Algunos años atrás, cuando pasó por el Festival de Cine porteño, D. A. Pennebaker contó que la primera vez que Bob Dylan vio Don’t Look Back –el documental pionero que testimonia su gira británica de 1965, la última que hizo en formato acústico–, no le gustó y quiso volverlo a editar. Recién cuando lo vio por segunda vez decidió que era perfecto tal como estaba, y autorizó su estreno. “Mucho tiempo después, cuando me llamó por teléfono para preguntarme por otra cosa, me aclaró que consideraba Don’t Look Back como una de las mejores películas de ese tipo que se habían hecho jamás”, contó el director. “Sólo lamentaba que fuese sobre él”.

Como todo buen fanático, Dylan siempre tuvo una relación muy particular con el cine. Y lo mismo puede decirse del cine con respecto a él. A través de los años, cuando puso su música al servicio de grandes directores, el resultado fueron canciones icónicas y memorables, como “Knocking On Heaven’s Door” para Sam Peckimpah, allá lejos y hace tiempo, o “Things Have Changed” para Curtis Hanson, al que le atendió el teléfono porque le había gustado Los Ángeles al desnudo. Pero cuando intentó ponerse al mando solo pueden contabilizársele fracasos, como las cuatro horas de Renaldo and Clara, que desde su fallido estreno cayó en un piadoso olvido, o sino esa bizarrez llamada Masked and Anonymous, en la que actúa además de firmar el guion, y ni siquiera un desfile de estrellas –entre ellas Jeff Bridges, Penélope Cruz o Val Kilmer– pudo salvar del oprobio.

En el último tiempo, sin embargo, esa tendencia se ha ido revirtiendo, en parte gracias al ingreso en escena de Martin Scorsese. El director de The Last Waltz –el clásico sobre The Band, donde aparece Dylan– ha firmado para la productora del artista dos celebrados documentales, No Direction Home y Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story, que de alguna manera completan con la imagen lo que sus archivistas han ido haciendo con sus grabaciones en los increíbles lanzamientos de The Bootleg Series, que desde comienzos de los ’90 repasan y reescriben exitosamente su interminable discografía.

La inminente Un completo desconocido –que se estrena el jueves en salas– puede considerarse un paso más allá dentro de este camino, ya que es un proyecto que nació en su oficina. Se aseguraron los derechos del libro Dylan Goes Electric, de Elijah Wald, en el que está basada la película, antes de ponerse a buscar un director; y la responsabilidad de un habitual colaborador de Scorsese como Jay Cocks en el guion completa la filiación. Lo que quizá ponga en guardia a los que conocen la particular relación del buen Bob con el cine es la selección de un profesional de las biopics como James Mangold, responsable de Ford vs. Ferrari y ganador del Oscar con Walk The Line, sobre Johnny Cash. Un nombre que, sin dudas, aleja al proyecto de búsquedas artísticas como la de Todd Haynes y su celebrada I’m Not There, en la que seis rostros diferentes encarnan a Dylan, siendo el de Cate Blanchett el más recordado de todos. Y el cóctel se completa con la elección del rostro juvenil del momento, el de Timothée Chalamet, para encarnar al protagonista de una historia que, como en Duna, también involucra a un colectivo esperanzado por la aparición de un elegido.

NO LO PIENSES DOS VECES

“Es sobre un tipo que se está sintiendo asfixiado en su ciudad natal, sale huyendo de su familia, amigos y todo lo que conoce. Llega a Nueva York y forma una nueva familia, una nueva identidad, nuevos amigos y florece. Hasta que comienza a sentirse asfixiado otra vez y sale huyendo también de ahí”. Así es como cuenta Mangold que respondió la primera pregunta que le hizo Dylan para abrir el encuentro inicial que tuvieron durante la pandemia. Con su gira sin fin en pausa, Bob decidió involucrarse en el proyecto y, aunque ya había leído el guion, eligió romper el hielo preguntándole al director: “Entonces, ¿de qué trata esta película?”. Le debió haber gustado la respuesta, calcula Mangold, porque aquel encuentro cara a cara en una cafetería abierta solo para ellos en medio de una Los Angeles vacía durante épocas de confinamiento obligatorio se repitió varias veces mas. Y confiesa que, cinéfilo impenitente, Dylan le hizo muchas preguntas sobre su película Copland.

El bautismo de Un completo desconocido responde a un verso del tema “Like a Rolling Stone”, más precisamente el que le sigue al elegido por Scorsese para titular su primer documental, No Direction Home, que recorre la misma época en la carrera de su autor: la que va desde su llegada a Nueva York hasta su desaparición de escena luego de aquel mitológico accidente de moto que le permitió alejarse de todo. En realidad, la historia que cuenta Elijah Ward en su libro, y que replica Mangold en su película, se detiene un año antes, cuando Dylan electrifica su sonido y se aleja de la escena folk que lo cobijó cuando llegó a la gran ciudad, y que se sintió traicionada por ese cambio. El accidente apenas si esta insinuado por el último plano de la película, cuyo retrato de libertad esconde ese desenlace, pero eso sería adelantarse demasiado en la historia.

Mejor volver a esas primeras charlas del director con su biografiado, que Mangold asegura que le sirvieron para tener mucha más información sobre todos los protagonistas secundarios de su historia. Por ejemplo, fue en esos encuentros cuando Dylan le pidió que su primer amor, Suze Rotolo, la chica con la que aparece en la portada de su segundo disco, no fuese nombrada en la película –es la única con la que se tiene esa deferencia– como una forma de defender su intimidad, si es que tal cosa fuese posible: su personaje se llama Sylvie Russo. (Rotolo murió en 2011, y dejó unas memorias contando su historia con Dylan: A Freewheelin' Time: A Memoir of Greenwich Village in the Sixties).

O si no celebrar que el retraso de cinco años con respecto al cronograma original por culpa de la pandemia le haya permitido meterse más en personaje a Chalamet, que aprendió a hablar e incluso a cantar como Dylan. Hay imágenes del rodaje de Duna en las que está personificado como Paul Atreides, pero con la guitarra colgada y cantando las canciones incluidas en la película. Cantar es actuar, y viceversa, y por eso Mangold –que hizo lo mismo con Joaquin Phoenix y los temas de Johnny Cash en Walk The Line– insistió que los actores cantasen en Un completo desconocido. Estrenada en los Estados Unidos para navidad, y por estos días en Gran Bretaña, su banda de sonido ya está disponible en las plataformas correspondientes, donde se puede escuchar aquel repertorio mítico del primer Dylan en la voz de los actores de la película, principalmente la de Timothée. Y, hay que decirlo, el resultado no está nada mal.

COMO UNA PIEDRA RODANTE

Cinco años. Ese fue todo el tiempo que tuvo Ziggy Stardust, según cantó David Bowie, y fue todo lo que necesitó el jovencito que Mangold muestra llegando a Nueva York con una mano atrás y otra delante para revolucionar el mundo, o al menos su mundo y el de todos los que lo rodearon. Y también para consumirse en el intento. Junto con los Beatles, aquel Dylan reescribió las reglas del mundo del espectáculo y básicamente inventó lo que desde entonces significa ser un artista de rock, como por ejemplo la posibilidad –la necesidad, la exigencia– de reinventarse. Si algo se le puede reclamar a Un completo desconocido es que esa revolución está mencionada acá y allá, sí, pero no se pone en escena. Mangold –y Cocks– dicen mucho, y dicen bien, pero contar –o al menos contar lo que realmente implica todo lo que se cuenta– ya es otra cosa. El vértigo, sin embargo, es lo que paga el viaje. Y aquellos años en la vida de Bob Dylan, y de los que le siguieron el ritmo y la carrera, son puro vértigo, qué duda cabe.

Algo que se puede disfrutar durante dos horas y medio de película sin respiro, en la que como si fuese una obra de teatro (en un escenario increíblmente perfecto, donde está todo lo que se ha visto, y más), entran y salen canciones, personajes, hechos históricos, y frases memorables, todos comprimidos y adaptados y resumidos, de una manera en que alterando la cronología no se hace más que honrar lo que se cuenta. Traicionar una obra es la mejor manera de defenderla al adaptarla al cine, y sino vean lo que hizo Peter Jackson con El Señor de los Anillos. Algo parecido sucede con este temprano Dylan según Mangold, al punto que el conocedor del asunto puede anticipar y hasta disfrutar con cada cambio. No fue a visitar a Woody Guthrie al hospital apenas llegó a Nueva York, claro que no. Y no le gritaron “¡Judas!” en Newport, sino que sucedió durante una gira británica, un año después. Pero ésos, y muchos mas, son ajustes que ayudan a contar --y comprender-- mejor la historia.

Un completo desconocido propone un juego, y no es dificil aceptarlo, como un mecanismo que permita entender mejor al personaje y su obra. Por ejemplo, nunca se contó mejor el desprecio que contiene una canción como “Masters of War”, un tema que –además– suena más contemporáneo que nunca. Porque eso también logra Mangold: desplegar una historia que permita a los recién llegados acceder al asunto. No cabe dudas que a los jóvenes fans de Chalamet, el público típico del Greenwich Village, con sus barbas y sus abrigos, les parecerá igual de alienígena que los personajes que habitan Dune. Pero podrán entender el triángulo romántico –¿alguien dijo Icardi, China y Wanda?– entre el joven Bob, su noviecita Russo (Elle Fanning) y la Joan Báez que encarna la volcánica Monica Barbaro. Y sentirán bien de cerca esas canciones históricas, no como los monumentos que son, sino como si estuviesen escribiéndose en este mismo momento, ante la cámara.

Para lograr todo esto es indispensable, antes que nada, el admirable trabajo de Timothée Chalamet, creíble tanto como el Dylan cachetón y recién llegado, como el del los anteojos negros y la melena incendiada de Newport. “Cuando me llamaron, no sabía nada de Dylan”, confesó. “Pero cuando empecé a investigar y descubrí que en sus comienzos le gustaba el rock pero siguió la ruta del folk porque fue la primera puerta que se le abrió, me sentí identificado porque me pasó lo mismo: siempre quise hacer películas de superhéroes, pero me decían que no tenía el físico necesario. Así que empecé por el cine indie, y recién entonces pude llegar a algo como Dune”.

Mangold también hace lo suyo, alejándose de tópicos de la biopic mainstream, como las anécdotas de infancia, que su Dylan oculta. O sino tratando de romantizar su historia, algo en lo que su personaje tampoco incurre, frío como el hielo cuando se trata de relaciones. Un completo desconocido es una película que no cubre de azúcar a su protagonista, tiene algo que contar y lo cuenta. Y, de la misma manera, cuando Barbaro/Baez tiene que mostrarle el dedo medio lo hace, y a otra historia.

Pero lo más interesante de la película de Mangold es que no todo lo que tiene para decir es el orgullo de lo ya conseguido, sino que también abre puertas hacia el presente. Presten atención los que piensen que están del lado del gatillo cuando suena “Ballad of a Thin Man”, porque lamento informarles que, después del logrado trabajo de Mangold poniendo al día aquel Dylan y aquellas canciones, son los que ahora están en la mira: algo está pasando, qué duda cabe, y no tenemos ni idea. “Lo conseguiste, Bob”, dice Baez casi al final de la película. Ante la silenciosa pregunta que Dylan le transmite con su mirada desangelada, a punto de huir de Newport en su moto, con todo lo que eso significa, Joan se explica: “La libertad. ¿No era eso lo que querías?”.