Derribar prejuicios. Reencontrarse con el deseo. En Los amigos de mis papás (Ediciones B), su segunda novela, Romina Tamburello se embarca en un proceso de deconstrucción de la sexualidad que atraviesa a diversas generaciones. Cecilia, una joven biotecnóloga que vive obsesionada con su trabajo en un laboratorio, intenta sortear una crisis con su novio. Su rutina es bastante predecible, hasta que un día su madre le confiesa la intención de abandonar la monogamia y explorar el sexo swinger.
Guiada por sus conocimientos científicos, Cecilia investigará ese mundo desconocido para asegurarles a sus padres placeres confiables. Una hija que no quiere saber, pero quiere ayudar. Y un matrimonio que, en edad de jubilarse, no jubila el deseo. Los vínculos sexoafectivos y los duelos amorosos forman parte del universo narrativo de Tamburello, quien ya había abordado esas temáticas en su primera novela La viuda del diablo (Futurock Ediciones). Pero ahora, la también actriz, guionista, dramaturga y directora de cine y teatro, fue más allá con una historia que habla de aquello en lo que evitamos pensar: el sexo de los padres.
“Esta novela me llevó por todos lados y me divertí mucho escribiéndola”, asegura la autora rosarina que también escribió y dirigió la película Vera y el placer de los otros (2024) junto con Federico Actis. El film protagonizado por Luciana Grasso e Inés Estévez, que actualmente recorre el país y que fue recientemente nominado en los Premios Cóndor de Plata 2025 en tres categorías (Mejor Ópera Prima, Revelación Femenina y Mejor Actriz de Reparto), también indaga en la sexualidad, pero en ese caso con una adolescente como protagonista, quien alquila un departamento deshabitado a parejas que buscan intimidad. “Siguen existiendo muchos prejuicios en torno al sexo, pero depende de cada uno de nosotros derribarlos”, reflexiona Tamburello.
-¿Cómo surgió la idea de escribir esta segunda novela?
-La historia apareció medio de la mano de volver a escribir. Fernanda Mainelli, que es editora de Random House, se comunicó conmigo después de leer mi primera novela, La viuda del diablo, para consultarme si quería seguir escribiendo. Le dije que sí, y ella se ofreció a acompañarme. Me dio mucha libertad. Y así apareció esta historia, que está un poco inspirada en la historia de mi familia, y en la de mis padres, pero con elementos de ficción. En algún punto, empezó como un homenaje a mis papás, y a lo que vivimos con una enfermedad que tuvo mi mamá, y con un montón de preguntas que se empezó a hacer ella sobre su sexualidad y que en su momento compartió conmigo. Para la escritura tuve mucha ayuda, y fueron fundamentales en ese proceso Silvia Itkin y Luz Vitolo, que cumplieron el rol de tutoras.
-Decidiste que la protagonista fuera una mujer dedicada a la ciencia. ¿Cómo te acercaste a ese discurso tan específico?
-Hice una importante investigación, con entrevistas a veterinarios, sexólogas, ingenieros químicos y biotecnólogos. El personaje de Cecilia está inspirado en una amiga que yo tenía hace bastantes años, que ahora vive en Estados Unidos, y que es biotecnóloga. Y cuando apareció la idea de estos padres swingers, pensé en que Cecilia no tenía que parecerse en nada a mí, sino que tenía que ser un personaje aséptico que juzgara el camino de sus padres. El humor de la novela también aparece por ese lado. Pero no es un humor que se ría de la sexualidad después de los 60, sino que se ríe de todos los prejuicios que tiene una piba de treinta y pico de años, que en teoría debería estar mucho más deconstruida que sus papás. Yo quería dejar muy claro que esta no es gente que cree en el amor libre, ni mucho menos, sino que son personas que están intentando redescubrirse a sí mismas, y para eso encuentran este salvataje, que son los clubes swinger. O sea, estos padres no son progres, y su hija tampoco lo es. En general, la sexualidad de nuestros padres es algo en lo que evitamos pensar.
-Precisamente, Cecilia podía elegir no involucrarse en esa decisión de sus padres, pero sin embargo se compromete y los ayuda.
-Sí. Es que llega un momento de la vida en que los hijos tenemos que hacernos cargo de nuestros padres frente a una situación particular como puede llegar a ser una enfermedad o un problema económico. En mi literatura, siempre aparece esta realidad de mujeres que le ponen el cuerpo a los problemas, y en este caso el problema gira en torno a la sexualidad de los padres de la protagonista. Esa cuestión aparece desde un lugar muy franco por parte de la madre de Cecilia, una mujer que, por otro lado, vio a la muerte cerca. Por eso, a partir de ahí, le hace revelaciones muy tremendas a su hija respecto de su vida sexual y Cecilia decide ayudarla y ponerle el cuerpo a esa inquietud. Es su profesión la que la lleva a querer controlar la situación y eso explica que ella misma vaya a visitar los clubes swinger. Y es que la biotecnología es una disciplina que justamente busca tener un control sobre los resultados.
-Hace una suerte de trabajo de campo.
-Claro, porque en eso de poner el cuerpo al problema, ella, que está atravesando su propia separación, se enfrenta con ese deseo que está perdiendo. Entonces creo que hay algo inconsciente, que nunca se dice en la novela, ni en el monólogo interno del personaje, y es que ella le pone el cuerpo a su falta de deseo. Eso también es algo a lo que muchas veces le esquivamos. ¿Qué pasa cuando el deseo se va? Entonces ella también va haciendo su duelo. Esta es una novela sobre el duelo de una pareja que se termina, pero también que aborda el hecho de duelar a los padres. Porque ellos no son padres, sino seres sexuales. Y cuando somos seres sexuales, y nuestros papás también lo son, ahí todo se empata. Entonces ahí el desafío de Cecilia es dejar de ser hija.
-Normalmente, el deseo sexual no se asocia a los adultos mayores. Y esta novela pone el foco en esa realidad invisibilizada.
-Sí. Es como si la sexualidad sólo fuera de la mano del campo laboral, de la productividad y la belleza. Pero hay un mundo en el que el placer desafía a esas pretensiones. Y cuando decidí escribir esta historia, y empecé a ir a los clubes swinger a observar y a investigar cómo era esa dinámica, observé que hay una suerte de liberación de esas cuestiones. En esos lugares, hay un desparpajo hermoso que excede el deseo sexual. Es como si esas personas mayores estuvieran diciendo: “Si nos quieren jubilar, esta es nuestra resistencia”.
-¿Qué cosas descubriste en esas visitas a clubes swinger?
-Fui a muchos. Y en todos había gente de alrededor de 65 años, o sea, la edad de mis padres y de los de la protagonista. Todo el tiempo tuve en la cabeza que yo estaba ahí para hacer un trabajo de observación, y por eso no me animé a participar. Y descubrí varias cosas como, por ejemplo, que hay entradas y las más baratas son para las parejas. Porque se puede ir solo, pero la idea es que vayan parejas, ya que se intenta evitar que vayan hombres solos. Hay mucha democratización de la sexualidad en estos espacios. Y además, se le da mucha importancia al consenso. Si decís que no, es no. Eso se respeta. Existen algunos clubes que son parecidos a los boliches, donde hay un lugar reservado aparte, y hay otros que tienen una lógica de fiesta. Y otra cosa interesante es que te hacen dejar los celulares a la entrada. Yo sentí que, cada vez que entraba a uno de estos lugares, tenía que poner muy a prueba mi memoria para recordar todo lo que veía.
-En Vera y el placer de los otros también exploraste la sexualidad, pero desde otra perspectiva. Hay un hilo conductor ahí...
-La película es anterior a la escritura de la novela, y la idea de hacerla surgió antes de la pandemia, hace 8 años. Con Federico Actis, el otro director, somos muy amigos y teníamos muchas charlas acerca de dónde íbamos a tener sexo a la edad en la cual vivíamos con nuestros padres. Y ahí empezamos a pensar en los pocos lugares que había disponibles para eso, y así surgió el personaje de Vera, una suerte de heroína que nos hubiera gustado conocer en esos tiempos, a los 16 o 17 años. Vera es una adolescente que busca su identidad sexual y la película acompaña esa búsqueda valiente que ella hace, a la vez que invita a pensar hasta dónde somos capaces de llegar para ir detrás de nuestro deseo y de nuestra identidad. Y eso es un poco lo que también se plantea en el libro. Porque el deseo no se termina nunca. Es algo que muta todo el tiempo, a cualquier edad.
-Existe, actualmente, un retroceso en esta materia. Desde el gobierno, se cuestiona la ESI y se han intentado censurar materiales de lectura en las escuelas secundarias. ¿Cómo estás viendo esta situación?
-Me da terror. Los feminismos estamos en un estado de alerta completo y las mujeres nos sentimos agotadas. Porque parece que hay que explicar todo de nuevo, y que la lucha nunca está saldada. Es como si todo lo que habíamos entendido y comprendido volviera para atrás. Pero, a la vez, creo que tenemos que seguir proponiendo otra forma de ver el mundo. Porque desde los feminismos no sólo tenemos que dar pelea, sino también sumar a más personas para pensar entre todos una sociedad mejor, más justa y menos violenta. Y creo que el deseo justamente es algo que lucha contra la violencia, o que al menos la pone en jaque. Las mujeres y los varones deseantes son quienes proponen hoy una sociedad más amorosa.