Aunque lo hayan convencido de pibe/a que la vida es una bendición, la suya no vale nada. Es barata. No importa si para usted es lo único que tiene. Para los que tienen las armas, las balas, los falcon, los perros y los otros perros, los armados, su vida es nada.

¿Cree que soy negativo? Vea: un muerto joven, otro muerto joven, cuarenta y cuatro muertos jóvenes. Sólo en los últimos días. Y esos son los que recuerdo ahora, medio dormido y obnubilado de bronca. Imposible recordarlos a todos.

Yo sé que usted cree que la vida barata es la de los otros. Respeta la ley, paga los impuestos, no cruza el mediterráneo en patera sino con las millas acumuladas en la Visa. Eso no significa nada. Si uno de los círculos concéntricos de la represión, del azar, de una guerra, de un atentado, lo alcanza, a usted lo esfumarán.

Por ahí no a usted como individuo, porque usted como individuo no hace olas (y no hacer olas es parte de que usted crea que la vida barata es la de los otros), sino tirando al bulto donde usted se sentía protegido. Y luego de que lo esfumen a usted, vendrá otro, o millones, que igual que usted, consumirán y pagarán sus impuestos, pero cuyas vidas tampoco valen nada. A veces a la vida se la cobrarán simbólicamente, poniéndole un pie encima. Así, de paso, no jode más (si es que jodió) y sigue consumiendo.

¿Quién tiene la culpa? Qué sé yo. Pero todos lo sabemos. Sabemos que hay vidas valiosas y vidas baratas. Alguien les puso una etiqueta, como en el supermercado. Y esas vidas, la suya, la mía, están en oferta. "Pagás dos y llevás tres", "el segundo es gratis". No en latas de arvejas, sino en vidas, mapuches, maestros, pibes, marinos, laburantes.

Es como si el mundo hubiera sido creado siguiendo el modelo de un supermercado y hubieran puesto nuestras vidas junto a la polenta con gorgojos, el yogurt a punto de vencerse, los caramelos que te dan de vuelto.

Y desde ya le pido disculpas si a usted le pasara algo y yo apenas me ocupara de su suerte. Voy a tratar de, al menos, mandar un tuit, un posteo, pero luego deberé ocuparme de otros que, como usted, tienen vida barata y la acaban de perder.

A los que creen que sus vidas son más valiosas que las de Santiago y Rafael Nahuel, hay que recordarles que a veces más que valor es ilusión, un cambio de etiqueta, una puesta en escena, cosmética, cambio de envase, marketing, así como el vinagre pasó a ser aceto y el gallo hervido coq o vin. Pero el vino barato no es mejor porque esté dentro de una botella pipí cucú, así como una vida barata no se vuelve valiosa por estar vestida de Armani.

Las vidas baratas somos estadística. Como los yogures vencidos. Se vendieron tantos, se tiraron tantos. Así será en la medida en que en el mundo haya demasiadas armas, demasiados hijos de puta y demasiados gordos. No se lo tome literalmente. Pensaba en el gordo de "El sentido de la vida", de los Monty Python, que come hasta explotar, como metáfora de la angurria moderna.

Y el gordo vio la misma película que nosotros. Y sabe que un bocado más puede acabar en catástrofe. Entonces larga lastre. No lo sustancial, claro. Los bancos y ciertas corporaciones siguen siendo intocables.

¿Qué dice, Chiabrando, se me volvió ingenuo? Vea: Wikileaks, Odebrecht, Panama Papers, Paradise Papers, FIFA. Son eructos del gordo, cosas de las que debe desprenderse para no explotar y para poder seguir comiendo.

Esos escándalos están llenos de gente que también creía que sus vidas eran caras, y resultaron baratas. El Armani no les sirvió de nada. Si fueron capaces de deshacerse de Harvey Weinstein, de Blatter y de próceres de Hollywood, ¿qué valor puede tener usted o yo?

El gordo entendió la frase de Lincoln: "Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo...se puede engañar a algunos todo el tiempo...pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo". Entonces, cada tanto, hay que entregar a alguien, aunque sea Weinstein.

Las estadísticas indican también que por cada uno de ellos que caiga, caerán millones de nosotros. Usted es el peatón que se cruza en el camino del gordo, aun cuando el semáforo le da la razón. Usted es la polenta con gorgojos. Si se rompe el envase, con barrer, basta.

Por si esto no fuera lo suficientemente amargo, queda lo más importante, aquellos que abaratan su vida adrede. Los que se ponen en oferta, los que creían en algo pero ya no, los que decían que querían cambiar el mundo (y quizá lo creían) y ahora se conforman con cambiar el auto cada cinco años. Se bajan el precio a sí mismos, se ponen en la estantería de las ofertas. Regalan lo que son, lo que creyeron, la tradición, es decir la lucha de sus padres.