Patricio Dillon tenía 23 años cuando fue secuestrado, el 20 de enero de 1977, al salir de un café cercano a la facultad. Cursaba Filosofía y Letras en la UBA. Militaba en la JP Universitaria y en Montoneros, y era delegado gremial del Banco Provincia de Buenos Aires, donde trabajaba. Vivía en el barrio porteño de Balvanera y había nacido en 1953 en General Roca, Río Negro. Por eso la ciudad lo mantiene inscripto en su memoria y cada enero le rinde homenajes por su lucha y por haber sido un reconocido activista social y cultural, hasta ese fatídico enero hace 48 años.

Así lo recordaron sus compañeros de militancia y sus amigos del colegio San Miguel y del Domingo Sabio, en el acto realizado en la vereda de su casa natal, este 24 de enero. Patricio fue visto por última vez en el centro clandestino El Atlético. Y permanece desaparecido, recordaron Cachito, Adelina, Marito, sus compañeros, frente a la casa de techos bajos, paredes de ladrillos y rejas blancas, donde cada año desde 2009, se realiza el homenaje que ya es un rito en la ciudad.

Sin embargo, una escena inusual –por la violencia de su inicio-, transformó el rito en diagnóstico de la trama invisible que conecta lo cotidiano con la épica social. Cuando este sábado a las 20 horas llegaron a la esquina de Italia y Tres Arroyos los vecinos del barrio, los estudiantes, los concejales, los referentes gremiales y militantes de derechos humanos, nada hacía pensar que la tensión política irrumpiría con violencia en la tranquila y calurosa tarde valletana.

“¡No tienen derecho a estar acá! ¡Es una falta de respeto, la casa está alquilada, váyanse!”. A los gritos, un hombre de anteojos negros, intentó dispersarlos. “La vereda es pública”, se escuchó. “Ignorémoslo”. Los gritos no bajaron y el provocador, luego de discutir sin escuchar con algunos de los asistentes, ingresó al domicilio. La tensión se esparció. Pero también la convicción de ser custodios “de la memoria como herramienta colectiva”, definió al hablar uno de sus sobrinos nietos, el joven Lucio Paniceres, del Observatorio de Derechos Humanos. “Solo es posible iluminar el futuro con la verdad, para sostener la búsqueda de justicia. Para ir hacia un futuro con justicia social y soberanía nacional” sintetizó.

Con esa convicción, el acto, este año organizado por la agrupación Peronistas de la calle, recuperó la figura de Patricio: “Un enamorado de la música, gran lector, un organizador nato” lo describió uno de sus amigos del barrio, quien contó que le pedía “por favor” que no se vaya a estudiar “porque ya sabíamos lo que pasaba en el país”.

Otro perfil ofreció su compañero de militancia Benedicto “el Bene” Bravo (sobreviviente de La Escuelita y testigo en ese juicio) quien dijo emocionado que escribió "algo". “Pero no puedo leerlo ahora”, completó.

“Yo me ofrezco –contestó alguien-, porque soy peronista”. Morocho, alto, fornido. Era un vecino que pasaba en bicicleta por ahí. Maestro rural. Le costó leer porque lo hizo con sentimiento y compromiso, y con el bolso de las compras bajo el brazo leyó: “Un líder natural, militante comprometido, gran orador, un intelectual y un artista que hacía de la música una forma de expresar la injusticia social”.

La entrega y el compromiso militante

Bajo el pasacalle que denunciaba su desaparición, la figura de Patricio le devolvía a su pueblo convicción y confianza. Fue Ana Calafat, abogada del Observatorio de Derechos Humanos quien recordó haber hablado con Sara, la mamá de Patricio. "Me contó que a él le habían ofrecido irse a España, y dijo no, me quedo. Fue una opción consciente. Sabía el riesgo que corría pero no quiso abandonar a sus compañeros en esa lucha, en ese momento”, relató.

Patricio protagonizó en la región la avanzada del movimiento estudiantil organizada para que la naciente Universidad del Comahue tuviera una sede en la ciudad. Y allí estaban, estudiantes y graduados de esa casa de estudios, en la vereda de esa casa donde funcionó una delegación de la Secretaría de Derechos Humanos de Río Negro, hasta poco después de la muerte de su madre, Sara Gigena.

Siendo un estudiante secundario, Patricio estuvo en la organización de la hoy tradicional Fiesta de la Manzana, mientras crecía su compromiso social a través de los grupos de alfabetización de parroquias como la Cristo Resucitado, la de su barrio. Ya como militante peronista protagonizó las históricas jornadas conocidas como “el Rocazo” en 1972, cuando la ciudad se levantó contra el gobernador de facto Roberto Requeijo durante la dictadura de Onganía.

La madurez cívica

“Patricio fue peronista desde la cuna”, repasa Lucio, antes de agradecer por las diversas extracciones políticas presentes: referentes de la Unter, de Red por la Identidad, o agrupaciones de jóvenes como Marabunta, cercanos al FOL. Fue entonces que de la casa salió un joven. Miraba el acto. Serio. Hubo incomodidad. Y asombro cuando alguien se le acercó, dialogaron, y el joven, el inquilino en rigor, se presentó y tomó la palabra: “Quiero agradecer por esta actividad en defensa de la memoria”, sostuvo.

Quiso “pedir disculpas personalmente”, y aclaró que no se sentía invadido sino sensibilizado por la causa. Contó que “ya conocía la historia antes de venir a vivir acá”. Incluso ayudó a poner el pasacalle, aportó otro vecino.

Desde la organización Peronistas de la calle se explico que “como peronistas este homenaje debería terminar con la marcha, pero como hay varias agrupaciones propongo que para que el cierre tomen la palabra los compañeros de Marabunta”.

El desmantelamiento de los organismos de derechos humanos, la caída en el nivel de empleo, la falta de sostén desde el Estado a una construcción nacional sólida, fueron los ejes que eligió el abogado, egresado del Comahue e integrante de Marabunta para vincular la historia y la actual realidad política. Y en un acto de madurez cívica, que invita a multiplicar y que hubiera sido imposible en otros momentos dijo: “Muchos venimos de otros espacios, pero como Patricio era peronista ¡cerremos con la marcha compañeros!”

El acto terminó con las estrofas de la marcha peronista, alzando las manos con los dos dedos en V, y con los puños cerrados también.   

Una calle con su nombre y un mural en su memoria

El barrio de la Unter -Union de Trabajadores y Trabajadoras de la Educación de Río Negro- en General Roca, ostenta el privilegio de tener seis calles con el nombre de jóvenes desaparecidos, nacidos en la ciudad. Fueron instituidos el 24 de marzo de 2009 cuando esas calles dejaron de designarse con números. “Nosotros en Unter habíamos hecho un laburito de rescatar las biografías de los desaparecidos de Río Negro”, recuerda Lua Hernández, hoy presidenta del Observatorio de DD.HH., y junto con la Red por la Identidad conformaron la ordenanza, escrita por Evi Rave. Dos años antes se había realizado, a manos del reconocido muralista Chelo Candia, una obra emblemática en la pared de la casa natal de Patricio, que lo muestra con sus compañeros de la UES, a partir de una foto del archivo familiar. El mural fue repintado en 2019 para realzar sus colores y hoy, sus compañeros aseguran que “si lo despintan ¡lo volvemos a pintar!”.