Un dolor real

(A Real Pain)

EE.UU./Polonia, 2024

Dirección y guion: Jesse Eisenberg.

Montaje: Robert Nassau.

Fotografía: Michal Dymek.

Intérpretes: Kieran Culkin, Jesse Eisenberg, Olha Bosova, Banner Eisenberg, Jakub Gasowski, Will Sharpe.

Duración: 90 minutos.

Distribución: Fox.

7 (siete) puntos

Con seguridad, Un dolor real ha pasado a situar a Jesse Eisenberg en un lugar diferencial en cuanto a dirección de cine se refiere. Las recientes nominaciones al Oscar (Mejor Guion y Mejor Actor Secundario para Kieran Culkin), hacen que el actor (alguna vez también nominado por Red Social, de David Fincher) pase a ser considerado de otra manera. 

Ya en su primera película como director, Cuando termines de salvar el mundo (2022) con Julianne Moore y Finn Wolfhard, Eisenberg ponía en escena la relación complicada entre una madre y su hijo, a partir de un logrado equilibrio entre el drama y los pasos de comedia. No en vano, fue uno de los actores de Woody Allen en dos ocasiones: A Roma con amor y Café Society; más allá de las temáticas -en Allen son otras, atravesadas por las relaciones de pareja-, hay cierta semejanza formal, en virtud de la manera desde la cual lo complejo se articula con el humor.

En su primera secuencia, Un dolor real muestra a David (Jesse Eisenberg) camino al aeropuerto, mientras envía una y otra vez audios a su primo, Benji (Kieran Culkin). El reencuentro avizora ser complicado y no menos atractivo. Cuando estén juntos, camino a Polonia, a la casa de la abuela fallecida, el razonamiento de los primos judíos será el siguiente: es la casualidad y la suerte de vida (o supervivencia) de la abuela, la que hizo que terminaran viviendo en Estados Unidos. 

De todos modos, David se siente algo estúpido o desubicado cuando responde a un desconocido que él es “americano”, casi como si fuera un extranjero; es decir, bien podrían haber sido polacos. ¿Por qué el desconcierto?

David y Benji componen un dúo atractivo, a la manera de tantas duplas en tantas películas: David es parco, circunspecto, trastabilla en sus palabras (algo por lo demás habitual en los personajes de Eisenberg); Benji es extrovertido y locuaz. El primero, a diferencia del segundo, es padre de familia, aun cuando su aspecto se asemeje al de un adolescente tardío. Evidentemente, se quieren mucho o así ha sido. 

En todo caso, pasó el tiempo y hubo decisiones que los fueron apartando. Pero la relación entre ambos, se nota, fue fundamental. Pero hay algo más, muy puntual, que descansa en ese tramo de tiempo que no pudieron compartir, y que el argumento sabrá revelar de modo oportuno.

Ahora bien, lo que de alguna manera resulta insólito, y adrede, es que el dúo visite la casa de la abuela mientras comparte un tour dedicado al Holocausto; durante el camino, los vínculos con el grupo habrán de configurar un contexto ameno, que permitirá no solo ahondar en la historia de estos primos sino también en el carácter un tanto contradictorio del tour. 

¿Cómo se concilian turismo y Holocausto? Sin la necesidad de predicar “mensajes”, el film de Eisenberg prefiere acompañar la travesía, y dejar que los comentarios surjan de las mismas situaciones; como en lo referido al pianista que interpreta variaciones obvias de “Hava Nagila” en el restaurante (algo que Benji sabrá revertir), el viaje en tren en primera clase (ni más ni menos que en tren; y también aquí Benji tendrá algo para decir y hacer); o la visita al cementerio y la primera de las tumbas (donde, por supuesto, Benji hará algo particular).

Es decir, Benji actúa como la palabra liberada (el protagónico de Kieran Culkin es magnético), mientras David es quien pide las disculpas. Pero lo que está de por medio es otra cosa: es la vida de esa abuela, y cifrada en ella, claro, las de todos los prisioneros. 

Cuando se llegue al campo de concentración de Majdanek, preservado de manera casi íntegra (en aspectos como éste, el guía lo es también para el espectador), no habrá momentos terribles o insoportables (en ningún momento la película apela a un recurso así), sino la constatación de que hay algo muy hondo, para el que solo cabe el silencio y el respeto a quienes ya no están. 

En este sentido, ofician tanto el momento ante la tumba de la persona que no se conoció como el de permanecer en silencio ante la puerta de la casa de la abuela.

Bien podría decirse que Un dolor real cumple con su objetivo al alcanzar este momento, pero también es algo más; es lo que anida en Benji y en David. En cada uno, y de maneras diferentes, se aloja este dolor. Un dolor que permanece, aun cuando se busquen las maneras con las cuales poder sobrellevarlo. Maneras que pueden ser alcanzadas como también no; y es en este sentido cómo opera el arrojo y la hiperkinesis de Benji, así como la parquedad de David: ¿qué es lo que expresan sus reacciones, comportamientos y palabras, en relación a la vida de esa abuela, cuya casa quisieron conocer?

El desenlace, en su secuencia última, lo deja en claro a través de la manera que elige para imprimir, finalmente, el título del film. Entre éste y la imagen elegida, aparece una relación conclusiva, pero de puntos suspensivos.