"No te pases de vivo con Fernanda porque te destripo como a un sapo".
Esa frase me acompañó durante varios meses, no me la podía sacar de la cabeza. Cada vez que hablaba con ella, recordaba la advertencia que me dijo una vez el Malevo Saravia.
El Malevo era muy conocido en el barrio, venía de una familia de mala reputación. Él era el mayor de cinco hermanos. Todos varones y bastante pesados. Pero el peor era el Malevo. Hacía poco tiempo que había salido de estar preso, decían que era pirata del asfalto y que se había cargado a más de uno, por eso en el barrio nadie se metía con él. Se pasaba alguna temporada encerrado y cuando salía, se mandaba alguna macana y volvía tras las rejas.
Por suerte, conmigo se llevaba bastante bien. Yo tenía dieciocho años y él ya andaba cerca de los cuarenta.
La frase que me atormentó durante meses me la dijo cuándo se enteró que su novia Fernanda iba conmigo a la secundaria, en la nocturna. Ella tenía un par de años más que yo y coincidimos en la misma división.
De a poco nos fuimos haciendo amigos. A mí me iba bastante bien en el colegio, pero ella no le encontraba la vuelta. Tampoco le ponía muchas ganas, por eso siempre me pedía una mano para que le saque las papas del fuego.
Me consultaba acerca de todas las materias y yo la ayudaba sin problemas. A mí me encantaba enseñar, debe ser porque tengo paciencia y hablo pausado. Mis compañeros siempre me decían que yo tendría que haber sido docente.
Con el paso del tiempo, Fernanda prácticamente no estudiaba nada, siempre era yo el que le terminaba haciendo todos los trabajos prácticos. Cuando teníamos prueba, ya sabía que de alguna manera le tenía que pasar las respuestas.
Ella siempre me lo agradecía, me daba unos abrazos apretados que me hacían sentir su respiración adentro de mi pecho, pero el hechizo duraba un instante, porque enseguida aparecía la advertencia del Malevo "No te pases de vivo con Fernanda porque te destripo como a un sapo".
A veces nos quedábamos en el recreo hablando, pero cuando ella nombraba al Malevo yo trataba de cambiarle el tema. Me decía que estaban bien, pero que como él era bastante mayor que ella, había veces que preferiría estar con alguien más chico, aunque más no fuera como una aventura, para vivir la experiencia.
Una vez, mientras estábamos en clase, Fernanda me tiró un papelito por la cabeza. Cuando lo abrí decía:
-¿Estás saliendo con alguien que te venís así de lindo?
Era verdad, cada vez me producía más, pero en realidad era por ella, me encantaba Fernanda. Más de una vez la soñé conmigo. Soñaba que nos escapábamos juntos y que el Malevo y sus hermanos nos perseguían.
Cuando parecía que lo habíamos perdido, me resonaba en la mente la maldita frase: "No te pases de vivo con Fernanda porque te destripo como a un sapo". En ese momento me despertaba exaltado, bañado en sudor y con las palpitaciones a mil por hora.
Una noche en el colegio Fernanda me pidió que le explicara algo de geometría para la prueba de la próxima semana, le dije que no había drama. Nunca me negaba a los pedidos de Fernanda, era más fuerte que yo. Mientras le mostraba unas figuras geométricas en la carpeta, notaba que ella no miraba la hoja, sino que me miraba fijo a mi, a los ojos y después bajaba despacio la vista hasta detenerla en mis labios. A mí me incomodaba muchísimo y trataba, como podía, de seguir con mis lecciones.
Como ya se había hecho un poco tarde, Fernanda me propuso pasar por mi casa al día siguiente para seguir estudiando un par de horas antes de entrar al colegio. Las fantasías comenzaron a saltar en mi cabeza, sabiendo que a esa hora en mi casa no había nadie.
A la tarde siguiente, después de bañarme y tirarme una buena dosis de perfume, sonó el timbre, y por más que supiera que a esa altura ya estaba enamoradísimo de Fernanda, la cobardía siempre pesó más en mi balanza, así que seguí con la estrategia que realicé durante todo el cuatrimestre: Hacerme el boludo.
Cuando abrí la puerta y la vi con ese vestido suelto, dudé en hacerla pasar o cerrarle la puerta en la cara. Era poner a prueba al máximo la fuerza de voluntad de un mortal.
-Qué rico perfume -me dijo cuando me dio un beso en la mejilla y se quedó unos segundos oliéndome el cuello.
-El tuyo también -le respondí, arrepintiéndome enseguida al recordar la frase del Malevo.
En un momento, mientras le explicaba geometría, Fernanda me pidió pasar al baño. Es la puerta de la izquierda le indiqué y me puse a mirar la hora apurando el minutero con la vista. Me quería ir al colegio ya, estaba a punto de tirar todo por la borda, pero sabía que Fernanda era intocable. Por cosas muchos menores el Malevo se había cargado a un par de personas. Tenía decidido que seguiríamos siendo amigos o en todo caso, maestro particular y alumna, nada más.
En el instante que pensaba todo eso, Fernanda apareció completamente desnuda. Era la perfección hecha mujer. Sus curvas eran fabulosas, pero sin exagerar. Todas las partes de su cuerpo convivían en armonía, su rostro estaba iluminado. Su piel blanca contrastaba contra el universo. Desnuda parecía estar en su hábitat natural, como si su propia piel fuera la ropa que mejor le quedara.
Cuando la miré supe con exactitud que nunca en mi vida me iba a acostar con una mujer tan linda como Fernanda. Me acerqué despacio y mirándola a los ojos con la poca convicción que me quedaba, le pedí por favor que se fuera.
Esa noche Fernanda no fue al colegio. Yo estuve toda la clase pensando en ella. Me imaginaba que hubiera pasado si hubiera ignorado la advertencia del Malevo y me hubiera dejado llevar por mis instintos. Podía sentir en mi imaginación a nuestros cuerpos fundiéndose hasta transformarse en uno solo.
Fue el único momento en todos esos meses que no me vino a la cabeza la frase del Malevo.
Cuando terminó la clase me volví caminando a mi casa. Hasta que en un momento escuché varios pasos a mis espaldas varios, como galopando. Cuando me di vuelta, vi al Malevo Saravia que venía apurando el tranco con sus hermanos.
-¿Cómo andas nene? -me dijo mientras me abrazaba apretándome fuerte el hombro derecho.
-¿Cómo andás, Malevo? -le respondí con voz entrecortada.
-Me dijo Fernanda que le estuviste enseñando matemáticas.
-Geometría -respondí, dudando de corregirlo.
-Geometría… matemáticas, es lo mismo. -me dijo restándole importancia.
Después de caminar unos pasos en silencio, al llegar a una vereda oscura me dijo:
-Escuchame nene, ¿no te dije que no te pases de vivo con Fernanda porque si no te iba a destripar como a un sapo?
Eso mismo me dijo, o por lo menos eso fue lo que entendí, mientras me daba la tercera puñalada en el abdomen, formando un triángulo acutángulo isósceles, con todos los ángulos agudos, siendo dos lados iguales y el otro distinto.