Es inmoral hablar en nombre de otra persona (si es idónea), como inmoral es la deuda que gobernantes sin escrúpulos contraen con organismos internacionales en nombre de deudores futuros. Argentinas y argentinos que todavía no nacieron, pero nacerán en falta, con una deuda originaria heredada de políticos irresponsables -Macri, Milei, Caputo, Sturzenegger y el resto de la corte de los milagros del capitalismo financiero- de quienes no quedarán ni las cenizas cuando les compatriotas futuros sigan pagando la deuda que ni siquiera quedó para el país. La fugaron. Son como el escorpión envenenando a la rana, está en su naturaleza.
El capitalismo financiero ha ocupado el volumen histórico que antes ocupaba la religión. La divinidad es la deuda -externa e interna- que exige sufrimiento, es sacrificial. Otra vez la Argentina toma deuda a 100 años. No viene mal recordar que nuestro endeudamiento soberano comenzó también con un liberal. Bernardino Rivadavia, primer presidente argentino, decidió financiar una guerra y dejó alegremente que paguen el préstamo los que viniesen detrás.
Estas decisiones reñidas con políticas responsables se convierten en tecnologías de poder de ideologías conservadoras. Empobrecen la sociedad y enriquecen a su entorno y a potencias extranjeras, a ludópatas de la timba con dineros del Estado mientras engordan su propio patrimonio. El homo oeconomicus es egoísta, falto de empatía y guiado por la obsesión del beneficio financiero. Su herencia y legado es la máquina capitalista cuya función es que la deuda sea infinita.
Una genealogía de la deuda remite a la religión cristiana en la que se nace culpable. Venimos al mundo en situación de deuda y, cada vez que en el gobierno se imponen los amantes del libre mercado, la deuda nos desbarranca -nuevamente- hacia la precarización colectiva y el autoritarismo represivo.
Mientras tanto, el jefe de Estado asegura -como hace años decía el colectivo macristas- que no es político. Si se ejerce un cargo político, se es político. Gobernar es político. Pero, en vistas de las declaraciones mileistas en EE.UU., habría que reconsiderar el concepto de que necesariamente gobernar es político. El presidente argentino manifiesta que no es político, sino reformista. Dejemos de lado lo fácil que sería refutar esa banalidad, pero encierra un atisbo de verdad, no es político, es usurpador (confeso, ya que se autodenomina topo del Estado). Despedazó a mordiscones de dientes amarillentos los derechos sociales, mientras abría la puerta del tesoro nacional a su casta de zorros y zorrinos.
La relación social fundamental contemporánea es el vínculo asimétrico acreedor-deudor, incluso con anterioridad al capitalismo. En el medioevo los siervos siempre estaban en deuda con sus señores, por eso no podían zafar de su humillante dependencia. Y actualmente, ¿quién paga la deuda soberana?, ¿por qué se naturalizó que el sistema financiero puede extraer dinero a costa del pueblo, pero la población carenciada no puede aspirar a un salario digno?
El homo oeconomicus, analizado por las ciencias sociales, manifiesta coincidencias con la personalidad psicopática. Existe una identidad estrecha entre ambas, se observan deficiencias en el procesamiento de la información y del conocimiento por parte del “hombre económico”. Carencia de empatía, desentendimiento de los problemas cotidianos de las personas, desprecio por la microeconomía castigada por la macro que perjudica a la población y tampoco satisface al agresor. ¡Hasta lo maquillan como payaso triste!
Ante tamaño desquicio, el análisis del presente debería orientarse a la construcción comunitaria y personal de subjetividades endeudadas y compulsadas a hacer promesas que, como dijimos, son inmorales. Ya sea porque quien promete no sabe quién -o qué- será en el porvenir, ya sea porque pagarán esa deuda personas que no la tomaron. De la misma manera que la grey cristiana carga con la deuda de lejanísimas parentelas desobedientes (Adán y Eva) que ni siquiera son históricas, sino mítico- religiosas.
Pero nuestra deuda soberana no tiene nada de mito, se está pagando a costa de vidas de personas jubiladas, de pérdida de derechos de mujeres, niñeces y sexualidades diferentes, así como gente desocupada, discapacitada, enferma o mujeres golpeadas. La deuda es con nosotras, se escucha en las movilizaciones de Ni Una Menos.
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En Gobernar a través de la deuda y en La fábrica del hombre endeudado, Mauricio Lazzarato denuncia las tecnologías de poder del neocapitalismo aplicadas bajo el peso que implica vivir en deuda. Es pertinente recordar que al estallar la Primera Guerra Mundial se clausuró el Patrón Oro como garantía de la valoración monetaria. El dinero paso a ser pensado cómo potencia creativa, o destructiva, de la organización social. Y la deuda considerada una relación económica y, en principio, ética. Hubo inquietudes morales entre los think tanks de las empresas azoradas ante el crash de las estafas financieras en 2008, aunque pronto se evaporaron en el aire
Lazzarato cree que la deuda no representa una amenaza para el capitalismo, al contrario. Más bien lo fortalece endeudando a individualidades y comunidades actuales y futuras. Se abrió el escenario de la especulación. La astucia financiera y la usura le ganaron a la producción. Desde entonces la moneda es fundamentalmente política y amante perenne del neoliberalismo y el libertarismo financiero.
La asimetría entre la deuda y el crédito, que antecede a la dialéctica producción-trabajo, es exhumada de modo brutal en la exclusión de los sectores discriminados. Ante la catástrofe actual se impone rechazar la valorización capitalista, reapropiarse de nuestra existencia, de nuestro saber hacer, de nuestras tecnologías y conectarse para formar un frente de rechazo. Algunas de las alternativas que se presentan son modelos basados en la cooperación, el bienestar común y el evitar la búsqueda individualista de ventajas. Es difícil, pero no imposible. Y, en cualquier caso, rechazar la injusticia nos deja la satisfacción moral de no ser cómplices y de seguir apostando por la equidad social, la soberanía, la democracia y la libertad humana, pisoteada hoy por la libertad de mercachifles apátridas.