Como si un inglés hiciera una película sobre los desaparecidos durante la última dictadura militar, protagonizada por Jennifer Lopez como madre de Plaza de Mayo, Sabrina Carpenter como militante del ERP y Esteban Lamothe como gendarme de la ESMA que, en un punto de su vida, busca redimir su pasado criminal fundando una ONG de derechos humanos, financiada por los mismos militares. Todo esto, con un acento chileno, canciones pop y beats de música electrónica y rodado en Escocia, con el obelisco de fondo hecho de cartapesta.
Así es la vibra que entrega “Emilia Pérez”, el musical del laureado realizador francés Jacques Audiard, que comentó en las ruedas de prensa que no investigó demasiado sobre México antes del rodaje: “con lo que sabía, ya era suficiente”, admitió. Una película que cosechó galardones en Cannes, le ganó a la ultra aclamada “Wicked” el premio a Mejor Musical en los Golden Globes y se posicionó como la favorita de los Oscars, con 11 nominaciones a premios como Mejor Película y Mejor Actriz.
¿Por qué esta historia, que se volvió la favorita de las red carpets, es la más controvertida de la temporada?
¿De qué va?
En resumidas cuentas (muy resumidas, porque esta película tiene más contenido dramático que una telenovela de TVAzteca): Manitas (Karla Sofía Gascón) es un jerarca narco que hizo una cantidad infinita de dinero y, posiblemente, también se cargó a una cantidad similar de personas.
Este malo malísimo de mirada sombría, piel trigueña, una cortina grasosa de pelo largo, la cara tatuada y la sonrisa llena de dientes de oro, tiene un sueño: ser una mujer. Para concretarlo, contacta a la joven abogada Rita (Zoe Saldaña)-a quien sube encapuchada a su auto y contra su voluntad, como bien sabemos que hacen los narcos-, para ayudarlo a cumplir esta “misión”.
Rita no puede negarse, pero tampoco tiene mucho que perder.
Ahora, el nuevo objetivo de Rita es conseguir una clínica extranjera donde Manitas pueda “convertirse en mujer”, -que en el lenguaje de Hollywood significa, básicamente, hacerse una vaginoplastia-; cambiar su identidad, fingir su muerte y relocalizar a su esposa (Selena Gómez) y a sus dos hijos (niños genéricos) en algún país nórico seguro, lejos del crimen organizado.
Obviamente, no está en los planes de Manitas que alguien sepa de su transición, ni parece tener amigos o confidentes que la acompañen en el proceso, más allá de Rita, que es su empleada.
Eventualmente, Manitas pasa por el quirófano cual picadora de carne y emerge de sus cenizas con un rebranding como “Emilia Pérez”, una diva fabulosa, rubia, con corazón de oro, sensibilidad social y con ¿la piel más clara? Finalmente, para expiar sus culpas como ex jefa de un cartel, Emilia funda una ONG para buscar a las personas desaparecidas por la violencia narco en México (de la cual ella es parte y cómplice) financiada con dinero de -escuchen esto-, ¡los mismísimos narcos! ¡Vaya sorpresa!
Ser trans mexicana, dese la mirada de un varón cis francés
Hubiese sido interesante que la película explore la vida de Emilia Pérez y sus vicisitudes reclamando su lugar como jefa del cartel tras haber transicionado, o imaginando una nueva vida lejos de mundo de la droga. ¿Qué cosas siente?, ¿qué cosas piensa?, ¿cómo experimenta ese nuevo ser y estar en el mundo como mujer mexicana trans, vinculada con el narcotráfico, en un país tan fuertemente católico y conservador?, ¿qué alianzas teje?, ¿qué amistades la sostienen?
Pero no. La historia plantea lo que un hombre blanco cis europeo “imagina” que podría ser la experiencia de una persona trans, reproduciendo prejuicios y lugares comunes: una identidad dividida, una mujer que no termina de serlo, mitad él-mitad-ella; dos personalidades contrapuestas que coexisten en un mismo cuerpo, como si se tratase de un Dr Jeckyll y Mr Hyde, atravesada por la verguenza. Una cara dulce, maternal y bondadosa (Emilia), que nace de los residuos de un ser corrupto y peligroso (Manitas) al que tuvo que matar, literal y metafóricamente, como si transicionar fuese pasar por una puerta giratoria, como explica Paul Preciado acerca de esta película.
Pero si Emilia nunca termina de ser una ella “completa” (dentro de la narrativa del filme), es porque Manitas nunca termina de morir, que en la película se manifiesta como una presencia maligna que emerge en los peores momentos de furia de Emilia, dando a entender que su pasado criminal como barón de la droga bien machote es algo inherente a su personalidad, que ella no puede controlar. Por ejemplo, sus hijos le dicen que ella huele "como un hombre", o cuando se enoja, su voz se pone grave y habla como si fuese Manitas.
Más allá de esto, es difícil entender cómo es el mundo de Emilia de forma sincera y sensible, porque el relato no nos permite ningún momento de intimidad con ella: Emilia casi siempre está sola; no tiene amigas en el mundo, mucho menos amigas trans o del colectivo LGBTIQ: un grupo que no existe ni se nombra como entidad política ni de ninguna otra manera. Sus únicas aliadas son Rita, que linda entre ser su amiga y su empleada y su nueva novia, la ex esposa de otro narco, Epifanía, protagonizado por la única actriz mexicana del elenco, Adriana Paz, que se roba cada escena con su naturalidad y frescura.
El único interés de Emilia, tras haber transicionado, es tratar de limpiar su prontuario de forma condescendiente y caritativa con los familiares de los desaparecidos por la violencia narco, de la cual ella fue parte, pero que ahora lee como algo "ajeno", un crimen cometido por otros más malos que ella. (Nota el pie: es uno de los temas que más sensibilizan a los mexicanos hoy en día, y que en la película es abordado de una forma romántica, superficial, desde una mirada europea poco comprometida ni educada con este problema).
En “Emilia Perez”, la transición de Manitas no es el núcleo de la película, sino un andamiaje que sirve para montar una historia ulterior, otro tipo de relato: el de una ex narco que quiere redimir su pasado para tener algo de paz mental. La cuestión trans se reduce a una batería de cirugías que se retratan a partir de números musicales, y que se concretan clandestinamente con un doctor israelí transfóbico, que le dice a Rita que, aunque Manitas quiera transicionar, siempre será un “Él”. Algo que la película, que tiene la intensión de humanizar la experiencia trans, termina confirmando.
La abogada convence al cirujano plástico cantando: “Cambiar el cuerpo, cambia la sociedad. Cambiar la sociedad, cambia el alma. Cambiar el alma, cambia la sociedad. Cambiar la sociedad, lo cambia todo”. En definitiva, el core de la película: personas CIS discutiendo sobre el destino y la validez del deseo de una persona trans que no se encuentra presente en la habitación.
Una película mexicana sin mexicanos
Pero la historia no solo muestra cómo un varón hétero cis blanco imagina la experiencia de transicionar; sino también como ese mismo varón europeo cis blanco imagina que es un país latinoamericano. Desde un lente Hollywoodense, esta película retrata a un México que, como siempre, basa su identidad en la violencia narco y la marginalidad como un folclore exotizado, hipnótico para la mirada europea curiosa.
Otros problemas que hacen de esta película una de las más controversiales es que, aunque es sobre México, la única actriz mexicana protagoniza un papel de reparto muy breve. Karla Sofía Gascón es española y, aunque hace un trabajo sólido en su papel como Emilia, se nota que se fuerza para disimular su típico zezeo ibérico. Zoe Saldaña ni siquiera lo intenta: su acento es el de una latina nacida en Estados Unidos; pero al menos sabe hablar en Español.
Pero quien hizo que esta película se viralizara, pero por todas las razones incorrectas, es Selena Gomez. La cantante, actriz y ex chica Disney, que es hija de mexicanos (llamada "Selena" en honor a Selena Quinranilla), usa esta parte de su identidad para sumarle a su marca personal un perfil más “diverso” y “exótico”, donde lo “latino” funciona como un accesorio superficial, que reproduce estereotipos de una una latinidad complaciente para miradas extranjeras.
Pero la realidad es que Selena, teniendo todos los recursos a su disposición, en ningún momento de su vida se preocupó o interesó por aprender español, y este desinterés le está pasando factura: lo primero que circuló en las redes de Emilia Pérez son los clips de Selena hablando en un español lamentable, donde encima tiene líneas poco felices, como: “Hasta me duele la pinche vulva de solo acordarme de ti”; que es el equivalente a decir: “Masajeame la próstata baby”. ¿Vulva?
¿No había alguien mexicano en el equipo de rodaje que le diga a Audiard que NADIE habla así? Evidentemente no.
Por qué esta película es un musical, tampoco lo sabemos.
Sin embargo, aunque capas problemáticas no le faltan a esta película, en un contexto donde ser transfóbico no solo está de moda, sino que es una de las consignas de bandera de la hegemonía global, hay algo para aplaudir. Tener a una actriz trans como ser Karla Sofía Gascón, nominada al Oscar como mejor actriz, augura sin dudas un momento donde todos los focos van a estar puestos en ella.
Y si su discurso por los derechos y la dignidad del colectivo travesti trans es igual de de poderoso que los últimos que hizo siempre que tuvo la oportunidad (no dudo que así será), yo al menos estaría dispuesta a perdonarle todas las falencias de esta película que, más que nada, son responsabilidad de Audiard, y no de ella.