Playa
Me llevé tres libros a la playa. En tales condiciones, sentí la incomodidad de la lectura y casi llegué a rogar para que los libros fueran livianos, un puro pasar página, un entretenimiento que no suscitara la necesidad de subrayarlos, complemento indispensable de la buena lectura.
Pero algo andaba mal. Y no eran el viento y la arena (saludos a Donald), sino la falta de accesorios para marcar la novela que elegí, la que a pesar de su género sí decía “cosas interesantes” y solo por pereza o por la molicie de las vacaciones quedó limpia de marcas, al borde del peligroso olvido, un terreno donde se juega- o así parece- la decisiva pasión por la lectura.
Ganchos
En Secretum, Francesco Petrarca le hace decir a su interlocutor -San Agustín- este consejo ejemplar: “cuando la lectura atenta te ofrezca la ocasión, señala con notas claras las ideas útiles, así podrás fijarlas como ganchos en la memoria si pretenden escapar”. Agrega el obispo de Hipona que, con ese recurso, se puede llegar a resistir el embate de cualquier pasión, especialmente la tristeza del alma.
Los libros de Petrarca quedaron muy marcados. Al margen de los códices se puede leer toda una trama de escritura nueva y personal que convierte el texto primero en otro, con la añadidura de diálogos y extensiones al cuerpo original. Montaigne hacía lo mismo. Sus libros extirpados de una biblioteca que se levantó donde antes había un ropero, contenían diseminados sus propios pensamientos, algunos de los cuales fueron a dar a esa obra monumental que son los Essais.
Invadir aquellos libros sería descubrir el modo en el que se relacionan las ideas; cómo el lector se convierte en autor aumentando los textos precedentes (autor viene de auctor que significa aumentar), en la única forma de concebir la literatura: a partir de los textos de otro.
Fotografía
En la sección de una revista literaria a cargo de Ariel Grinberg, aparece fotografiado un espacio sin figura. Un espacio que poco a poco se va cubriendo de polvo. Es el estudio de Beatriz Sarlo en la calle Talcahuano 77, donde funcionaba la redacción de Punto de Vista. Los libros, una docena apilada en el escritorio y otros cientos acomodados perfectamente en los estantes de la biblioteca, han quedado allí como testigos de sus últimos tratos con la lectura. Alcanzo a ver la tapa del que está en el ápice de la pila: Berisso, 1928, del poeta Daniel Samoilovich. La foto crea, además del impacto del contexto, la irresistible necesidad de hojear esos libros; buscar las marcas que restauren el sentido desde ese quieto universo, para colocarlo en otro modo de circulación.
Préstamos
El vicio, la manía casi desesperada por retener una frase, me ha vuelto inmune a los contagios de los préstamos de libros. Nunca pude leer un libro prestado porque sabía que tenía que marcarlo, y nunca presté libros, al menos no después de aquella vez en que, al facilitar una inocente novela y serme devuelta, me sentí desnudo; y medio tonto también, cuando el prestatario me preguntó por qué razón había subrayado palabras que nada tenían que ver con el enigma ni mucho menos con la prosecución de la trama. En vano intentaba explicarle que lo hacía solo por el gusto de descongelar la expresión justa, musical, poética, que invariablemente encontrará cobijo en la mirada enferma de realidad de un lector.
Trance
Taxonómico y escrito en tercera persona, como un buen Barthes por Barthes, el libro “Trance” de Alan Pauls, dedica un capítulo a los subrayados. Curiosamente no está subrayado en mi ejemplar. ¿Será porque hay demasiadas coincidencias y saturaciones sobre el tema? ¿Habrá sido la pereza? ¿Otro verano? Tal vez sea porque envanece el viaje por antiguos subrayados con el único fin de constatar la evolución intelectual. Un asunto que juzgo menos importante que la mera quietud de museo de esos registros visuales que, como dice Pauls, han ido pasando por todas las variantes técnicas y herramientas gráficas de marcado, desde el tímido lápiz a la tinta violenta.
“Subrayados”
Creer que un ensayo que lleva ese título y pertenece a María Moreno se ha construido con el producto del subrayado real de sus libros, y caer luego en la convicción de que eso es poco posible; que el título crea únicamente, con esa palabra activa, una hermosa ilusión.
Cut-Up
¿Se podría elaborar una obra citando al azar los libros marcados? Sacarlos de los estantes con alguna dirección, por ejemplo, en el sentido de las agujas del reloj; un libro por estante, y tomando solo el primer subrayado, la primera palabra, conjuntarla con otras hasta armar una frase legible.
Tendríamos así una nueva escritura automática que podría engañar hasta a la Inteligencia Artificial.
Lo que queda
No es el espejo de la página, ni el oráculo, ni el lago de Narciso donde poder vernos; ni siquiera la época del aprendizaje, la marca reservada a la síntesis, la que apunta a la relectura- esa fe de que seguiremos vivos. No es tampoco la marca que supone la adhesión o el rechazo con lo que dice tal o cual autor. Es, lo que queda, la más auténtica expresión de uno mismo en el texto de otro, la que nos amiga y nos refugia y crea el instante eterno.
La cita
Superadas las vacaciones y la pereza, regreso a aquella novela que leí en la playa y no está marcada. Se trata de: El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia de Patricio Pron. Esto es lo que debí marcar: “Me dije que iba escribir esta historia porque mis padres y sus compañeros no merecían ser olvidados; porque yo, como el resto de los integrantes de mi generación, era el producto de lo que ellos habían hecho y de lo que no habían podido hacer, y porque todo ello tenía que ser contado para que su espíritu siguiera subiendo en la lluvia hasta tomar al cielo por asalto".
Hoy, más que nunca, esto es lo que no deberíamos olvidar.