Durante la firma del Acuerdo de Marrakech por el cual se estableció la Organización Mundial del Comercio (OMC) a mediados de los años 1990, la efusividad del entonces Director del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, Peter Sutherland, era parte de un verdadero clima de época.
Concluía la negociación del denominado "mayor acuerdo comercial de la historia" y el funcionario irlandés celebraba los beneficios esperados, que abarcarían “continentes enteros y una amplia gama de sectores comerciales por igual”.
El revigorizado sistema multilateral de comercio era un nuevo hito de la globalización neoliberal, que contribuiría a desterrar aquellas estrategias pergeñadas para proteger y/o fortalecer el tejido productivo fronteras adentro y reemplazarlas por iniciativas destinadas a consolidar la integración de la economía internacional mediante el impulso de las políticas de liberalización.
Numerosos ideólogos también rebozaban de optimismo ante la expectativa de vivenciar aquel presagio de posguerra del entonces secretario de estado estadounidense –y artífice intelectual del sistema multilateral-, Cordell Hull, que sostenía que el aumento los intercambios comerciales entre las naciones ante la reducción de los obstáculos comerciales y arancelarios resultaba un gran paso hacia la eliminación de las guerras.
Proyecto neoliberal
El proyecto neoliberal abordó con contundencia tal agenda de liberalización e impulsó, con diversa velocidad desde los años 1970, una transformación que incluyó la redefinición de la relación entre el capital y los estados nacionales.
En el primer caso, bajo un ambicioso objetivo: cristalizar en un nuevo marco jurídico-institucional una “doble liberación” que comprendiera tanto el escape del control territorial que ejercían los estados en la posguerra como la emancipación de buena parte de los compromisos que los vinculaban con la clase trabajadora en cada espacio nacional.
Los estados, por su parte, abandonarían su espíritu intervencionista en la esfera económica –en variadas formas y con notables excepciones- y se focalizarían en la disputa inter-estatal por la atracción del capital. Esta lógica subyacente promovería además de decisiones de liberalización comercial unilateral, un sinfín de acuerdos regionales y bilaterales mediante los cuales una porción mayoritaria de los "aparatos estatales desarrollistas" (tanto centrales como periféricos) renunció a buena parte de los instrumentos con los que contaban para llevar a cabo políticas de desarrollo, a la espera de los “frutos de la prosperidad” que auguraban las políticas de apertura.
En el plano multilateral, la OMC resultaría la encargada de confinar la intervención de los gobiernos vis a vis los mercados. Como la mismísima Panacea en la mitología griega, y bajo la influencia hipnótica del “fin de la historia” proclamado por Fukuyama, el libre cambio ofrecería una poción curativa de amplio espectro y se erigía en la única receta posible para el desarrollo.
Pasaron cosas
El paso del tiempo, sin embargo, trajo otras novedades que derribaron varios de los pilares sobre los que reposaban las ilusiones librecambistas. En efecto, el comercio se multiplicó enormemente en las últimas décadas en un mundo más integrado e interdependiente, pero eso sucedió al compás de una alteración sustancial en la configuración de la economía global.
Otros actores como China y Asia en general, hoy núcleos dinámicos de la acumulación adquirieron un peso específico al establecerse como crecientes competidores, que empezó a erosionar seriamente la estructura económica, productiva y social de los países desarrollados e impulsó reacciones de todo tipo en el campo político.
En perspectiva histórica y vista desde el presente, la nitidez de los cambios es innegable: hoy observamos cómo la asociación entre comercio y paz enfrenta su ocaso bajo la sombra la crisis de las instituciones y reglas que regulan el comercio internacional, al tiempo que la acechanza de la “Política Comercial Estados Unidos Primero” impulsada por Donald Trump deja en ridículo a los defensores de un mundo que ya no volverá a ser lo que fue. Al calor de estos cambios, las fricciones comerciales adquieren mayor intensidad mientras las otrora denostadas herramientas proteccionistas (entre ellas, los aranceles aduaneros) vuelven al centro de la escena.
Impacto Trump
Durante su primera presidencia, el magnate estadounidense se encargó de sortear las normas y procedimientos de la OMC recurriendo, entre otras cuestiones, a una interpretación arbitraria del marco regulatorio con el objeto de contar con mayor margen de maniobra para aplicar restricciones a las importaciones –como si no le bastara ser el país con mayores barreras sanitarias y el segundo con más medidas antidumping-, invocando para ello supuestas “amenazas a la seguridad nacional” y bloqueando, asimismo, los resortes institucionales con los que cuentan los miembros de dicha institución a fin de preservar sus derechos.
En su segundo mandato, encontramos indicios de un abordaje más sistemático e integral. De hecho, incluso antes de asumir, Donald Trump anunció públicamente los tres objetivos que debía seguir la política comercial externa de la primera potencia mundial: 1) frenar el déficit comercial del país; 2) defender la manufactura, la agricultura y los servicios estadounidenses; y 3) abrir los mercados de exportación en todas partes.
Siguiendo esa orientación, hace días el 47° presidente de EE.UU. firmó un Memorándum que operativiza esos fines e instruye a distintas autoridades económicas y comerciales a efectuar, antes del 1 de abril próximo, un variado conjunto de estudios y acciones que el tiempo dirá si son simples amenazas para solventar una estrategia negociadora, parte de un renovado panorama comercial (o ambas).
Entre ellas: i) investigar causas y efectos para la seguridad nacional de los déficits comerciales y recomendar medidas correctivas, particularmente aranceles; ii) revisar el Tratado con México y Canadá, la integralidad de la relación bilateral con China, así como todos los acuerdos comerciales en los que participa EEUU y sugerir revisiones; iii) identificar países para negociar acuerdos comerciales; iv) revisar la normativa americana sobre medidas de defensa comercial e identificar con mayor rigurosidad las prácticas comerciales desleales; v) establecer un Servicio de Impuestos Externos para administrar los nuevos recursos sobre el comercio exterior; vi) revisar las medidas a las importación de acero y aluminio; y vii) fortalecer controles a las exportaciones a fin de evitar la transferencia de activos estratégicos a rivales geopolíticos.
"Vengan a fabricar"
Por si quedaba alguna duda, a los pocos días de la firma del Memorándum y en el marco del Foro de Davos, el líder republicano enfatizó nuevamente su enfoque, instando a los empresarios del mundo a que asuman la disyuntiva de producir en dicho país o enfrentar aranceles.
En sus propias palabras, se trata de que “vengan a fabricar sus productos a Estados Unidos y se beneficiarán de unos impuestos entre los más bajos del mundo. Pero si no los producen en Estados Unidos, y están en su derecho, entonces, simplemente, tendrán que pagar aranceles”.
Este mensaje tiene un valor especial no sólo por su emisor, sino esencialmente debido a que Estados Unidos es el principal importador de mercancías a nivel mundial (y el segundo exportador del mundo). La cuestión arancelaria merece un comentario adicional en este punto por dos motivos: se presenta como el instrumento predilecto del presidente estadounidense y constituye una herramienta profusamente regulada a nivel global.
Aranceles
Sobre el primer aspecto, en los primeros días del año, Trump mencionó a través de la red X que “los aranceles aduaneros, y únicamente éstos, crearon una vasta riqueza para nuestro país. Luego pasamos al Impuesto sobre la Renta. Nunca fuimos tan ricos como durante ese período. ¡Los aranceles saldarán nuestra deuda y harán a Estados Unidos rico otra vez!”.
Acompañaba su tweet con un gráfico que detallaba la importancia que tenían los aranceles hasta mediados del siglo como porcentaje de la recaudación total del país. El retorno a ese mundo idílico, por diversos motivos, no parece posible aun cuando se avance hacia un importante incremento arancelario, pero un elemento es indubitable: en la actualidad y desde hace décadas, los ingresos por cobro de aranceles aduaneros a las importaciones tienen un peso menor en la recaudación tributaria de Estados Unidos, oscilando alrededor del 1 por ciento del total -dependiendo del año bajo análisis-. O sea, el punto de partida en términos recaudatorios luce demasiado desafiante para cumplir los deseos presidenciales.
Sobre el segundo aspecto mencionado, y más allá de la dificultad congénita que supone alterar de sobremanera las condiciones bajo las que operan las principales empresas del mundo al nivel global mediante la imposición de restricciones de todo tipo, modificar sustancialmente los aranceles supondría herir de muerte a un principio fundante del sistema multilateral.
Nos referimos al hecho de que los miembros de la OMC deben brindarse un trato no discriminatorio entre sí -denominado en la jerga Trato de Nación Más Favorecida-, en virtud del cual los países están obligados a hacer extensivas las mejores condiciones (arancelarias y no arancelarias) concedidas a cualquier parte contratante -automática e incondicionalmente- a todas las demás. Y para ello, asumen compromisos específicos respecto a los aranceles que, como máximo, impondrán a sus interlocutores (los llamados "aranceles consolidados").
En el caso de Estados Unidos, cuando el país ingresó a la OMC, al igual que el resto de los países, consolidó sus líneas arancelarias. ¿De qué modo? Fijando los aranceles consolidados -en promedio simple- en el 3,4%. ¿Qué implica esto? En términos generales y sin entrar en tecnicismos, que el margen de los Estados Unidos para incrementar los aranceles a las importaciones es muy limitado de acuerdo a los compromisos que asumió dicho país internacionalmente en plena ola neoliberal.
Colisión
En consecuencia, para volver a utilizar su instrumento favorito y en niveles sensiblemente mayores a los comprometidos, Trump deberá recurrir a todo un conjunto de normativas internas que colisionan irrevocablemente con las reglas del sistema multilateral y/o presentar argumentos de difícil defensa en el ámbito internacional, que conducirían más temprano que tarde a un revés, dado que el sistema está diseñado para preservar el libre comercio y las restricciones a las importaciones sólo se contemplan en casos muy puntuales.
Y es por eso que las evocaciones a la seguridad nacional y las denuncias de “prácticas injustas y discriminatorias” empiezan a inundar las noticias, mientras todavía el sistema de solución de controversias de la OMC persiste en su letargo.
Por supuesto, en tanto las reglas multilaterales redujeron sensiblemente el espacio para aplicar políticas, y puesto que el líder estadounidense no está dispuesto a quedarse cruzado de brazos, los caminos se acotan y el sistema multilateral cruje. Ante ello, siempre es oportuno recordar que operar en un mundo sin reglas compartidas ni previsibilidad no es una buena noticia, y mucho menos para los actores que no cuentan con ciertos recursos y capacidades para defender sus propios intereses.
A mayor abundancia, cabe destacar que de acuerdo a un reciente estudio de la OMC, el 82 por ciento de las importaciones de Estados Unidos se realizan en condiciones NMF, donde el arancel -promedio ponderado- que se cobra en estos casos asciende 2,2% (para el año 2023).
Como dijimos, la posibilidad de incrementar radicalmente esos niveles es reducida si se busca cumplir con los compromisos oportunamente asumidos. El 18 por ciento restante de las importaciones totales estadounidenses se realiza bajo condiciones preferenciales, o sea, con un trato todavía mejor al que prevé el sistema multilateral.
En síntesis, sin una fuerte alteración del sistema no hay manera de llevar a cabo la política comercial externa planteada por el líder republicano. Bajo este marco, los burócratas de los organismos internacionales observan atónitos y sin respuestas claras de qué modo se debería abordar la reforma de las reglas multilaterales, en discusión hace ya algunos años bajo un mote que hoy suena irónico: la “Modernización de la OMC”.
Política económica
Ciertamente, se trata de un menudo reto en un mundo donde, por una parte, la paz y la liberalización parecen haberse tomado un respiro, en manos de guerras que, lamentablemente, ya no son únicamente comerciales; mientras, por otra parte, la política industrial, comercial, científica y tecnológica están a la orden del día en las principales potencias, bajo el convencimiento de que, en esta fase de ultra competencia del capitalismo, los gobiernos deben liderar una estrategia que les permita, como mínimo, preservar los niveles de vida históricamente alcanzados, irreproducibles si no logran imponerse en un nuevo escenario tecno-productivo que presenta demasiados desafíos.
Nadie duda de que esta coyuntura presenta una gran complejidad en general y, en particular, para los países emergentes. ¿Es necesario aclarar que la situación es poco propicia, asimismo, para plantear abordajes exóticos como los que ensaya el inefable experimento social liberal-liberatario que se aplica en la República Argentina?
*Docente e Investigador de la Universidad Nacional de Quilmes.