Hasta Mirtha Legrand fue llamada a la reflexión y recapacitó sobre lo que en algún momento le escupió sobre la mesa a Roberto Piazza. A aquellos que en confianza preguntan: "Pero… ¿Y si sale bien?”, dan ganas de responder: “¿qué puede salir bien en un multiverso en el que Mirtha -porque no odia a la Argentina y tiene sentido común- ascendió a paladín de los derechos civiles? Nada puede salir bien de vincular homosexualidad con pedofilia, en el marco de un proyecto que atenta contra la mitad de la población y desprecia la sola idea de la diversidad humana. Nada puede salir bien aunque el dólar esté maniatado, la inflación sea espejo de la recesión y aunque nos vayamos de vacaciones a Brasil por cuatro días hasta que se queme todo de nuevo.
El macartismo de Javier Milei contra lo que llama “marxismo cultural” tuvo un nuevo capítulo en los Alpes Suizos. Un foro al que todo el mundo va a hablar de otra cosa fue el escenario en el que por segundo año consecutivo el liberal libertario desplegó su numerito antiwoke.
Banqueros, dueños de los grupos económicos más poderosos del planeta y sus representantes en el poder político se reúnen ahí para hablar de negocios, tendencias financieras y lobby. Pero Milei fue a hablar de lo que a él le interesa, para mostrarse una vez más alineado con Donald Trump y la agenda neoconservadora mundial.
Sus críticas a lo que suele llamar “ideología de género” son libertarismo en estado puro, un ítem entre las preocupaciones de todas las neoderechas. Esa matriz es parte del corazón del proyecto y no solamente la cáscara.
Lo que Milei fue a decir a Davos incita al odio y la violencia y está en contradicción con la legislación nacional e internacional. No hay demasiada discusión ni novedad al respecto. Pero además de todo eso, el numerito tiene algo más. Un componente sin nombre que termina de cuajar gracias a algunas de las ideas que esta semana volcó en un artículo la escritora Rebecca Shaw en el diario británico The Guardian. Shaw se dedicó en verdad a otro personaje.
“Sabía que algún día iba a tener que ver a hombres poderosos quemar el mundo, sólo que no esperaba que fueran tan losers”. La autora usó esa frase en relación a los multimillonarios dueños de los gigantes tecnológicos. En especial a Mark Zuckerberg y a los cambios en su discurso (y en las políticas de Meta sobre la moderación de contenidos de incitación al odio). Zuckerberg pasó en pocos años de festejar la ampliación de derechos en su país -y el papel de Facebook en su visibilización- a declarar que urge que las empresas se reencuentren con su energía masculina (entendida, textualmente, como agresividad).
Millonarios tristes y zapatos de goma
¿En qué se parecen Milei leyendo sudorosamente en Davos y Elon Musk arrojando corazones con un gesto sospechosamente nazi? En el sustrato de desesperación, las ganas de ser cool. Musk es un multimillonario que cortó vínculo con su hija trans -de hecho, ella logró cambiarse el apellido- y que pide a gritos algún lugar de pertenencia. La historia del bullying que sufrió casi toda su vida "El león" está contada en detalle en El loco, la biografía de Juan José González. ¿Reparar en esto será hacer una psicología de goma capaz de exasperar a cualquier politólogo matriculado? El método científico acá no aplica, pero que las hay, las hay.
No es que el maltrato convierta necesariamente a las personas en ultraderechistas, pero sí es cierto que el resentimiento es una contraseña entre estos personajes. Además, el resentimiento es un componente base de lo incel, es decir las comunidades virtuales de varones jóvenes que justifican su misoginia por considerarse célibes contra su voluntad. Los incel han funcionado por ejemplo como la fuerza de choque de las campañas de Donald Trump.
Hay una combinación de maldad y vergüenza ajena en ese modo que estos hombres poderosos tienen de mostrarse al mundo tratando de ser modernos, graciosos. Vale como muestra casi cualquiera de los contenidos que comparte el presidente argentino: dan la sensación de que un adolescente le hubiera robado el teléfono. Pero la verdadera identidad detrás de las redes del primer mandatario de nuestro país es la de un hombre grande que no ha superado el secundario.
La coreografía de beso con lengua estampado contra las que, en papel de novia, van pasando por Olivos. El extravagancia de posar con su propio retrato de fondo. El gesto de regalar esculturas de sí mismo a sus entrevistadores... Todo es cringe, desesperado, una hipérbole.
Zuckerberg -que empezó su negocio como un juego para ponerle puntaje a las estudiantes de su universidad- y, sobre todo, Musk hacen un uso similar de sus redes. Lo tienen todo pero no se han podido recuperar del cuestionamiento de sus privilegios, que hasta ayer nomás estaba al frente de la agenda.
Sufren de un resentimiento al nivel de las vísceras. Ese deseo de venganza aparece en parte porque han sentido el dedo en la llaga. Las feministas hemos presionado algunos de esos lugares que les duelen a los tristes dueños de todo. Y a sus adoradores, como Milei. Y al ejército de incels, que ahora por primera vez en mucho tiempo se sienten escuchados, vistos y hasta son ¡tendencia!
Como acotó la escritora Rebecca Shaw sobre Zuckerberg, que ahora que dice que ya no se moderarán los comentarios de odio en las redes que son de su propiedad: “¿Qué podría ser más masculino y cool que entregar a las mujeres y a las comunidades históricamente vulnerables para impresionar al macho alfa?”. Y el macho alfa en este caso para gran parte del mundo viene a ser Trump.
Podrán viajar a la Luna pero el centro de sus preocupaciones sigue siendo ser aceptados por la manada. Pobres superpoderosos con tristeza, porque la plata podrá comprar casi todo pero el carisma, la empatía y la alegría de vivir son sólo, como fue siempre, para “el que puede, puede”.