Emilia Pérez
(México, Bélgica, EE.UU., Francia, 2024)
Dirección y guion: Jacques Audiard.
Música: Camille, Clément Ducol.
Fotografía: Paul Guilhaume.
Montaje: Juliette Welfling.
Intérpretes: Zoe Saldaña, Karla Sofía Gascón, Selena Gómez, Adriana Paz, Edgar Ramírez.
Distribución: BF+Paris Films.
Duración: 132 minutos.
7 (siete) puntos
¿Qué película es Emilia Pérez? Hay muchas posibilidades alrededor suyo, que hacen del film del francés Jacques Audiard una propuesta amplia, plural, con aciertos y riesgos, tendiente a un equilibrio tal vez imposible y, sin embargo, logrado. Emilia Pérez, la película, es tan francesa como mexicana (con fondos también norteamericanos), lo que ha acarreado discusiones tal vez inevitables sobre cómo se retrata la cultura mexicana y, en concreto, la problemática de las desapariciones. El propio Audiard pidió disculpas, tal vez no debió hacerlo (pero, se sabe, hoy manda la corrección política), porque la que habla es la película. Y lo hace con sensibilidad, aun cuando las secuencias sobre las desapariciones –en concreto, la del “coro celeste”- resulten un tanto ilustrativas como subrayadas en sus buenas intenciones.
Pero la película de Audiard es mucho más. Es la historia de Rita (Zoe Saldaña), la abogada deprimida con su situación de vida, seducida por la oferta del jefe de un cartel de drogas, Manitas. Rita debe hacer posible, y de manera inadvertida, la operación de cambio de sexo del criminal. A cambio, una suma enorme la espera. Una vez fingida la muerte de Manitas, quien habrá de nacer es Emilia (Karla Sofía Gascón), y como se prevé, los caminos de cada una habrán de volver a cruzarse, a la manera de un juego entre anverso y reverso.
El cambio de sexo oficia, así, como el elemento crucial para el argumento pero también como una instancia simbólica, porque hará que cada uno se reencuentre con los demás y consigo mismo. De esta manera, no solo Rita y Emilia deberán (re)conocerse: Manitas ahora es Emilia y sus nuevos rostro y cuerpo son algo que Rita ignora; pero la abogada, de vida económica al fin resuelta, tampoco es la misma persona que era. De mismo modo, quienes fueron parte de esa misma vida “anterior” y que ahora, de una manera u otra, deberán repensar su lugar. Así con los hijos de Manitas y su esposa, Jessi (Selena Gómez), quienes creen muerto al jefe narco.
Audiard hace viajar a su película entre países: de México a Suiza, pasando por Londres y de regreso a México; el film comienza en castellano, continúa en inglés y francés. ¿Cuál sería su nacionalidad? Y tal cuestión, va de la mano con muchas otras. Entre ellas, la variedad de los géneros narrativos. Visto el argumento, bien puede suponerse que Emilia Pérez reúne visos de comedia. Algo así, sutil, hay (no puede evitarse la relación con el cine de Billy Wilder, maestro de las mascaradas); y sin embargo, Emilia Pérez es también algo más. Es un film policial, que recurre a tópicos muy trabajados, como el cambio de rostro (aun cuando aquí sea de sexo) del criminal. Y además, se trata de un musical, con algunas secuencias verdaderamente espléndidas (tanto como las que remiten al policial más duro). Pero donde se elija situar el film, habrá que hacerlo de manera concomitante con las otras posibilidades.
Igualmente, poco interesa dónde localizar la película, sino mejor cómo Audiard hace dialogar tales géneros, cómo los relaciona y hace convivir. Si de distinguir uno se trata, habría que pensar en el melodrama, por el aire trágico que sobrevuela, porque hay un pasado que no se puede obviar, con el que hay que aprender a convivir y en función del cual hay que decidir. El cambio de sexo, por eso, es un resorte que activa muchas otras cuestiones, en relación a las cuales, Emilia deberá definirse: sea con su relación familiar, pero también con la responsabilidad que le cabe cuando era el capo narco; un coro de voces vivas le recuerda sobre las vidas muertas, en cuyas desapariciones Manitas estuvo involucrado.
Por otra parte, es Jessi, su otrora esposa, quien encarna la confusión y los pasos de comedia (no menos dramática): Selena Gómez triangula de manera espléndida con Karla Sofía Gascón y Zoe Saldaña, cada una es en relación a las otras; entre las tres, construyen una relación indisociable. Y la verdad, importa poco cuán bien pronuncie su castellano la actriz, o si parece o no mexicana, cuando nunca se critica que los extraterrestres o Napoleón hablen inglés en el cine norteamericano; si el verosímil puede sostenerse en aquellos casos, la vara debiera ser la misma. Lo cierto es que Gómez, Saldaña y Gascón, desempeñan los papeles de sus vidas; no es casual que en el Festival de Cannes el reparto femenino haya sido premiado por igual (una decisión que recuerda el premio coral que recibieran, también en Cannes, en la muestra Una cierta mirada, las actrices del film santafesino Los labios: Victoria Raposo, Eva Bianco y Adela Sánchez).
En sus secuencias finales, Emilia Pérez invoca el neo-western, los tiroteos se confunden con la resolución de los entuertos, y el film recorre su recta final, de cara a lo que el melodrama promete. La tragedia se respira y no puede ser de otra manera: los crímenes y las desapariciones son hechos aberrantes, la película no puede ni debe ser risueña.
Finalmente, se asume como lo que es: un relato tan atractivo como sorprendente, entretenido y dolido. A manera de corolario, la pátina mística que alcanza en el desenlace, lleva a la película a elegir las creencias paganas por encima de las institucionales. Las oraciones, entonces, se confunden como canciones; en suma, plegarias de la calle, dichas o cantadas por quienes viven tales historias.