"Necesitamos la historia, pero de otra manera que el refinado paseante por el jardín de la ciencia, por más que este mire con altanero desdén nuestras necesidades y apremios rudos y simples. Necesitamos la historia para la vida y la acción, no para apartamos de la vida y la acción, y menos para encubrir la vida egoísta y la acción vil y cobarde" (Friedrich Nietzsche).

En la segunda intervención intempestiva titulada "Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida", Friedrich Nietzsche se dispone analizar cada uno de los modos en que se presenta, en su forma platónico-hegeliana, la historia en el mundo moderno. Pasará revista a sus características, utilidades y perjuicios en relación a lo que él llama vida. El diagnóstico de Nietzsche en aquel momento era el siguiente: Europa, fines del siglo XIX, sufre de un mal completamente nuevo, raro y sin precedentes: “padece de una saturación, una hipertrofia, histórica”. El clínico Nietzsche se dedicará a indagar e investigar tan extraño síndrome, no sin prescribir algún que otro remedio.

Este texto está escrito y publicado entre los años 1873 y 1876. Por aquellos tiempos en los ámbitos académicos de la Alemania unificada, fortalecida y victoriosa, se contempla una fuerte hegemonía de los grandes pensadores ilustrados, Kant y, sobre, todo Hegel. Los neokantianos y neohegelianos pululaban por todas partes. El conocimiento científico, la actividad crítica y la Historia tienen su momento de gracia. Si al siglo XIX se lo ha denominado el siglo de la Historia, esto encuentra su razón más nítida en Alemania.

En el inicio del texto Friedrich Nietzsche aclara lo siguiente: "Es intempestiva esta consideración porque trato de interpretar como un mal, una enfermedad, un defecto, algo de lo que nuestra época está, con razón, orgullosa: su cultura Histórica". 

Es preciso señalar que por esos años los alemanes estaban tan poco orgullosos de Schopenhauer como fascinados por el gran Hegel y Nietzsche, como él mismo lo decía, todavía amaba al gran impugnador del hegelianismo. Sin embargo, Nietzsche no está discutiendo con los pensadores inscriptos en lo que se conoce como historicismo alemán. Como tampoco defendiendo o reivindicando a Schopenhauer. 

Por el contrario, puede sostenerse en relación a los primeros, en base a la influencia que ejercieron los trabajos de Nietzsche sobre Max Weber (representante central del historicismo), admitida por este último, que la producción del genealogista fue tan decisiva como valiosa para muchas de las mejores cabezas de esa corriente. 

A quienes sí tiene en la mira Nietzsche en este escrito es, sin dudas: al positivismo encarnado en la figura del señor Comte y a los hegelianos, específicamente al teólogo Strauss y al profesor Feuerbach. Ya les tocará a los utilitaristas ingleses, Spencer, Paul Ree y otros, aquí sólo los mira de reojo. 

Aclaramos que no todos los hegelianos se hallaban en la mira del cazador, Nietzsche mismo reconoce al "viejo profesor Bruno Bauer", maestro de Karl Marx, como a uno de sus más atentos lectores y defensores.

Entonces, Nietzsche pelea contra dos frentes: ni la idolatría de los hechos, puesto que estos son "siempre estúpidos y, en todo tiempo, han sido más semejantes a una vaca que a un Dios"; ni las ilusiones historicistas con sus graves consecuencias políticas: "el que ha aprendido a doblar el espinazo ante el poder de la historia acabará por decir mecánicamente, a la manera china, sí a todo poder, sea este un gobierno, una opinión pública o una mayoría numérica, y moverá sus miembros exactamente al ritmo en que tal poder tire los hilos". 

El que cree en el ilimitado poder de la historia deja de creer en su deseo y se convierte en un fascinado secuaz de lo existente. Y es así que no puede crear nada nuevo. Solo reproducción, imitación, esclavitud. 

Es que el problema de la sobresaturación histórica conduce, según Nietzsche, a varios puertos, todos fatalmente oscuros:

·A la separación contradictoria entre lo interno y lo externo. De este modo debilita fuertemente el accionar cotidiano de cada sujeto, de cada pueblo. Se crea un mundo interior completamente desvinculado con el acontecer presente. Se impone el imperio de la siesta provinciana. El ego, el gran conocedor, íntimo y sapiente yo, idéntico a sí mismo, es para Nietzsche uno de los mayores ideales construidos por el espíritu de la decadencia y el resentimiento.

·Hace que una época se imagine poseer la más rara de las virtudes, la justicia, en grado superior a cualquier otra época. Solo su retraso en el carnaval de la historia les da lugar a creerse capaces de juzgar lo que fue.

·Perturba los lazos sociales y amorosos del pueblo he impide que llegue a superarse, a construir lazos más fuertes y mayúsculos. Ancla pesada que inmoviliza las fuerzas vitales, las amarra y sujeta en el circo de la imitación.

·Implanta la creencia siempre nociva en la vejez de la humanidad, de ser el fruto tardío y epígono de un desarrollo continuo. En consecuencia, instaura una cultura encanecida, seria, responsable, incapaz de moverse con fuerza.

·Induce a una época a caer en el estado de ironía hacia sí misma luego, la actitud más peligrosa, el cinismo. "En esta actitud una época evoluciona más y más en la dirección de un practicismo calculador y egoísta que paraliza y, finalmente, destruye las fuerzas vitales".

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"El hombre contempla con envidia a los animales porque él no quiere vivir más que como ellos sin hartazgo ni dolor. El hombre pregunta acaso al animal - ¿Por qué no me hablas de tu felicidad y te limillas a mirarme? El animal quisiera responder y decirle; - Esto pasa porque yo siempre olvido lo que iba a decir- pero, de repente, olvidó también esta respuesta y calló, de modo que el hombre se quedó sorprendido..." (F. N.)

En medio de una cultura que eleva los estudios y el conocimiento histórico al más noble pedestal, Nietzsche habla de lo a-histórico. El hombre se sorprende de sí mismo porque no aprende, no puede, no quiere olvidar y queda, siempre, encadenado al pasado. Nietzsche invita a los lectores a considerar la siguiente tesis: "Tanto lo histórico y lo a-histórico son igualmente necesarios para la salud de los cuerpos, los pueblos, las culturas".

El lugar de lo a-histórico impide al pasado convertirse en sepulturero del presente. Quien no sea capaz de instalarse en ese espacio sin tiempo en el que solo importa lo que está por nacer, sustraído, en el umbral del momento, de todo lo que una vez fue, en esa especie de atmósfera enrarecida desprendida del continuo rumiar de la historia, no podrá alcanzar la alegría ni, menos aún, alegrar a los otros.

Llegados a este punto, es necesario hacer una aclaración. 

La hipertrofia de la que habla Nietzsche es solidaria a la cultura del olvido y el silencio. La saturación histórica impide que la memoria de un pueblo esté activa. La memoria no es sinónimo del culto a la historia. Sirve a un pueblo para recordar qué no pasó en lo que pasó o, lo que nunca deja de pasar. 

La memoria está viva y quiere seguir viviendo, luchando, resistiendo contra la historia porque quiere historizarse. 

Lo que está haciendo Nietzsche no es una proclama y una apología del olvido en contra de la memoria. 

Todo lo contrario, nos recuerda que el culto al pasado interrumpe la memoria, la congela, y nos hace olvidar, frecuentemente, lo que está vivo en todo presente.