Escribir es como actuar. Zoe Hochbaum puso el cuerpo y la voz para interpretar a Ana Frank en una obra de teatro, cuando tenía 19 años, o a la joven Cleo en la película Asfixiados. En su primera novela, Mi último atardecer uruguayo (Paripé Books) indaga en la experiencia de Soli, una joven que está a punto de cumplir veinticinco años y tiene que viajar a Punta Negra a buscar las cenizas de su madre y desarmar la casa de su infancia. El regreso al lugar donde nació es una suerte de “ajuste de cuentas” con ese pasado del que emergen los ojos rojos del insomnio materno, el problema del alcoholismo, y las desapariciones de un padre con quien se reencontrará y a quien escuchará decir palabras que meten el dedo en la llaga de un abandono y una distancia difíciles de cicatrizar. En la superficie de la historia, la nostalgia de la vuelta a esa geografía emocional donde alguna vez fue una niña feliz (y a la par también desdichada) aparece amortiguada por una especie de humor involuntario, ese que brota de una tristeza o dolor extremo que hace reír.
Hochbaum (Buenos Aires, 1999) se mueve como pez en el agua de la escritura. Su primera novela no parece una primera novela; despliega una madurez y una solvencia anómalas. Como si pudiera escribir “desde la voz de la experiencia” que no tiene, pero que sale a pescar a través de las lecturas (mucho Italo Calvino, Aurora Venturini, Leila Guerriero y Santiago Loza) y los talleres literarios de Ariel Idez, Patricio Binaghi y Andrés Gallina. Como si pudiera actuar esa destreza literaria con el cuerpo y la palabra. La actriz y escritora, cofundadora de la productora OrcaFilms, trabaja en el campo de la narrativa audiovisual. La autora de Monstruario, el primer libro que publicó, también por Paripé Books, escribió el guion de la película Como el mar. Como actriz trabajó en las películas Abzurdah, El faro de las orcas, Las grietas de Jara, Asfixiados y Como el mar, entre otras. En teatro se destacó por el unipersonal La ventana del Árbol y Ana Frank. De Hochbaum fue la idea original de Traslados, documental sobre los vuelos de la muerte dirigido por Nicolás Gil Lavedra, producida por OrcaFilms, que contó con el apoyo del Grupo Octubre.
La escritura al alcance de la mano
“El viaje se convierte en una travesía llena de nostalgia, encuentros inesperados y paisajes que ayudan a recordar una infancia con momentos gratos y dolorosos. Las paradas en el camino, el ómnibus, la antigua casa hacen que la protagonista se confronte con las ausencias, los traumas no resueltos y las conexiones que la atan a un Uruguay que sigue vivo en su memoria”, plantea la escritora Claudia Piñeiro en la contratapa de Mi último atardecer uruguayo. “Los huérfanos sean unidos”, dice uno de los personajes de esta novela donde la orfandad y las pérdidas tienen mucha importancia. “La ficción me permite explorar otros mundos. Escribir es algo que está tan al alcance de la mano. Y valga la redundancia, escribir es realmente mover las manos, es un acto tan simple, ya sea con un lápiz y un papel o una computadora o un celular, cualquier dispositivo. En la escritura uno puede viajar a donde quiera, no importa nada; no hay límites porque no hay una cuestión de presupuesto, como sí hay en proyectos de teatro o de cine”, compara Hochbaum y agrega que le interesa escribir “lo más lejos de mi realidad” para sumergirse en otras experiencias. “Si bien uno como escritor no es el narrador, te estás metiendo en otra piel. Para hacer hablar a tu personaje tenés que meterte en esa piel. En ese sentido, escribir es como actuar; estás interpretando un personaje desde las manos, pero lo estás interpretando”.
-Soli reconoce que no tiene paciencia y se podría pensar que para escribir la paciencia es necesaria. Sin paciencia no habría escritura, ¿no?
-Tal cual, sin paciencia no hay escritura y no hay nada, por lo menos en términos de arte, que es lo que nos convoca. El arte en cualquier disciplina requiere de paciencia porque son procesos, algunos más largos, otros más cortos. Me da mucha ternura cuando la gente habla de la inspiración. ¿Qué es la inspiración? ¿Te puede dar como un saque de inspiración de la nada? No sé… me gusta más decir que te cayó una ficha, que te acordaste de algo. Escribir es sentarse a escribir; para que aparezcan las ideas hay que ir a buscarlas, muy de vez en cuando surgen como una brisa o como un viento que te choca la cara y tenés que agarrarlas o se van. Hay que sentarse a buscar las ideas, a buscar la escritura, a buscar una historia. En mi caso, un día se me ocurrió el título de la novela, Mi último atardecer uruguayo, y ese fue mi disparador. En realidad, dicen que el título es lo último que aparece y a mí fue lo primero que me surgió y empecé a escribir a raíz de ese disparador. En ese sentido, creo que es muy importante la paciencia porque es una búsqueda, es un camino que cuanto más se disfrute, cuanto más se saboree, es lindo dejarlo madurar.
-Se podría pensar que hay una tensión siempre latente en la escritura entre la paciencia y la ansiedad. ¿Cómo fue la experiencia de escritura de tu primera novela? ¿La trabajaste en algún taller literario?
-Así como está la paciencia, está la ansiedad constantemente porque ¿quién no quiere ver el producto terminado? Me pasa cuando produzco una película que ya la quiero terminar y hay muchos pasos hasta que eso llegue. Y cuando termina digo qué pena, la tendría que haber disfrutado cuando estaba queriendo que se terminara por esa ansiedad inevitable. No hay nada más lindo que estar viviendo el presente diciendo: “che, estoy en esta página, voy a disfrutar escribir esta página” o “estoy en este rodaje, voy a disfrutar de este día”. Vuelvo a la palabra saborear, ¿no? Como con la comida que hay que masticar, disfrutar y sentir los diferentes sabores. En el arte pasa lo mismo; la comida es mi principal fuente de analogías porque es un disfrute muy zarpado. La idea de la novela arrancó hace bastante tiempo con mi primer profe de escritura, Ariel Idez, que fue quien presentó mi novela. Y después por Paripé, por la editorial, (Patricio) “Pato” Binaghi me presentó a Andrés Gallina, que es hoy mi actual profesor de escritura y también con él estoy haciendo ahora un taller de dramaturgia junto a Santiago Loza. Andy (Gallina) fue mucho más que un editor para mí, no sé qué palabra ponerle, fue un mentor; era la primera persona a la que le preguntaba las dudas que tenía sobre la historia, sobre los personajes, sobre el modo de escribir. Andy tiene una forma muy precisa y muy amorosa de trabajar y es el pilar fundamental para mi novela y a quien quiero al lado siempre para todos mis procesos de escritura.
Observación y curiosidad
-¿Qué le prestó Zoe, la actriz y escritora, a Soli? ¿Qué sentimientos o sensaciones comparten la autora y la protagonista de la novela?
-Lo que comparten Soli y Zoe es la observación, el detenimiento. Soli es muy observadora y Zoe también. Yo siempre digo que en realidad trabajo de observar, de mirar. No hay nada que me guste más que estar en un restaurante sola y mirar a las demás personas, imaginarme sus vidas, qué hacen, qué piensan, porque están ahí. La clave tanto para la escritura como para la actuación es la curiosidad. Y para el arte en general. Si no sos curioso, ¿qué vas a ir a buscar? Hay que estar todo el tiempo metiéndote en lugares: ¿qué es esto? ¿para qué? ¿por qué? Ese vómito de preguntas que uno tiene en la cabeza es lo que me impulsa a querer escribir porque en algún lado hay que responderlas. Cuando escribo una escena estoy pensando en los planos, en los ángulos, en los colores; está lo sensorial en primer lugar. Me cuesta mucho escribir sin pensar en cine porque me formé principalmente en lo audiovisual; entonces mi escritura va desde ese lugar que es como sé contar las historias.
-¿Qué lugar ocupa Punta Negra y Uruguay en tu educación sentimental?
-Uruguay en mi educación sentimental es fundamental. Así como crecí en Argentina, una parte de mi vida también fue crecer en Uruguay, desde muy chica, y después de grande lo elegí por mis propios motivos. Yo estuve viviendo casi dos años en Uruguay y hubo algo ahí de cambiar de mundo, de frenar un poco, de tener más tiempo libre, que es también lo que me permitió poder escribir más. Uruguay me hizo ser mucho más contemplativa, me hizo mirar los paisajes, tener tiempo libre para irme a un cerro, a diferentes playas, ver diferentes atardeceres y colores. En mi educación sentimental Uruguay me incorporó lo contemplativo y es algo que me gusta ahora trabajarlo acá, en Buenos Aires.
Nunca es suficiente
-Resulta interesante el tratamiento del alcoholismo de la madre. La niña le compra alcohol y trata de “ayudarla”; es como si las tareas de cuidado estuvieran invertidas y fuera Soli, la hija, la que intenta cuidar a la madre. Hasta que no puede más y la hija se va, como se fue el padre. Leer el cuaderno de su madre, las cosas que ella escribió en las que casi siempre aparece Soli, ¿es un modo de aproximarse a esa madre, de tratar de entender que, tal vez como muchas otras madres, hizo lo que pudo?
-Sí, a mí siempre me interesó ver cómo dentro de la miseria humana también está lo bello y lo bueno; no es todo blanco o negro. La gente hace lo que puede; las madres, sobre todo, hacen lo que pueden. Obviamente tenés madres monstruosas, seres monstruosos en el sentido negativo. Y está la gente malvada, por supuesto; así como existe la locura y la maldad, existen millones de grises en el medio. A veces uno quiere hacer el bien y sin embargo lastima a alguien; eso pasa un montón. A veces uno cree que está dando todo de uno mismo y que con eso va a estar bien y no es suficiente. Yo no sé lo que es maternar porque no soy madre y creo que no lo voy a ser. En principio no es un deseo, en parte por el terror que me genera la idea de maternar a alguien y la idea de “no es suficiente”. Nunca es suficiente para un hijo; somos desagradecidos. Hay algo también del crecimiento, que incluso me pasa como hija, de empezar a aceptar más las miserias de nuestros padres, a aceptar lo que nos enoja, lo que nos aleja. Hay algo que termina pegando la vuelta y es ese perdón que te acerca más. Soli termina mucho más cerca de la madre de lo que empieza.
-Desarmar la casa y resolver qué hacer con la cenizas de la madre es un tema que está apareciendo mucho en la literatura argentina reciente, por ejemplo en los cuentos de Magalí Etchebarne, “La vida por delante”. ¿Los leíste?
-No leí ese libro de Magalí Etchebarne, es uno que tengo en mi lista, me lo han recomendado bastante. Mi fuente, a donde voy siempre una y otra vez y no me canso, es Aurora Venturini. Está en mi altar, me identifica mucho cómo escribe, me gusta su manera de describir, su manera de mirar. Me conmueve mucho su escritura y me hace reír, que para mí es fundamental. La comedia ante todo y en todo; hasta en las cosas más terribles que me han pasado en la vida llega ese punto en el que me las tomo con humor y me puedo reír a distancia. Tengo muchísimas escenas de mi vida que tal vez estoy llorando muy triste y de pronto me río. La risa y el llanto están unidos y Aurora Venturini tiene mucho de eso. Italo Calvino siempre es una inspiración. Y leí mucho a Santiago Loza para escribir esta novela. Lo admiro profundamente.
-Soli ante los vestidos de la madre descubre que “parecerse también es una herencia”. Ella lee en el cuaderno una especie de sutil reproche de la madre: “Ojalá me hubieras mirado como mirabas al mar”. ¿Cómo se construye la identidad de una hija respecto de su madre? ¿Qué papel cumple la mirada en la construcción de esa identidad?
-Todas las historias son una construcción de la identidad; por hache o por be terminamos hablando de lo mismo siempre. En el fondo la búsqueda de cada ser humano es ¿quién soy? ¿para qué estoy acá? ¿por qué? ¿hacia dónde voy? Estas preguntas tienen que ver con la identidad. Yo creo que el hámster rodando en la rueda es ¿quién soy?
El camino de la autogestión
Zoe Hochbaum fue doblemente premiada en 2024 durante la ceremonia de los Premios Martín Fierro de Cine, organizado por la Asociación de Periodistas de la Televisión y la Radiofonía Argentinas (APTRA). Se llevó el premio por la producción de Traslados, galardonado como “Mejor documental” y sumó una estatuilla “Revelación” por su papel en Como el mar. La escritora y actriz está trabajando en la postproducción de la película Verano Trippin, la ópera prima de Morena Fernández Quinteros, producida por OrcaFilms. En esta historia Lena y Toni son dos adolescentes que, tras terminar el secundario, deciden dejar su pueblo en la Patagonia para vender marihuana. Hochbaum también actúa junto a Miranda de la Serna, y tiene una participación especial Lali Espósito.
Como autora está con dos proyectos. Uno se titula Correspondencia vacía. El otro tiene que ver con la escritura y montaje de una obra de teatro. “Por eso empecé el taller con Andrés Gallina y Santiago Loza -revela Hochbaum-. Tengo muchos deseos de escribir una obra de teatro. Y ¿quién te dice que también actuarla? Soy muy autogestiva. Siempre digo que no voy a esperar a que a alguien se le ocurra llamarme para tal o cual cosa. Prefiero ir y hacerlo”.