Celina Eceiza es una conquistadora, pero no en el sentido tradicional, ese que implica dejar una tierra arrasada, sino en un sentido más liviano. Cada vez que esta artista realiza una exposición, sus obras avanzan por el espacio ocupando todo el lugar. Su actual muestra en el Museo Moderno de Buenos Aires, titulada Ofrenda, es un ejemplo de esto: en las salas no hay ni un centímetro libre. Cada exhibición suya es una superposición de telas, dibujos, pinturas y esculturas que cubren todo del piso al techo. Ahí es donde se produce la conquista, la conquista del espacio, en el momento que su trabajo se expande por cada rincón de una sala. Desde hace ya varios años que aplica este método, uno que convierte a la exhibición en una gran obra. Un gran todo textil. Un universo blando y expansivo.

Este gesto totalizador ya venía apareciendo en su recorrido. Su anterior exhibición en la galería Moria –titulada Desvelo e inaugurada en 2023– ya presentaba alguna de las características que tiene la que ahora habita en el Museo Moderno. Incluso antes, en 2021, cuando inauguró Villa Celina –también en la galería Moria–, decidió ocupar e intervenir todo el lugar. Ofrenda, entonces, es la culminación de ese proceso, de esa manera de producir. Es el punto final de la conquista, el momento en el que se clava la bandera en el pico de la montaña y se confirma la defensa de Eceiza por la producción textil artesanal, el patchwork, los collages de telas y las esculturas hechas de yeso y gasa, con formas que remiten a las fotos que ilustraban las revistas de manualidades.

Nacida en Tandil en 1988, se formó en artes visuales en la Universidad Nacional de las Artes. Luego, tuvo otras instancias de formación, como el Programa de Agentes Culturales, en el Centro de Investigaciones Artísticas; la beca del Fondo Nacional de las Artes-Centro Cultural Conti y el programa del espacio marplatense Mundo Dios. Empezó a exponer desde los tempranos dos mil y su obra recibió diferentes reconocimientos y ha sido seleccionada por el premio Braque en 2019, el Salón Nacional de Rosario en 2022 e incluso recibió el diploma al mérito en la categoría Arte Textil del Premio Konex. Su trabajo también fue exhibido en otros países como Chile y Estados Unidos. (Una digresión de color: algunos de los dibujos mostrados en Estados Unidos hace algunos años iban a ser utilizados para esta exhibición; sin embargo, la burocracia los dejó durmiendo en la aduana, a la espera del pago de una multa o un arreglo. Lo que llegue primero).

En esta muestra todo se puede tocar e incluso, es posible dormir una siesta en los almohadones. Foto: Archivo.

ARQUITECTURA BLANDA

Ofrenda es, por sobre todas las cosas, una gran instalación. Y como toda instalación, hay que recorrerla. Es decir, la actitud del espectador es un poco más activa que cuando se enfrenta a otro tipo de formato. Cada persona tiene que desplazarse por el espacio, mirar para diferentes lados, decidir cuándo y dónde parar. Tiene que atravesar el espacio si quiere conocer la totalidad de la obra. No alcanza con tener una actitud únicamente contemplativa, como podría ocurrir con cualquier otra exhibición que únicamente ponga sobre unas paredes blancas algunas pinturas, dibujos y videos. Ofrenda pide algo, requiere un poco de energía y buena voluntad.

En Aliens y anorexia, la novela de Chris Kraus lanzada en el año 2000 y que recientemente fue traducida y publicada en la Argentina por la editorial Caja Negra, la escritora y crítica de arte se refiere a las instalaciones en el campo del arte contemporáneo: “Las instalaciones artísticas comportan un sistema. Son una máquina, un proceso de pensamiento: los objetos y las conexiones asociativas que de ellos se derivan”. Agrega Kraus: “Aunque se presente en un formato fragmentado, una instalación siempre es un sistema único”. El sistema que propone Eceiza en esta oportunidad divide Ofrenda en varios espacios, muy distintos unos de otros, principalmente a través del color; cada uno parece representar una serie de emociones y sentimientos muy distintos. La instalación está fragmentada en diferentes salas, pero todo pertenece al mismo sistema y va en un mismo sentido. Lo que creó en esta ocasión es una gran construcción blanda, hecha de paredes y pisos de tela, unidos por horas de costura y varios metros de hilos. El trabajo manual, la marca del cuerpo en las obras, es lo que une cada uno de los fragmentos de la muestra.

De alguna manera, este sistema terminó configurando las imágenes que se ven en cada una de las obras (quizás fue al revés). No hay rigidez en esta exhibición, la misma liviandad de las telas que hacen de pared está en las figuras que contienen las obras. En Ofrenda los cuerpos son curvos, flotan en el aire, están hechos de colores, son hiperlaxos, no tienen peso, son parte del aire. La arquitectura blanda con la que Eceiza trabajó para montar su muestra está adentro de los dibujos y las pinturas. Hay un estado de no preocupación en esta muestra, quizás por eso el piso –que en un sentido es parte de la obra– se puede pisar, las esculturas que se rompen, por estar en el medio de la sala al alcance de cualquiera, se reemplazan y los “dispositivos de seguridad” se limitan a un hilo sutilmente cosido a las paredes hechas de lienzo. Si lo que se quiere es invitar a las personas, si se espera que recorran el espacio con esa actitud activa y que interactúen con todo lo que Ofrenda contiene no es posible que en ese lugar rija un principio de sospecha y desconfianza. Que pase lo que tenga que pasar.

La apuesta de Eceiza va a contramano del sistema reglado que es un museo. El cubo blanco no existe, la obra se puede pisar e incluso hasta usar para dormir una siesta o sentarse, como ocurre con todos los almohadones/esculturas que hay en la sala más grande de la muestra. El sistema de esta instalación se inserta adentro de otro –el del museo– y lo rechaza. Sin ese rechazo no podrían aparecer otras ideas, otras formas de habitar ese espacio. No hay solemnidad en esta muestra y parecería ser que tampoco hay muchas reglas. Todo se disuelve entre esas paredes blancas que un poco de viento podrían volar y hacer caer.

La artista junto a la curadora de la muestra. Foto: Archivo.

DESEO PERMANENTE

Así como en los últimos años insistió con esta manera de mostrar –que implica abarcarlo todo–, Eceiza también insistió con los mismos materiales. Su trabajo no sufrió grandes modificaciones con el correr del tiempo y su universo siempre se limita a las telas, los hilos, unas pocas pinturas, la lavandina, el yeso y la gasa. Cada muestra es una posibilidad para exprimir aún más ese menú de opciones que la artista consulta y consume cada vez que hace una obra. En la repetición se encuentra el sentido y de qué se trata ser una artista sino de volver una y otra vez a las mismas preguntas y los mismos materiales. De esa necedad salen los estilos.

La repetición, en este caso, aparece en los materiales y en alguna de las formas de sus obras. Por ejemplo, en su muestra anterior, realizada hace dos años, ya aparecían estas esculturas hechas en yeso y gasa con forma de piernas gigantes que nacen en el suelo y llegan casi hasta el techo. Incluso en aquella oportunidad también había una pequeña “pintura”, construida con los mismos materiales, que mostraba una ventana desde la que se veía un cielo estrellado; ahora, hay una pared entera revestida de yeso y gasa que muestra la misma imagen. Lo que antes era un ensayo de algo nuevo, la inclusión de una nueva materialidad para trabajar, ahora es parte de la norma.

Una última insistencia es la pintura, hecha con retazos de tela. Ofrenda incluye una muestra dentro de la propia muestra. Eceiza levantó cuatro paredes, cubiertas por fuera de figuras humanas deformes hechas con bolsas de basura revestidas y pintadas, para incluir en ese pequeño cubículo una serie de pinturas. Esta decisión, de alguna manera, refuerza aún más la necedad de esta artista que, aunque pueda indagar en nuevos formatos y nuevos materiales, nunca puede dejar atrás lo conocido, lo de siempre, la tradición: una muestra de pinturitas.

La muestra puede pensarse como inmersiva en su singularidad. Foto: Archivo.

RESISTENCIA MANUAL

En los últimos años han aparecido por muchas ciudades del mundo las “experiencias inmersivas” sobre diferentes artistas y sus obras. Nunca queda claro si lo que importa es, por ejemplo, la vida de esos artistas y sus obras o “las experiencias inmersivas”. Es decir, el fenómeno, el evento en sí mismo, parecería quedar por delante de todo lo demás. No importa tanto sobre qué es la “experiencia inmersiva” sino con cuántas pantallas se lleva a cabo, si usó o no inteligencia artificial y qué tan high definition son las imágenes que proyecta. En este contexto, la muestra de Celina Eceiza parecería ser una contraofensiva a esa tendencia.

Se puede aventurar y decir que hay algo de “inmersivo” en Ofrenda, pero esa inmersividad es completamente opuesta a la que ofrecen estos otros eventos. No hay alta definición, ni perfección en esta exhibición. Mucho menos avances tecnológicos; más bien todo lo contrario: pintura, costura, dibujo. La apuesta de la artista es contraepocal, no acompaña los avances de los tiempos que corren, sino que se aferra a prácticas cuya efectividad ya ha sido probada sin necesidad de pasar por soporte técnico.

Hay algo megalómano en esta muestra –como también lo hay en esos proyectos que reviven a Van Gogh en la Rural creando un avatar digital–, queda claro en la forma en la que absolutamente todo está tapado del piso al techo. Pero esa megalomanía de Eceiza es completamente doméstica, antiespectacular, porque se construye a partir de pequeñas cosas: retazos de telas, esculturas que entran en un bolsillo, dibujos hechos con lavandina. El interrogante que presenta la artista tal vez tenga que ver con cuál es la manera correcta de caminar, avanzar y habitar este mundo que se vuelve cada día más parecido a una distopía cyberpunk. Si hay que subirse al tecnofrenesí o resistirse a eso, envolviéndonos en tejidos baratos para acostarnos en un almohadón de colores.

Ofrenda se puede visitar de miércoles a lunes, de 11 a 19, en el Museo Moderno, Av. San Juan 350. Hasta el 30 de marzo. Entrada: $2500. Miércoles, gratis.