LA COCINA 6 puntos
(México/Estados Unidos, 2024)
Dirección y guion: Alonso Ruizpalacios.
Duración: 139 minutos.
Intérpretes: Raúl Briones, Rooney Mara, Anna Díaz, Motell Gyn Foster, Laura Gómez.
Disponible en Max.
El ámbito culinario profesional, así se trate de un bodegón al paso o un bistró con estrellas Michelin, suele ser un ámbito de resonancias sociales, tanto en la vida real como en las ficciones literarias, cinematográficas y teatrales. Lo demuestran varias series y largometrajes recientes y lo comprendió muy bien el dramaturgo británico Arnold Wesker, uno de los “jóvenes iracundos” que revolucionó las artes narrativas en el Reino Unido hacia mediados de los años 50, además de un practicante asiduo del kitchen sink drama. Su primera obra de relevancia, llamada precisamente The Kitchen y estrenada originalmente en 1957, fue traducida y llevada a los escenarios de más cincuenta países a lo largo de las décadas; en ella, los empleados de un café –los que atienden a los comensales y aquellos que preparan los platos– se vinculan durante una complicada mañana para reflejar las tensiones psicológicas y sociales de la época, en particular las ligadas a la inmigración.
Más allá de la algo olvidada adaptación al cine de 1961 dirigida por el también británico James Hill, las cualidades versátiles de la pieza original, sus posibilidades de universalidad y atemporalidad, permitieron que las diversas puestas a través de los tiempos se adaptaran convenientemente. El cineasta mexicano Alonso Ruizpalacios, el director de Güeros, Museo y Una película de policías, se interesó por la obra de Wesker y tuvo a su cargo una puesta teatral en la Ciudad de México hace casi cinco lustros. Sin duda la intención de llevarla al cine por segunda vez estuvo dando vueltas por su cabeza durante algún tiempo, y el resultado final es esta versión aggiornada, al mismo tiempo fiel al original pero lo suficientemente libre en términos formales, que tuvo su estreno mundial hace un año en la competencia oficial del Festival de Berlín. El concepto central es más o menos el mismo: una intensa jornada en The Grill, un restaurante de Times Square, en el corazón de Manhattan. Uno de esos locales enormes y no demasiado sofisticados que, sin embargo, ofrecen una extensa carta con varios platos de cierto nivel.
Si en la creación de Wesker los laburantes eran, en su mayoría, inmigrantes europeos, en La cocina 2024 han sido reemplazados por mexicanos, colombianos, dominicanos, africanos del norte, europeos del este y afroamericanos. Un auténtico crisol de razas no exento de conflictos y tensiones a flor de piel, en el cual se hablan (y se gritan) varios idiomas al mismo tiempo. Que en el día en cuestión se descubra que una de las cajas tiene un faltante de 800 dólares se relaciona, y bastante, con la situación de los protagonistas más relevantes de un film ostensiblemente coral: Pedro (Raúl Briones), un inmigrante del otro lado de la frontera que, a pesar de haber trabajado durante tres años en el país, aún no tiene sus papeles en regla, y Julia (Rooney Mara), una “güera” americana, mesera del lugar, que acaba de enterarse de un embarazo no precisamente deseado, consecuencia de su relación sentimental con Pedro. A lo largo de casi dos horas y veinte minutos, Ruizpalacios describe los altos y bajos laborales y personales de ambos y, en cierta medida, las del resto de sus compañeros en bambalinas.
La cocina no esquiva del todo sus raíces teatrales y, en ciertas escenas, los diálogos anti naturalistas evidencian ese origen. Es el caso de una secuencia íntima dentro de una heladera industrial entre los amantes, uno de los escasos momentos en los cuales el blanco y negro le cede momentáneamente el lugar a otra tonalidad. Dividiendo en dos el film, un plano secuencia caótico, del tipo tour de force técnico, recorre los puestos de preparación y cocción de los platos, los pasillos y el recinto central del restaurante mientras el ajetreo usual de los trabajadores se ve sometido a presiones límite cuando un dispensador de gaseosas en mal estado inunda por completo el piso de la cocina. Es una instancia en principio realista que Ruizpalacios lleva a intensidades casi surrealistas. Más tarde, el descanso post almuerzo en el callejón, mientras se fuman cigarrillos y se beben unas chelas, habilita otra secuencia autocontenida en la cual los sueños y deseos de los personajes derivan en otra instancia de fantasía, aunque en este caso sólo verbal. Ambiciosa, enérgica y no del todo satisfactoria, La cocina encuentra sin embargo a un realizador que, como en sus tres películas previas, no le teme a los riesgos narrativos y estéticos, aun a riesgo de pisar en falso.