"Harto ya de estar harto, ya me cansé / De preguntar al mundo por qué y por qué".
Serrat
“No es encerrando al vecino como se convence uno del buen sentido propio”.
Dostoiewski
El problema de la discriminación en tanto segregación del otro, marginación, racismo, sexismo etc., no sólo es una cuestión de actualidad, sino que es una problemática específicamente humana, tanto como lo es la locura. Al igual que ella es una sinrazón, una burla en el mismo seno de la razón. El racismo es una práctica probablemente universal que proviene del fondo de la historia. Se trata de un comportamiento humano que la mayoría de las veces está constituido por odio y menosprecio con respecto a personas con características físicas bien definidas y diferentes a las nuestras. El racista no puede justificar científicamente su posición. El racismo moderno, en tanto teoría racial sí puede, y de hecho lo hace, argumentar científicamente su condición. Los estudios históricos sobre el tema ubican el surgimiento de las primeras teorías raciales a fines del siglo XVII. Francois Bernier es el que por primera vez utiliza la palabra “raza” en sentido moderno. Linneo, a su vez hace especulaciones sobre las especies humanas. Buffon realiza una jerarquización de las razas en su Historia Natural. Las doctrinas racistas surgen con el advenimiento de las ciencias. Sobre esta última se construyen los ideales de la modernidad: que el bien y el progreso serán las consecuencias inevitables del devenir científico. Habría un “bien” intrínseco a las ciencias y su desarrollo, la humanidad sería la única beneficiaria de este bien. Es la modernidad la que instala el discurso de la fe ciega (¿podría ser de otra manera?) en la ciencia y la tecnología. De esta manera se impone una perspectiva cientificista basada en un determinismo universalista, y como consecuencia una ética de lo posible, un ideal de progreso infinito y una promesa de felicidad. Un ejemplo de este determinismo son los estudios de genética, que pretenden demostrar que la homosexualidad sería producto de alguna oscura zona en los cromosomas X. En cuanto a la consecuencia ética basta observar la manera actual en que se juega a los dados en la producción de vida humana por parte de los semidioses de la ingeniería genética. Como dije en otro artículo: ”En distintas épocas históricas, diferentes significantes culturales conformaron el imaginario social. En una época no tan remota, el ”temor a Dios” ocupaba un lugar central en la constelación simbólica; hoy ese lugar es ocupado --o por lo menos disputado-- por la tecnología científica. Nueva “teología” de nuestra época...”(1) Esta teología de nuestra época, que orienta las conductas humanas, hizo posible el genocidio de los campos nazis, el apartheid sudafricano, y más cerca nuestro, el genocidio perpetrado por el terror de Estado de Videla & Cía., los escuadrones de la muerte brasileños, el estadio Nacional del Chile de Pinochet. Cómo explicar esta burla, esta sinrazón en el seno mismo de la razón. Los ideales de la modernidad estallaron como consecuencia de la fe en el nuevo ”Dios Tecnológico”, y ante el discurso del Amo Moderno que dice: ”Yo sé lo que a usted le conviene, lo que a la mayoría le conviene, Yo decido sobre el bien de ustedes”. Así fueron posibles Hiroshima, el Holocausto, los juicios secretos y los fusilamientos ordenados por el poder stalinista, así como los hospitales psiquiátricos de la exURSS. Sin la Ciencia de la Historia, el ”hombre de acero y sus superhéroes” no hubiesen podido constituir al adversario político, otrora bolchevique, para asesinarlo. Sin la Biología, el nazismo no hubiera podido constituir al semita como enemigo como el otro a quien exterminar. Al semita tuvieron que construirlo como distinto porque no encajaba en las teorías raciales por evidencia física. De esta manera, y a través del distintivo que le obligaban a usar (para identificarlo), lo pudieron discriminar para luego masacrarlo.
Se pregunta Foucault “¿Qué es el racismo?” “...Es el modo en que, en el ámbito de la vida que el poder toma bajo su gestión, se introduce una separación, la que se da entre lo que debe vivir y lo que debe morir. Desde el momento en que el estado funciona sobra la base del biopoder, la función homicida del estado mismo solo puede ser asegurada por el racismo”. Y agrega más adelante: “...y no solo el racismo propiamente étnico, sino el racismo evolucionista también, el racismo biológico, funcionando a pleno régimen, en estados socialistas como la Unión Soviética, a propósito de los enfermos mentales, de los criminales, de los adversarios políticos”(2).
En 1980, el príncipe Peter von Lobkowicz, declara en Buenos Aires: “En Europa se tiene la falsa interpretación de que los gobiernos militares son dictaduras. No saben que aquí, en la Argentina, hay hombres, los militares que también son gobierno que aman a su patria y por eso la han protegido de que caiga en manos marxistas. En la Argentina eran 25 millones de habitantes contra diez mil. Creo que cuando es necesario defender a una sociedad de 25 millones de seres sanos contra diez mil, que desaparezcan los diez mil (3).
En un auto de fe, en 1976 el teniente coronel Corleri “quema textos subversivos” en Córdoba, la docta, en nombre de “nuestro más tradicional acervo espiritual sintetizado en Dios, Patria y Hogar”.
En 1977, en un discurso digno del oscurantismo medieval, el exalmirante Massera dijo textualmente: ”Hacia fines del siglo XIX, Marx publicó tres tomos de El Capital y puso en duda con ellos la intangibilidad de la propiedad privada; a principios del siglo XX, es atacada la sagrada esfera íntima del ser humano por Freud en su libro Interpretación de los sueños y como si esto fuera poco para problematizar el sistema de los valores positivos de la sociedad, Einstein, en 1905 hace conocer la “teoría de la relatividad”, donde pone en crisis la estructura estática y muerta de la materia”(4).
Baste esta mención del pasado inmediato para recordar los horrores que el relativismo posmoderno quiere hacer olvidar. Las consignas de esta ideología (Todo vale, Viva la diferencia) imposibilitan toda denuncia de injusticia por temor a que la injusticia que se denuncia forme parte de una tradición distinta a la suya. Es necesario, cuando se vive en un sistema democrático, tener presente que las consecuencias de esta posición son el racismo, la segregación, la marginalidad y otras formas de discriminación, pues estas últimas no son privilegio de los sistemas fascistas.
Por lo tanto autoritarismo, racismo, autos de fe, poder sobre la vida y la muerte, relativismos posmodernos, nacionalismos, fundamentalismos son consecuencias de los ideales de la modernidad sustentados en el cientificismo positivista.
No basta, entonces, una condena moral sino una decisión, una decisión ética y una apuesta política para enfrentar estos productos del capitalismo tardío.
Claudio R. Boyé es psicoanalista.
Notas
(1) Claudio Boyé. Gadgets Cultura sin Malestar? Revista Psyche Nº 27, Año III. Diciembre 1988.
(2) Michel Foucault. Genealogía del racismo. Editorial Altamira y Editorial Nordan-Comunidad. Montevideo, Uruguay. Invierno de 1992.
(3) Juan Gelman, Osvaldo Bayer. Exilio. Editorial Legasa, Buenos Aires. Marzo de 1984.
(4) La Opinión, Buenos Aires, 26-11-77. (O.P. Pág.47).