TEXTO: Joel Álvarez
FOTOS: Cecilia Salas
Lynchiano: que yuxtapone elementos surrealistas o siniestros con entornos mundanos y cotidianos; que utiliza imágenes cautivadoras para evocar una atmósfera de misterio y amenaza, casi como en un sueño. El adjetivo está en el diccionario de Oxford, con ejemplos de uso en crónicas y críticas de cine. Lo que no figura es la escena del jueves por la noche, en el camarín del fondo de la Ciudad Cultural Konex, donde Juliana Gattas se sienta, con el pelo rubio recogido, como una sirena en las profundidades de su océano. Acaba de presentar Maquillada en la cama, su primer disco solista, frente a más de 1600 personas en la apertura de Parador Konex, el ciclo que se extiende hasta marzo en la enorme ex fábrica de aceites del Abasto. El recital duró una hora, incluyó un homenaje a capela a David Lynch y llevó al escenario –con canto, baile y marcado espíritu kitsch– las ocho canciones del primer disco solista de la cantante de Miranda!.
"Qué vértigo entrar en Instagram ahora", dice, mientras se acomoda en un sillón de terciopelo rojo sangre. Lynchiano: que miles de personas suban fotos tuyas a Instagram. Y Lynchiano el rojo del sofá, las paredes húmedas de la pequeña habitación, los 34 grados de la noche de enero, la pestaña postiza empecinada en quedarse pegada a su ojo izquierdo, la valija modesta donde guarda sus aros dorados de una marca nacional y popular. Pero la ansiedad de ver los miles de puntitos con imágenes en las redes queda desplazada por emociones más urgentes: "Lo voy a hacer en la cama… maquillada".
Dentro del camarín se despliega un mundo interno que amenaza con interrumpir la entrevista a cada minuto, pero también revela una red de contención. En media hora, entran al menos trece personas. Sus padres. Un señor que le regala un llavero colgante de Almafuerte. Jota, el bailarín que prácticamente se desnuda al final del show. Otro bailarín, una corista y la drag queen Lulú, que tiene su propio séquito de fans y le saca la pestaña postiza de la cara. Iair Said, director de Los domingos mueren más personas, donde actúa Juliana. Natalio, el director de arte de Maquillada. Y otros personajes más difíciles de identificar. Todos la abrazan, la besan, intercambian frases que se evaporan en el aire cuando ven a Juliana contra las cuerdas del grabador. "¿Se cambiaron los guantes de colores?", "No puedo creer, me perdí la botella de agua de Jota", "Vení, pasá, son amigos; no, charlar no puedo", "Desde la plataforma casi vomito", "En el comienzo, adopté una pose…"
En este espacio liminal, con su espejo de pared a pared y su perchero a la vista, ya no hay lugar para la ansiedad. Lo que pasó frente al público desplomó cualquier rastro de emoción negativa. "Me bajo del escenario con la alegría que estás viendo. Hoy salí más tranquila, pero salgo con nervios intensos que no sentía hace años. Tiemblo, pienso que me van a tirar con cosas, siento pánico. Eso no lo siento en Miranda!, lo siento en mis shows solistas. Pero hoy no", cuenta la cantante y actriz que, como parte del combo pop, se presentó en Santiago, Viña del Mar, Bogotá, Ciudad de México, Madrid, Barcelona y hasta el Electric Ballroom de Londres.
Y sin embargo eligió empezar de nuevo, sola, con la libertad de entregarse al capricho y al vértigo del error, del fracaso, del traspié fatal. "Es el cuarto show de mi vida, si no tenés en cuenta que estoy en otro proyecto. Hay una cosa de explorar, de probarme, de plantarme sola en el escenario. Me encanta crecer, tener más años, ser una señora. Me encanta este rol: por momentos me siento como la noticia de la señora que termina la carrera de corte y confección a los 97 años", cuenta Juliana, lo más compenetrada que puede estar en la única entrevista que dio después de un show físicamente exigente.
La artista pone toda su voz y todo su cuerpo en el escenario, con movimientos espasmódicos y robóticos, como si la diva decadente que canta sobre la miseria y la soledad fuera una muñeca que se mueve a cuerda o un androide con una serie de dance moves programados. Es como ver un gabinete de curiosidades de la vieja burguesía europea o la vidriera de una juguetería cuyos muñequitos cobraron vida sin demasiada consciencia, sumidos en una especie de letargo artificial. Hay una disonancia cognitiva entre la puesta, por momentos burlona y freak –como la aparición de un teléfono de línea gigante que recuerda a las obras plásticas de Marta Minujín– y las canciones del disco, que exploran la materia destructiva de la soledad y los conflictos internos de una diva que se debate entre montarse para la fiesta o quedarse en la cama.
Escrito y producido por Alex Anwandter, compositor chileno radicado en Nueva York e íntimo amigo de Juliana, el álbum es una confección de relatos, diálogos, mensajes o recortes de conversaciones entre los dos. Ambos se saben la historia de memoria: las idas y vueltas entre Nueva York y Buenos Aires, la idea de Anwandter de plasmar los one-liners de su amiga en un disco ("Oye, eso es una canción", diría el chileno después de una frase particularmente punzante), la pulsión de Juliana para encender esa carga de nitroglicerina emocional de la forma más teatral posible.
"Sola en el mundo por siempre / Bailando hasta la muerte / Me siento bien estando mal / Ya entendí que la vida es absurda / Le voy a pedir solo una cosa más / Acelere", canta nuestra diva trágica en el cierre del álbum, Un taxi al infierno, sobre una base de sintetizadores cálidos y envolventes. El efecto es desconcertante: una melancolía que, tomada en serio, puede llevar a una dimensión desconocida de la mente, pero que en una segunda lectura percibe exagerada, incluso graciosa. "La diva decadente en las canciones es un poco más oscura que en escena, donde el ritmo la hace bailar mucho más", explica Juliana. "El personaje, que es medio como soy yo, se percibe más dramático en el disco. No es una jovencita, es una señora frustrada. Y en vivo te das cuenta de que es un poco un chiste también, y te podés reír de lo mal que la pasa."
La risa parece inevitable frente a la idea de una mujer que canta sobre ilusiones rotas y flores de plástico, sabotear su propia vida desde niña, precisar hombres que no la entienden… todo envuelto en un paquete rojo almodovariano que adentro tiene un stripper sado con bigote, dos espejos que giran sobre su eje y atuendos de diva disco de una época olvidada. Teatrera desde chica, Juliana disfruta de provocar la risa: aunque no se dedicó al humor, tiene una faceta menos oscura que explota en sus otros proyectos o en su cuenta de Twitter. "No es normal querer que se rían en un recital, pero tampoco era normal, cuando empezamos hace 25 años con Miranda!, por ejemplo, querer que bailen. Los recitales eran más para mirar y yo me desesperaba por ver gente bailando. No había pensado si me gusta generar risa, pero sí: los veo reírse", reflexiona la artista.
La noche del jueves hubo, sin embargo, un momento que no suscitó risas. Justo antes de la canción final, los bailarines dejaron a Juliana sola en el escenario. Despojada de artificios, lo que siguió fue un momento helado en medio de cientos de cuerpos húmedos por el calor tropical de Buenos Aires: a capela e iluminada por un reflector, cantó Llorando, la canción que interpreta Rebekah Del Rio en una escena clave de Mulholland Drive (2001), el clásico surrealista de David Lynch. Lo hizo sin preámbulos, fiel al autor que siempre renegó de las explicaciones, una aversión que comparten. "Yo no tengo la necesidad de decir hola, soy Juliana. Me preocupo solo por comunicar a través del cuerpo en vez de tener un texto", asegura. Frente a la muerte del cineasta a los 78 años, la canción tomó nuevos significados. "Me hizo mierda la noticia. No sabía que me iba a hacer eso. Me broté en lágrimas como si fuese familia", dice acongojada. Hace una pausa. Y de pronto, un suspiro: “Me queda Almodóvar."
Por el momento, no hay mucho más que explicar. Cada tanto, Juliana se para del sillón de terciopelo y remueve sus valijas, ordena su perchero o guarda sus propios trajes. Los nervios del show y el vértigo del debut se fueron. Cualquier sensación cercana al miedo está fosilizada. Pero seguramente vuelva: mientras disfruta de la adrenalina de las primeras presentaciones en vivo y el cálido recibimiento de su disco –que acaba de publicar en vinilo–, Juliana se prepara para seguir. Más música, más shows. Un viaje inminente a Nueva York, donde se encontrará con Alex y se internará en un estudio de grabación. "Ya hay letras escritas. Sigue la convivencia, siguen los diálogos. Sigue el oye, eso es una canción. Y se viene otro muy posible disco", indica. La vida es absurda, pero solo pedimos una cosa: acelere. Más, más, más.