las canciones de la infancia y sobre todo a esta relación de amor y odio que tenemos también con Murcia. Porque miramos a nuestra tierra con melancolía, pero cuando estamos ahí… pues nos queremos ir a los dos días”.
El disco arranca con “Mayos”, inspirada tanto por Sigur Rós como por melodías paganas de celebración de la cosecha. De ahí en más pasan la cruza de jota murciana y Laurie Anderson en “Lirio” o la hipnótica “Peretas del Tío Vicente”, que partió de versiones en doom metal. “Salve” cruza una electrónica minimalista con cantos religiosos del Siglo XVIII, mientras que “Yo en deshacerme” reformula una canción tradicional española que bajo el título “En qué nos parecemos” versionaron desde Quilapayún a Santi Motorizado o Leda Valladares y María Elena Walsh.
Uno de los puntos altos es “La despedía”, primer corte del disco. Guitarras acústicas, coros, percusión mínima y contundente, el cante callejero de Alex y la voz más suave de Víctor: “Aquí viene la despedía/ Donde empieza la memoria/ junta tu mano con la mía/ Ay, siéntate en la cabecera/ cuando entre la agonía/ Ay, que hasta puede que no muera/ por gozar tu compañía”. “’Aquí viene la despedía’ es el verso que un repentista canta para acabar una ronda espontánea de cante callejero”, contó Alex. “En la canción decidimos que fuera la primera estrofa, para hablar de la muerte con esa sencillez naturalista de la expresión huertana”.
Una de las inspiraciones más grandes para el disco llegó desde el otro lado del Atlántico: “Atahualpa Yupanqui es uno de nuestros referentes”, contaron a un diario de Murcia. “Ese tipo de canción de autor tan desgarrada y desnuda la escuchamos desde siempre en casa, en pocas estrofas te dice muchísimo”. La recepción de los círculos folklóricos de su pueblo los sorprendió: “Nos encontramos con una comunidad súper abierta. En un momento queríamos saber bien lo que era una castañeta, y alguien de la cuadrilla de Patiño nos hizo dos sin conocernos”, señaló Alejandro al mismo diario. Víctor completó: “Hay distintas sensibilidades, pero por ahora solo encontramos generosidad y cercanía. Al final, después de tanta investigación, ver a un señor tocando una castañeta después de hacérsela con una caña de río es lo más radical con lo que tenemos contacto. Y lo más auténtico a lo que nos podemos acercar”.